Hace exactamente 80 años, en un barrio popular de Barcelona, nació el hijo de Josep, fontanero catalán anarquista, y Ángeles, una portera aragonesa que había aspirado a ser bailarina y maestra.
Joan Manuel le pusieron por nombre a su segundo hijo, que habitó la humilde casa marcada con el número 95 de la calle Poeta Cabanyes, como parte de una familia alineada en el bando perdedor de la guerra civil española, en la que su padre luchó para defender la República.
Una vida entera después, con varios cientos de canciones y un irreprimible “vicio de cantar”, este chico del barrio de Poble Sec, cuya voz es “un viento cargado de arena”, como la ha definido Juan Villoro, Serrat ha dejado los escenarios. Hace un año exacto ya que ha parado de ofrecer conciertos. Lo hizo en el momento en que quiso hacerlo.
“La vida tiene un discurrir y estoy muy contento de haber llegado a este momento. Cada día, al despertar, digo: ‘Ya estamos aquí otra vez’, eso me hace muy feliz. Aunque no me gusta mucho el camino para donde voy. Pero como sé que no lo puedo cambiar, que esto es irremediable, pues me digo: ‘La vida corre y, anda, saca todo lo bueno que puedas’”.
“La vida corre”, subrayó al recibir la Medalla de Honor por su trayectoria como compositor y cantante otorgada apenas el 12 de diciembre pasado por la Sociedad General de Autores y Editores de España. Y él saca todos los días, todo lo bueno que puede.
Joan Manuel nació el 27 de diciembre de 1943. Creció en las calles de Barcelona y a los 12 años ingresó al internado de la Universidad Laboral de Tarragona, donde concluyó un bachillerato industrial y del cual se graduó como tornero fresador.
En 1959, a sus 16 años, le ocurre algo que determinará su vida: su padre, que intuyó sus dotes, le regaló una guitarra. Ya no tendría que pedir una prestada para tocar. Y sin formación musical, descubre su don: un talento innato para la creación de canciones.
Joan Manuel nunca supo de “dónde sacó el dinero” su padre, al que un día vio subir por la calle con “la caja de herramientas en una mano y en la otra una bolsa de papel de la que sobresalía el mástil de la guitarra”.
Un año después ingresó a la Escuela de Peritos Agrónomos de Barcelona, de donde se graduó como perito. Al concluir, se inscribió en la Facultad de Biología, en donde alcanzó a hacer algunos cursos, pero en realidad su vida estaba ya tocada por la música.
Serrat acababa de cumplir 21 años y llegó la fecha en que todo cambió: el 18 de febrero de 1965 se presentó en la sede de Radio Barcelona, donde el conductor de un programa musical llamado Radioscope le abrió los micrófonos a un chico tímido que cantaba la primera pieza que había compuesto: Una guitarra.
Poco después de eso, se editó su primer disco, con cuatro canciones en catalán. Y de ahí viajaría a mil escenarios en todo el mundo, esos de los que apenas el año pasado se bajó al despedirse con la gira “El vicio de cantar 1964-2022”.
“No imaginé que sería cantante, pero descubrí que era mi mejor medio de expresión. Soy bajito de estatura y mis amigos eran más altos. Para llamar la atención de las chicas, decidí tomar la guitarra. Todo cambió. Al sentir la magia que la música provocó en mí, nunca me desprendí de ella”, confesó Juanito, como le llama su gente querida, en entrevista hecha por la autora de este texto hace varios años y hasta ahora inédita.
“Todo cambió. Al sentir la magia que la música provocó en mí, nunca me desprendí de ella”.
Joan Manuel Serrat



Joan Manuel Serrat ha estado presente en México desde hace poco más de medio siglo. Llegó por primera vez en 1969, apenas asentados los ecos de la masacre de Tlatelolco, para hacer una pequeña gira que incluía presentaciones en el Palacio de Bellas Artes y un histórico concierto en la Facultad de Química de la UNAM.
Regresaría de nuevo –lo haría muchas veces más–, pero en 1975 se sumaría a los republicanos españoles que habían hecho de México su segunda patria varias décadas antes.
Desde una década antes, cuando se atrevió a hacer de la música su forma de vivir, había asumido la decisión de hacerlo con libertad plena: cantar en catalán cuando el franquismo imponía férreamente el castellano y proscribía la lengua natal de Serrat.
