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El hombre que salvó <br>los tesoros del <br>Museo del Prado 
La defensa del Museo del Prado, de Roberto Fernández Balbuena
Cultura

El hombre que salvó
los tesoros del
Museo del Prado 

A 85 años del exilio español en México

Publicado el 6 de octubre 2024
  • Cultura

Durante el golpe militar de Franco, Roberto Fernández encabezó una infantería cultural dedicada a proteger los tesoros del Museo del Prado.


Una ráfaga de 16 bengalas incendió el cielo de Madrid. En seguida aparecieron aviones de combate que de sus vientres de acero expulsaron nueve bombas. Una a una explotaron sobre el techo del Museo Nacional del Prado, tres en sus jardines, otra más en el Paseo del Prado.

Ese 16 de noviembre de 1936 apenas caía la noche y Madrid olía a humo. El suceso quedaría grabado por siempre en la memoria del arquitecto y pintor Roberto Fernández Balbuena, el hombre clave en la protección del patrimonio histórico y artístico de Madrid durante la Guerra Civil Española. 

El ataque aéreo continuó. Los aviones alemanes e italianos, aliados del militar sublevado Francisco Franco, surcaron otro ángulo del cielo para bombardear también la Academia de Bellas Artes, la Escuela de Pintura, el Museo Arqueológico, el Museo de Arte Moderno y el Archivo Nacional. La ferocidad sobre los símbolos del humanismo.

El Museo Nacional del Prado siempre fue un refugio para Fernández Balbuena. Las tardes dominicales de su adolescencia las pasó frente a las obras de Goya, Rembrandt, Rubens, Velázquez, Tiziano El Bosco, Flandes… sin saber que, dos décadas después, tendría que salvar la riqueza artística de España.

El general Francisco Franco encabezó una insurrección militar para derrocar al gobierno de la República que había triunfado en las elecciones de 1931 sobre la monarquía de Alfonso XIII. Pero cinco años de vida republicana fueron insuficientes para transformar las oligarquías feudales. 

En julio de 1936, el general Francisco Franco anunció el golpe militar contra el gobierno de la República y la vida cambió por completo. 

Ante esa declaración de guerra, el catedrático Jesús Hernández, el economista Wenceslao Roces y el pintor Joseph Renau, a cargo del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, convocaron a voluntarios para formar una infantería cultural dispuesta a proteger todo el acervo posible.

Roberto Fernández Balbuena, Museo del Prado
Roberto Fernández, el hombre que salvo los tesoros del Museo del Prado. La fotografía es del escritor Juan Rulfo.

La vida de Roberto Fernández daría uno de los vuelcos más radicales. Para entonces ya era un artista plástico distinguido y conocía bien todos los recintos culturales porque, en una época, fue el arquitecto encargado de restaurar los monumentos históricos más importantes de Madrid y no dudó en unirse a la brigada. 

Día y noche recorrió los edificios que guardaban tanta riqueza artística. Su única protección fue un salvoconducto expedido por la Junta de Defensa de Madrid que le permitía circular sin restricciones. La operación de rescate se inició a mediados de julio y en los tres meses siguientes se intensificó.

En las puertas de entrada a las salas de exhibición del Museo del Prado, Roberto Fernández y sus ayudantes colocaron numerosos costales de arena, uno sobre otro, hasta formar murallas gigantes para frenar el avance militar. Fue también en ese momento que llegó un ultimátum desde Sevilla. Franco lanzó una arenga para que Madrid se rindiera el 7 de noviembre 1936. 

Ese día todos los miembros del gobierno republicano, junto con un gran número de intelectuales, decidieron salir de Madrid y refugiarse en Valencia. Roberto se quedó en la capital española. Por su prestigio como arquitecto, pintor y fotógrafo el gobierno lo eligió responsable del equipo que se encargaría de seguir con la salvaguarda del acervo cultural.

Reunió a más de un centenar de intelectuales, técnicos y estudiantes de bellas artes para recorrer museos, bibliotecas, archivos y casas de Madrid, Aranjuez, Illescas, Alcalá de Henares y otros pueblos vecinos a la capital. 

