Tatuar para migrar, de Venezuela al sueño americano
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Gabriel Barreto decidió dejar Venezuela y convertirse en migrante. Ha logrado sobrevivir gracias a su oficio: tatuador. Sus trazos adornan la piel de decenas, cientos de migrantes de distintas nacionalidades que se ha encontrado en el camino.
Sobrevivir con cuatro dólares al mes resulta imposible. Más aún si tienes una hija de pequeña, eres tatuador y vives en Caracas, donde las autoridades te extorsionan para poder trabajar. Esa fue la razón por la cual Gabriel Barreto decidió convertirse en migrante y dejar Venezuela hace cinco años: buscaba que su hija tuviera una infancia digna.
“Gabo, el de los tatuajes”: así suelen llamarlo sus compañeros de ruta pues él ha logrado mantenerse en el camino gracias a su trabajo con la tinta y la piel. Diseños suyos han marcado los cuerpos de decenas de personas migrantes procedentes de Colombia, Haití o su natal Venezuela. Incluso mexicanos acudían a su refugio temporal en la Ciudad de México, una pequeña choza cimentada con vigas de madera y lonas reutilizadas de campañas políticas levantada sobre uno de los campamentos migrantes que se han instalado, por decenas, en la capital.
En este hogar temporal, ubicado en la colonia Morelos de la alcaldía Cuauhtémoc, vivió acompañado de su nueva familia, la que conoció migrando: Nicole, su pareja con la que recientemente cumplió un año de salir; Zion, un fiel perro Schnauzer de 3 años con el que cruzó el Darién; y Adrián, su mejor amigo que se volvió experto en remendar las lonas que componían su refugio en la ciudad y quien también viaja con su pareja y un bebé que recién cumplió un año.
Toda esta familia apoya a Gabo y su oficio pues constituye uno de los principales sustentos económicos para ellos durante su travesía.





No ha sido fácil, sin embargo. Gabriel viajó con su material de trabajo desde Venezuela pero la ruta migrante implica siempre peligros y su equipo fue robado, entero, cuando viajaba en una lancha hacia México. Tuvo que ahorrar dinero durante meses y luego acudir al Zócalo para comprar una modesta máquina de tatuar de mil pesos, pintura, papel calca, instrumentos higiénicos y demás artículos para emprender desde cero este oficio que le apasiona.
Pese a las condiciones del campamento, logró adaptar su hogar para recibir a sus clientes, casi todo migrantes de distintas nacionalidades. Poco a poco, la gente deseosa de “rayarse” fue tanta, que debían agendar citas con una semana o más de antelación para conseguirlo.
Un año estuvo Gabriel Barreto en Ciudad de México. Pasó el tiempo tatuando y tramitando todos los días la cita en el sistema CBP One para lograr obtener asilo en Estados Unidos. Apenas lo logró, compró sus pasajes para Juárez y, desde el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, Barreto y su nueva familia abordaron un avión el pasado 5 de octubre a primera hora.
Dos días después estaban ya cruzando la frontera por el puerto Paso del Norte, la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso, Texas. A unas cuantas horas de emprender esta travesía, Gabriel vendió su casa del campamento a otra familia y afirmó que “mientras este gobierno siga en Venezuela, no pienso regresar”. Todos los días, explica, miles de personas abandonan este país en medio de una elección cuestionable, donde continúan las extorsiones de autoridades y la posibilidad de encontrar un salario justo en una empresa son más que escasas.
La reciente instauración de Nicolas Maduro en un extremo y el posible regreso de Donald Trump en el otro, representan una amenaza que pone en juego el futuro de miles de familias migrantes: buena parte de las propuestas de campaña del republicano giran en torno a la desaparición de programas humanitarios de migración, como la emisión de citas con la aplicación CBP, así como la puesta en marcha de programas de deportación a personas sin ciudadanía norteamericana.

Gabriel Barreto y su nueva familia durante su paso por Ciudad de México, después de dejar Venezuela y convertirse en migrante.