En 1975, al llegar al aeropuerto de la Ciudad de México, respondió a una pregunta sobre el reciente fusilamiento de tres militantes de ETA y dos de las FRAP por parte de la dictadura franquista. El noi de Poble Sec, como se le conoce también, expresó, franco y sin temor, su absoluto repudio a la pena de muerte, al régimen franquista y a la violencia oficial de la dictadura.
Pronto se expidió un decreto para su búsqueda y su captura, se le negó el ingreso a su país, se proscribió la venta de sus discos y se prohibió tocar sus canciones en las estaciones de radios españolas.
Así que Serrat se convirtió en un exiliado español más en México. El destierro duró aproximadamente un año gracias a que el dictador Francisco Franco murió.
De esa experiencia habló Serrat muchos años después: “En el 75 me tuve que quedar a raíz de los últimos asesinatos legales del franquismo, a causa de unas declaraciones me veo obligado a quedarme porque se me abrió un proceso por injurias hacia el estado. Me quedo aquí. En México encontré mi casa”.
Primero, se quedó en una casa que ya había encontrado antes. “En casa de los Taibo. A partir de ahí conocí y crecí junto a hombres como (Luis) Alcoriza, (Luis) Buñuel, (Juan) Rulfo, (Luis) Rius y (Juan) Rejano”.
Y al encontrar un refugio, Serrat quiso conocer otras casas mexicanas. En un autobús, al que bautizaron como La Gordita, junto con sus músicos y algunos amigos, recorrió México, puebleando, dando conciertos de bajo costo, a veces ante algunos pocos cientos de habitantes de las comunidades sin pavimentar a las que llegaban.
La democracia regresaría a España con la muerte del dictador y Serrat dejaría el exilio, pero volvería a México decenas de veces más.



En uno de esos viajes, la autora de estas líneas lo encontró en el elevador del hotel donde se hospedaba. Aceptó entonces conceder una breve entrevista, en la que, en un juego de ocho palabras, compartió lo que piensa sobre algunos aspectos esenciales de la vida.
1. El valor de la memoria
A sus 80 años de vida, Joan Manuel Serrat aún no ha guardado la guitarra en un rincón a pesar de que ya han pasado varias décadas desde que su padre le obsequió la primera.
Aunque el 23 de diciembre de 2023 se retiró de los escenarios, se mantiene activo: escribe canciones, compone música, planea nuevos discos y cerca del mar Mediterráneo escribe sus memorias.
“Mis padres me crecieron con la memoria, no con el olvido. No crecí con odio o rencor, crecí sin olvidar. La memoria también sirve para caminar. Me he guardado lo más picante e interesante de mi vida para un libro. Estas memorias quedarán listas en cualquier momento”.
2. La luz de sus canciones
Sus primeras canciones las interpretó en catalán, después las alternó con el castellano. Así habla de la amistad, del amor, de la nostalgia, de la soledad, del desamor, pero también de los poderosos, de la pobreza, de los oprimidos, del libre mercado.
“Escribo y canto aquello que me importa. Mi cantar es una forma de exponerme y también una forma de luchar contra las injusticias. Creo que aporto mi mejor virtud en ello: mi trabajo, mi dedicación, mi esfuerzo. No es algo sencillo. A veces me llevo un buen tiempo en escribir una canción, al lanzarla al público se comporta como un animal vivo y no sabes ni cuándo ni dónde se termina su luz”.
3. El miedo a una emoción desbordada
Su larga trayectoria como letrista, intérprete y compositor lo distingue por su contacto constante con sus públicos. Entre canción y canción narraba historias, hacía bromas, recordaba épocas para hacer un relato de la condición humana.
En sus conciertos, prefería la sutileza sonora y las luces tenues porque le ayudaban a prender el torrente emocional de cada espectador, aunque él también corría el riesgo de ser sacudido.
“A lo que más miedo le tengo es que la emoción me rebase y me paralice. Así es que aprendí a subir al escenario a cantar y a compartir emociones con la gente. Pero siempre lucho con este monstruo que me agita el corazón. El gran reto ha sido controlarlo”.
4. El amor por la gente detrás del escenario
En su adolescencia, Serrat creció en medio de la zarzuela y los musicales. Sus vecinos trabajaban de utileros, taquilleros, técnicos de sonido, acomodadores, iluminadores, tramoyistas en los teatros de Barcelona. A menudo iba con ellos y les ayudaba.