Cuando Franco ordenó el ataque militar a Madrid aquel fatídico 16 de noviembre, los brigadistas ya habían resguardado gran parte del tesoro artístico e histórico en los sótanos y pisos bajos de los recintos culturales. 

Aunque la alerta se volvió a encender días después. Una bomba de 200 kilos estalló a menos de 100 metros del patio de La Rotonda, donde se protegían las obras más relevantes del Museo del Prado. Unos centímetros más y los cuadros de los grandes maestros hubieran volado en pedazos. Los aviones regresaron en el crepúsculo y bombardearon la Biblioteca Nacional.

Al enterarse de los ataques, el gobierno de la República le ordenó a Roberto trasladar a Valencia el primer lote con los 42 cuadros más importantes del Museo del Prado. Todo un desafío en medio de Madrid en llamas.

Pocos saben que Roberto Fernández Balbuena diseñó la estrategia para proteger el patrimonio histórico y artístico de Madrid durante la Guerra Civil Española. Tan poco se conoce su hazaña que ni siquiera el Museo del Prado tiene al menos una placa de gratitud hacia Roberto Fernández quien, después, vivió exiliado en México los últimos 27 años de su vida.

Casi todo lo que él hizo, quedó oculto entre los cientos de historias que dejó la época franquista. Su trabajo de rescate fue proscrito durante los 40 años de la dictadura de Francisco Franco. Lo cierto es que, de no ser por su estrategia, gran parte de las obras del Prado, de la Biblioteca Nacional y de muchos recintos más hubieran desaparecido o terminado en pedazos bajo las bombas y los cañones de la Guerra Civil Española.

Roberto Fernández, el amor por el Museo del Prado

Roberto Fernández Balbuena fue un hombre liberal e ilustrado. Desde los cinco años aprendió a leer. En las obras de Julio Verne, Emilio Salgari y Mark Twain entendió que era posible crear mundos paralelos a los que podría huir, cuando la realidad era adversa. 

Nació en 1890 en esa España monárquica y feudal. Fue el noveno de diez hermanos de una cuna de abolengo en exceso religiosa y educada bajo una disciplina militar de su padre, Gustavo Fernández Rodríguez, quien era general de ingenieros en la Armada de España y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Su madre, Socorro Balbuena Iriarte, era noble descendiente de Fernando III, rey de Castilla.

Desde pequeño Roberto amaba la pintura. Elvira Fernández Rascón, la hija menor de Roberto, cuenta que traía el arte en la sangre y el alma. Su padre fue un excelente dibujante y uno de sus tíos también pintaba, dibujaba y modelaba en barro. Ambos lo hacían como pasatiempo. Así es que el jefe de familia no permitió que su hijo Roberto tomara el camino de las artes.

Entre las obras de grandes pintores no adscritas a museos, la brigada salvó 32 óleos de El Greco, nueve de Tiziano, 55 de Goya, 15 de Francisco de Zurbarán, seis de Tintoretto, 35 de Luca Giordano, dos de Van der Weyden y una de Quentin Metsys.

La historia oculta de este entrañable personaje ahora es revelada por Elvira. En su casa de Cuernavaca, Morelos, comenta en entrevista que, durante tres lustros, se sumergió entre cientos de periódicos, cartas, fotografías, documentos y papeles de familia para averiguar la trayectoria de su padre, que ella misma desconocía. 

Así escribió El Prado en Peligro. Una biografía de Roberto Fernández Balbuena (Turner), la primera historia que hay sobre su padre. Pero el interés de Elvira va más allá de su nexo familiar:

La dama del cuadro, de Roberto Fernández, el hombre que salvó el acervo del Museo del Prado de los bombardeos de Franco.

–Se trata de un hombre valioso, generoso y valiente. El mundo entero puede apreciar hoy a los grandes maestros de la pintura europea reunidos en el Museo del Prado gracias al trabajo de rescate que realizó mi padre en Madrid entre 1936 y 1939. 

En un intento por no sucumbir ante las estrictas reglas paternales, y mantener su verdadera vocación, Roberto convirtió su habitación en su primera guarida para dibujar y pintar lejos de la fiscalizadora mirada paterna. Hasta que halló el lugar que le permitió mantener su secreto, sin miedo a ser descubierto: el Museo del Prado.

