Puntal del mundo literario latinoamericano, el escritor Julio Cortázar visitó muchas veces México. En todas ellas habló abierta y apasionadamente contra las dictaduras, defendió a la Revolución Cubana a capa y espada y colocó su capital intelectual en favor de los sandinistas.
Eso no podía ser pasado por alto por la policía política encabezada por Fernando Gutiérrez Barrios. Los muchachos de la Dirección Federal de Seguridad cumplieron las órdenes: lo siguieron, espiaron sus conversaciones, interceptaron sus cartas, violaron y copiaron su correspondencia. Lo siguieron como su sombra.
Segmentos de su vida pública y privada hoy descansan en el Archivo General de la Nación, de donde los rescatamos para recordarlo.
Querido Julio.
En una de tus visitas a México, en agosto de 1980, escribiste a Laure Breton: “Nos alegró mucho recibir tus noticias en esta lejana y solitaria playa. Nos pareció casi un milagro, porque se han perdido muchas cartas provenientes de Francia… Siempre es desagradable pensar que entre esas cartas podía haber alguna cosa realmente importante, y que alguien en algún rincón del mundo está esperando una respuesta que no va a llegar nunca”.
Acaso es un poco tarde para que lo sepas, pero cuando caminabas y escribías desde una playa de Zihuatanejo acompañado de Carol Dunlop, ya eras uno de los “objetivos” del C-047, el grupo especial de la Dirección Federal de Seguridad, el aparato mexicano de espionaje en aquellos años de guerras frías y sucias.
Por los agentes del C-047 no sólo pasaban tus cartas, que por eso tardaban más de lo común en llegar. Desde por lo menos 1967 seguían las cartas que tus amigos de Cuba mandaban. También te seguían cuando te encontrabas con gente cercana, atendían tus conferencias, registraban tus declaraciones. En pocas letras: te habías convertido en un perseguido del espionaje mexicano.
Te reirás de lo fantástica, absurda e irónica que resulta en este caso la llamada realidad. Mira, si no. Tú, que tanto levantaste la voz por la libertad de los presos políticos, hoy vives y convives en papel al lado de los expedientes de aquellos estudiantes del movimiento estudiantil de 1968 y de “subversivos” de los años setenta.
Cuando viniste por primera vez a México, en 1975, lo que hoy es el Archivo General de la Nación (AGN) hospedaba a la cárcel donde permanecían detenidos decenas, quizá centenas, de guerrilleros mexicanos, a los que el gobierno de entonces llamaba con odio “subversivos” y “terroristas”.
En esa ocasión escuchaste las historias de detenidos por la junta militar de Augusto Pinochet en Chile. Ellos, los agentes de la policía política, también lo hicieron. Siguieron registrando tus palabras, tus reuniones, las conferencias que ofreciste en Bellas Artes y en la UNAM, tus esfuerzos por conseguir la libertad de los presos en Argentina, Uruguay y otras naciones.
Así que hoy 14 de agosto de 2014 he encontrado en la galería 1 del AGN lo que los que agentes del C-047 reportaban de ti.
Querido Julio, estás a punto de celebrar tu cumpleaños número 100 y, mágicamente, aquí aún vives “gracias” a los espías que durante años te persiguieron.
Había pensado enviar esta carta al panteón de Montparnasse, donde habitas desde el 14 de febrero de 1984. Pero no, la mandaré a la dirección que los espías mexicanos tenían registrada: 9 Place du General Beuret, Paris XV Francia, a esa pequeña casa que compraste con lo que la Universidad de Puerto Rico te pagó por la traducción de los cuentos completos de Edgar Allan Poe y donde vive aún Aurora Bernárdez, tu primera esposa.
Ahí, dicen los reportes, recibías propaganda comunista de La Habana, la cual previamente era traída a México en valija diplomática, “aquí la portean y despachan disfrazando así su verdadera procedencia a fin de causarle problemas”. Ves, tenían acceso a tu correspondencia.