Pocos saben que cuando llegaba al Teatro del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, lo primero que hacía el autor de Mediterráneo no era pisar el escenario, sino estar tras bambalinas.
“Desde que pisé Bellas Artes por primera vez, lo que más me emociona es entrar y encontrarme con toda esta gente que hace funcionar bien el escenario. Mi relación con todos estos valiosos técnicos va al afecto directo, a la relación personal, a la piel”.
5. Los sueños de los jóvenes de ayer y de hoy
La juventud artística de Serrat está vinculada a esa forma de protesta política contra el franquismo que los músicos catalanes llamaron la Nova Canço Catalana, formando parte de Els Setze Jutges, un colectivo que, desde el terreno de la música popular, abogaba por la recuperación de la lengua y la cultura catalana.
“En el mundo de las décadas de los 60, 70 y 80 del siglo XX había un reguero de tristezas y amarguras. Esa situación nos empujó a abrazar una serie de sueños colectivos, como la búsqueda de un mundo más justo y solidario. Esos anhelos no se concretaron, pero los jóvenes de hoy se encuentran más desarmados porque están bombardeados por un mundo de información e imágenes que no les transmiten valores como la dignidad, el amor, la amistad… sino las marcas de ropa, el derecho al consumo y a lo material”.
6. Sus poetas y la libertad
En 1969 Joan Manuel Serrat se acercó a los poemas de Antonio Machado para escribir la música de un álbum que rendía homenaje a un poeta que murió en el exilio; tres años después hizo lo mismo para recuperar la voz de Miguel Hernández, el poeta que murió en las cárceles del franquismo.
A partir de entonces, llevó a los escenarios, con su voz y su guitarra, a sus poetas preferidos: Machado, Hernández, Joan Salvat Papasseit, Rafael Alberti, León Felipe, Mario Benedetti, Pablo Neruda, José Agustín Goytisolo, Luis Cernuda…
“Yo salía al escenario y cantaba con una herramienta de libertad en la mano. La reivindicación que he hecho de estos poetas fue recibida por la gente con enorme entusiasmo. Por ejemplo, la poesía de Miguel Hernández tiene algo tan bello, tan intemporal, tan constante que se volvió un clásico. Lo mismo sucedió con La paloma, de Alberti, y no se diga con Machado y los demás. La poesía, como todo lo bueno, trasciende el tiempo y sus circunstancias”.
7. Dictadura, neoliberalismo en “su” América Latina
Hace tiempo que Serrat descubrió América Latina y ésta descubrió a Serrat, de forma que llega a reconocerse como un latinoamericano de Barcelona. Así se ve Serrat, título que reivindicó cuando lanzó El sur también existe, un álbum hecho a cuatro manos con el escritor uruguayo Mario Benedetti.
Una Latinoamérica a la que siempre se ha sentido cercano y sobre la cual ha hablado en los momentos de opresión en países que han vivido la cruel experiencia de la dictadura, como Uruguay, Chile y Argentina, a los que no se le permitía entrar y a los que regresó hasta los años 90 con el retorno de la democracia.
“La situación en América Latina por una razón u otra ha sido difícil, dramática y preocupante. Cuando en la región imperaban las dictaduras militares, lo eran para someter al pueblo. Ahora, al poder mundial le conviene más imponer una democracia liberal, el neoliberalismo, aunque en el fondo el resultado es el mismo de siempre: cada vez hay más ricos y los pobres se vuelven más pobres”.
8. El ansiado regreso de la “Utopía”
En su carrera de cantor se ha empeñado en escribir lo que observa en las calles, en los pueblos. La ironía y el sarcasmo son sus herramientas para hacer una fuerte crítica social como en La fiesta o en Disculpe el señor. Serrat manifiesta su zozobra por la falta de solidaridad, el egoísmo y el culto al dinero.
“Hasta no hace mucho tiempo, la utopía habitó entre nosotros. Era curiosa, pero necesaria.
“No era redonda ni cuadrada, pero se levantaba en el cielo como una estrella que muestra el camino a seguir. Hoy que la utopía no vive entre nosotros, la escribo y la reclamo como necesario sueño colectivo para que el hombre siga adelante y no quede a expensas de las imposiciones de los poderosos”.
Los 80 años de Serrat son testimonio de una magnífica vida dedicada a cantarle a los demás.