“El arte es un don que repara el alma de los fracasos y sinsabores. Nos alienta a cumplir la utopía a la que fuimos destinados…”, destaca el escritor Ernesto Sabato en su ensayo La resistencia. 

Y eso hizo Roberto. En el Prado reanimó su alma y surcó su camino trazado por los artistas que lo maravillaron. Estudioso y con un profundo amor por esos pinceles, no dudó ni un instante en proteger de la guerra lo que a él lo había salvado: el arte. 

Los grandes maestros salen a Valencia

En medio de la Guerra Civil Española, el gobierno de la República, refugiado ya en Valencia, le ordenó a Roberto Fernández Balbuena trasladar hacia aquella ciudad fortificada lo más preciado del Museo del Prado. 

La tarde del 10 de diciembre de 1936 salió el primer convoy de camioncitos con casi medio centenar de obras. Protegidos por la penumbra, avanzaron a vuelta de rueda y con las luces apagadas. Así recorrieron 300 kilómetros de Madrid a Valencia. 

Esta infantería cultural iba escoltada por un equipo antiincendios y una pequeña tropa de soldados republicanos. El mismo Roberto escribió en sus apuntes los aprietos que la brigada enfrentó:

“El primer camión iba cargado con Las meninas y el retrato ecuestre de gran tamaño de Carlos V. Al llegar al puente de Arganda el camión no logró pasar. Las meninas, de tres metros de altura por 2.5 metros de ancho tuvo que ser descargado a pie, pasarlo con cuidado extremo a través del puente de hierro y volverlo a subir para continuar”. 

Fue todo un desafío trasladar cada uno de los cuadros de Rubens, Goya, Durero, Rembrandt, Rafael, Tiziano, Flandes, Fra Angelico… lienzos pintados entre 1426 y 1730. Los restauradores del Museo del Prado se encargaron de su frágil manejo. 

Paisaje de Madrid
Madrid 1890, Roberto Fernández Balbuena

Los detalles del traslado los halló Elvira Fernández en las libretas de apuntes de su padre:

–Roberto y sus brigadistas lograron trasladar cerca de 600 obras maestras del Museo del Prado a Valencia, la mayoría fueron embaladas con sumo cuidado en cajas de madera hechas a medida y perfectamente protegidas. 

Bajo asedio militar, la brigada hizo un total de 71 viajes de Madrid a Valencia, en uno de los cuales trasladó más de un centenar de cajas con el tesoro en papel de la Biblioteca Nacional: códices, cartas náuticas, libros incunables, periódicos, mapas, fotografías, carteles y hasta una colección de películas mudas.  

Las majestuosas Torres de Serratos de Valencia, que forman parte de la entrada a esta ciudad medieval amurallada, resultaron ideales para proteger el tesoro artístico e histórico. 

Esa fortaleza del siglo XIV con muros de tres metros de espesor fue acondicionada por el gobierno republicano para proteger el patrimonio con un sistema especial de control de temperatura y humedad.

Además del rescate, Roberto y el escultor Ángel Ferrant crearon un Fichero fotográfico para catalogar cada uno de los bienes protegidos con la finalidad de mantener el control de los bienes. 

Reivindicar el goce como estrategia política

En una conferencia que Roberto dio en Helsinki en la primavera de 1938 sobre la salvaguarda del patrimonio español se puede valorar el enorme trabajo realizado. Así lo enumeró:

Para marzo de 1938 se habían rescatado y catalogado 20 mil cuadros, 12 mil esculturas y cerámicas, 2 mil muebles, un millón de libros y manuscritos; 24 archivos eclesiásticos y 22 archivos parroquiales, así como miles de tapices, incluyendo los de Francisco de Goya.

Entre las obras de grandes pintores no adscritas a museos, la brigada salvó 32 óleos de El Greco, nueve de Tiziano, 55 de Goya, 15 de Francisco de Zurbarán, seis de Tintoretto, 35 de Luca Giordano, dos de Van der Weyden y una de Quentin Metsys.

Con el patrimonio cultural a salvo, el gobierno nombró a Roberto Fernández Balbuena subdirector del Museo del Prado, en gratitud por esos 14 meses de infatigable labor. Ya en abril de 1938 lo envió a Suecia, Holanda y Dinamarca para difundir el rescate del tesoro español. 