“La Casa de las Américas aprovecha el envío de la correspondencia relacionada con el concurso de Grabado Contemporáneo, como la que se anexa, consistente en una tarjeta en la que aparece la fotografía de Regis Debray, con la leyenda:
‘En Bolivia el imperialismo no juzga a Debray sino el derecho de los pueblos a conocer la verdad’”.
Esta era la deducción que hacían, “descifraban” las maniobras cubanas para hacerte llegar los documentos que te pedían firmar en adhesión a su causa; interceptaban cartas de tus amigos José Lezama Lima, Roberto Fernández Retamar, Haydée Santamaría y tantos más.
El mundo y la vida son un mapa permanente de ironía. Quien firma un 21 de enero de 1967 el primer reporte de espionaje sobre tu persona es el entonces director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), el mismo que detuvo a Fidel Castro y Ernesto Guevara cuando preparaban en México el lanzamiento de la revolución en Cuba. Exacto, el mismo.
Ese mismo Fernando Gutiérrez Barrios se convertiría en amigo casi personal de Fidel Castro, tan cercano que el comandante mandó levantar en algún lugar de La Habana una estatua para honrar al policía mexicano. No era para menos, en las manos de “Don Fernando”, como le decían amigos y enemigos, estuvo el destino de la Revolución Cubana, esa misma que abrazaste, defendiste, por la que te enfrentaste a tus amigos escritores.
Pues él ordenó que te comenzaran a perseguir. Su firma está en varios de los reportes. Los papeles dicen que desde 1967. El primero porque, en una reunión del Partido Comunista Mexicano, a alguien se le ocurrió mencionarte como uno de los firmantes de aquel documento del 11 de enero.
Anota el reporte: “Abogan por la urgente transformación de la estructura en América Latina e instan a una lucha armada, proclaman la urgencia de la celebración de una Asamblea de Escritores Latinoamericanos de izquierda para afrontar la nueva situación y exhortan a la unidad de los intelectuales de izquierda pese a las diferencias de opiniones que pudieran haber”.
Dicen que estaba tu firma y la de Emanuel Carballo, Roque Dalton, Mario Vargas Llosa, David Viñas, Manuel Galich…
Si recuerdas esos días, no es sólo el documento del Partido Comunista que te menciona lo que llamó la atención de la DFS. Recién habías estado en Cuba. En una larga carta que le escribiste a Francisco Porrúa, se lo cuentas:
“A pesar de que La Habana me dio de esa vida tropical en la que uno se pregunta a cada momento cómo es posible sobrevivir a un régimen de tres horas de sueño, ocho o doces vasos de ron ‘en la roca’ como dicen ellos… súmale a eso mi trabajo (una semana de batallas verbales en la revista Casa de las Américas, hasta culminar con la declaración que quizá ya conocés y la lectura de 40 novelas 40, o sea más de 10,000 páginas casi siempre borrosas o copiadas con tinta roja o verde. Súmale también la cordial pero multiplicada ansia de diálogo de los argentinos, mexicanos, peruanos, uruguayos…”.
De esa carta, tenían copia. Ni modo, Julio, tuvieras o no razón, apostaras o no hoy por Cuba, con ese discurso había razones de sobra para que te persiguieran. Máxime si además interceptaban la correspondencia de tus amigos cubanos y la tuya propia.

Era 1967. Mucha agua ha corrido por los ríos. Emanuel Carballo murió hace apenas unos meses; Mario Vargas Llosa se volvió más crítico no sólo del sistema cubano, sino de todo aquello oliera a comunismo (y también ganó el Nobel de Literatura).
Aunque hubo algunos de tus amigos que sí mantuvieron su afecto hacia el gobierno cubano y hacia Fidel Castro, como Gabriel García Márquez. Él, hasta su muerte en abril de este año y con quien, por cierto, apareces en otros documentos de los espías mexicanos, mantuvo inalterable su fidelidad a Cuba.

Fidel Castro acaba de cumplir 88 años de vida. Larga vida la del comandante. Desde que cedió el poder a su hermano Raúl, a quien seguro conociste muy bien, se le ve poco, de vez en vez alguna foto de esa vetusta figura doblada por el tiempo.