A esa fecha, el militar golpista Francisco Franco mantenía una fuerte campaña internacional en la que afirmó: “Los rojos (los republicanos) venden el tesoro del Museo del Prado a la Unión Soviética para intercambiarlo por armas…” 

Todo tuvo una intención. Elvira Fernández comenta que durante las cuatro décadas de dictadura, Franco ocultó el enorme trabajo de los brigadistas. 

–Este equipo se quedó en Madrid a rescatar el tesoro sin recibir nada a cambio. Trabajó bajo las bombas y las balas de los cañones y la escasez de comida. Todo esto lo ocultó el gobierno franquista. 

El esplendor de un pintor

Roberto Fernández Balbuena nunca desafió las órdenes de su padre, prefirió llevar una vida artística secreta que romper las estrictas reglas familiares. Se graduó como arquitecto en 1914, cuando tenía 23 años. 

Elvira, su hija, narra que la juventud de Roberto fue devorada por la arquitectura: 

–Pero siguió pintando en sus escasos ratos libres, sin decírselo a sus padres, ni a nadie. Pensó que cuando acabara sus estudios, ya con el título en la mano, podría dedicarse de lleno a pintar. 

Su estancia en la Academia Española de Bellas Artes en Roma, Italia, fue crucial. Del Renacimiento aprendió cómo pintores y escritores dialogaban entre sí para construir palabras e imagen, pintura y poesía; esto es, unir diversas disciplinas en el arte.

En los años veinte estuvo en Nueva York y de ahí viajó a París, entonces la capital mundial del arte. Regresó a Madrid y se encargó de restaurar los edificios históricos, al trabajar para el Ministerio de Obras Públicas. A la par fue profesor de dibujo y arquitectura.

Roberto Fernández, Museo del Prado
Mesa de café, de Roberto Fernández

Nunca desistió de pintar. En su escaso tiempo libre desarrolló sus obras de arte. Su hija Elvira detalla su trabajo:

-Fue un destacado pintor y dibujante de retratos, desnudos, paisajes y bodegones. Representó a España, ganó premios y montó exposiciones en Venecia, París, Filadelfia, Chicago, Cleveland y Pittsburgh. 

Para entonces ya era amigo de los más grandes de la época: los poetas Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Luis Rosales, el cineasta Luis Buñuel y el escritor y periodista Ramón Gómez de la Serna, con quienes conversaba sobre la situación de los campesinos españoles.

Esas horas de amistad, vino y largos debates sobre política las inmortalizó en su famoso cuadro Mesa de café, una de las 16 obras de Fernández Balbuena que posee el Museo Nacional Centro de Arte Reino Sofía de Madrid.

En las elecciones del 4 de abril de 1931, la República triunfó sobre la monarquía de Alfonso XIII. De los diez hermanos, sólo Roberto apoyó el cambio y acudió con sus amigos a la Puerta del Sol a festejar la llegada del nuevo gobierno.

Cinco años después, cambió su vida para siempre. El general Francisco Franco encabezó el golpe militar para derrocar al gobierno de la República.

Un asilo sin retorno

A 85 años del exilio español en México, este episodio histórico de Roberto Fernández Balbuena rememora aquellos días.

En diciembre de 1938 ya agonizaba el gobierno de la República, pero aún apelaba a la ayuda internacional. Así es que designó a Roberto como comisario de España en la Exposición Universal de Arte en Nueva York. Nada sucedió. La ayuda extranjera para los republicanos no llegó.

A su regreso, Roberto asumió otro rescate. En París, Francia, organizó, junto con Fernando Gamboa, pintor y diplomático mexicano, el traslado en barcos de los republicanos hacia México, cuando el presidente Lázaro Cárdenas del Río le abrió la puerta al exilio político.

“En la década de los 50, mi padre y Juan Rulfo hicieron numerosas excursiones al campo para pintar y fotografiar el paisaje, las nubes, los cactus, los rayos de la luz que atravesaban los árboles. Ambos eran apasionados de la fotografía”.

Cuando Franco tomó el poder, en febrero del 1939, de inmediato publicó la Ley de Responsabilidades Políticas que, en realidad, fue una implacable sentencia: “Todos los españoles que han participado con la República serán inhabilitados o fusilados”.

Los exiliados aún llegaron a México envueltos en el fuego de la esperanza. Nunca imaginaron que Franco dominaría España de 1936 a 1975, casi medio siglo.

En esa época Roberto tenía 49 años. Salió de su país con lo que llevaba puesto. Fue el escritor mexicano Juan José Arreola quien le tendió la mano para conseguir un departamento, ya que gran parte de los exiliados fueron hospedados en el Hotel Regis y luego en la colonia Tabacalera.

La morada a la que se trasladó Roberto estaba en la calle de Río Elba, en la colonia Cuauhtémoc, donde tuvo como vecinos a Juan Rulfo, Arreola, Juan Rejano y Miguel Prieto.

Su hija Elvira recuerda con tristeza que su padre enfrentó el difícil exilio sin tener un peso en el bolso del pantalón. Su familia, conservadora y adinerada, lo abandonó a su suerte. Así, comenzó una nueva vida que incluyó su matrimonio con Elvira Rascón, una pintora española de 28 años que había formado parte de su equipo de brigadistas en Madrid. 

Casi con naturalidad, Roberto y su esposa se incorporaron a la vida cultural de México. Participaron en distintas exposiciones en la que figuraron Diego Rivera, José Chávez Morado, David Alfaro Siqueiros, María Izquierdo, Rufino Tamayo y Raúl Anguiano.

Roberto Fernández, Museo del Prado
Ahuehuete, foto de Roberto Fernández Balbuena

Aunque fue con los escritores Juan Rulfo y Juan José Arreola con quienes forjó una entrañable amistad. Elvira expresa que ellos le leían a su padre los borradores de sus futuros libros y él les proyectaba las imágenes sobre el rescate del tesoro cultural español.

–En la década de los cincuenta, mi padre y Juan Rulfo hicieron numerosas excursiones al campo para pintar y fotografiar el paisaje, las nubes, los cactus, los rayos de la luz que atravesaban los árboles. Ambos eran apasionados de la fotografía.

Como era difícil vivir del arte, Roberto creó la constructora Técnicos Asociados junto con otros dos arquitectos españoles. Entonces edificaron escuelas, gimnasios, deportivos, el Rancho Cortés en Cuernavaca y el Hospital Español en la Ciudad de México. 

Su esposa, Elvira Rascón, realizó pintura mural y al óleo, esmaltes, grabados, carteles, folletos y programas; ilustró más de 300 libros de reconocidos escritores publicados por el Fondo de Cultura Económica y fue una reconocida retratista.

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Sin embargo, la melancolía por la patria perdida hizo estragos en la pareja. Elvira siempre rechazó el exilio. Se distanció emocionalmente de Roberto. Sus pequeñas hijas Guadalupe y Elvira crecieron sin apego a su padre, para ellas era el hombre que trabajaba. Nada más. 

Elvira, la hija menor, estudió un doctorado en economía y otro en sociología. A sus 79 años aún recuerda cuando su padre la esperaba todas las noches en la parada del camión, al regresar de la universidad. Pero no oculta su tristeza al expresar que su relación con él siempre fue distante. 

–Cuando yo nací mi padre tenía 54 años. Crecí al lado de un hombre mayor, no le hacía ningún caso y mi madre jamás me contó quién era mi padre. Nunca me di cuenta de la enorme figura que tenía al lado.

Herido por el exilio, nunca pudo regresar a España. La sentencia del general Franco pesaba sobre todos los que colaboraron con el gobierno de la República. Melancólico y taciturno Roberto Fernández Balbuena pasó sus últimos años en una casa que construyó en Tlacopac, San Ángel, donde también tenía su estudio, aunque ya apenas hacía algunos trazos con los pinceles. 

En febrero de 1966, enfermo del corazón, Roberto Fernández Balbuena falleció en su casa de San Ángel. 

Nunca más volvió a España, a su tierra, ni a encontrarse con sus amigos que sobrevivieron a la dictadura. Nunca más se volvió a encontrar con esos colores trazados en los lienzos de los maestros europeos. Roberto Fernández no volvió jamás a ese lugar que fue su refugio adolescente, el Museo del Prado. 

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