¡Cómo te comprometiste con Cuba, con Fidel, con la inmensa esperanza que en ese momento representaban ese país y los hombres barbudos para América Latina!
“Sin embargo, vuelvo lleno de nostalgias y sobre todo más dispuesto que nunca a romper lanzas por esa revolución que, como dicen ellos, es del carajo… Estuvimos nueve horas con Fidel que es un caballo, como le llaman cariñosamente sus compatriotas; ese hombre es sobrehumano, y nos dejó a todos literalmente pulverizados…”, le contabas a Francisco Porrúa en tu carta.
Tú sabes que no se equivocaban los espías al rescatar el párrafo que reportaron, y esa frase de la declaración donde “exhortan a la unidad de los intelectuales de izquierda pese a las diferencias de opiniones que pudieran haber”.
Y sí que las había, Julio. Cómo olvidar las crisis en las que se enfrascaron tú y muchos de tus amigos por el caso del poeta cubano Heberto Padilla en 1971. El mar de los intelectuales se abría en dos aguas: los que apoyaban a Padilla y los que defendían las razones de Fidel Castro para encarcelarlo.
Y tú, otra vez sacando el pecho por Cuba, por la revolución, por Haydée Santamaría, la directora de Casa de las Américas; enfrentando a los intelectuales que cuestionaban la falta de libertad de expresión en la isla a través del poema “Policrítica: la Hora de los Chacales”.
El poema es largo para recordarlo completamente, pero sí vale la pena reproducir los párrafos de introducción que le mandaste a Haydée Santamaría:
“En la medida de lo humano, dispongo de todos los elementos de juicio para hacerme una idea precisa del episodio que se ha dado en llamar ‘el caso Padilla’ y sus repercusiones.
“Puedo, pues, decir mi palabra, individualmente, sin concederle otro valor que el de la sinceridad y la solidaridad. Quiero que usted la conozca directamente. No es un carta ni un ensayo, ni un documento político bien razonado; es lo que nace de mí en una hora muy amarga pero en la que hay sin embargo una plena confianza en muchas cosas, y sobre todo en la Revolución”.
Uno de los amigos con quienes se tensarían los lazos de amistad fue Mario Vargas Llosa, a quien le escribiste en abril de 1972: “tu actitud y la mía tomaron sus rumbos propios, y aunque oficialmente existe entre los cubanos y yo una ruptura y un gran silencio… mi decisión de seguir junto a ellos no solamente no ha cambiado sino que es más fuerte que nunca… en modo alguno me desvinculo de ti como escritor y como amigo en esta circunstancia…”.
Francisco E. de la Guerra, quien se ha dedicado a investigar el vínculo entre tu literatura y la revolución en América Latina, dice que esa convicción con la que apoyaste a Cuba sería motivo no únicamente de distancia con muchos intelectuales latinoamericanos como Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, sino también la causa de que aparatos de espionaje como la DFS y de otros países, incluido seguramente el G-2 cubano, te hayan tenido en la mira.
Tu lenguaje, dice el investigador de la UNAM, era muy fuerte para la época. De hecho, recuerda que casi al final de tu vida escribiste un artículo titulado “Qué poco revolucionario suele ser el lenguaje de los revolucionarios”.
El caso es que los muchachos del espionaje mexicano no registraron esa dura polémica sobre el caso Padilla por la sencilla razón de que a ellos no les importaban mucho los debates intelectuales.
Lo que sí los obsesionaba eran las ideas subversivas, las que representaban riesgo para la estabilidad del gobierno mexicano. Les sobraban razones para perseguirte, una de ellas eran tus amigos, como Carlos Fuentes, críticos del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
Lo que no encaja es por qué tu expediente, el armado por la policía política nacional, es más abultado que el de muchos de tus amigos mexicanos. Extraño ¿no?
Apostaría a que esos muchachos de la policía política no tenían ni idea de quién eras en 1967, cuando se registra tu primera ficha. Ni idea de que ya corrían como ríos tus libros: Bestiario, Final de juego, Las armas secretas, Los premios, Historias de cronopios y de famas, Todos los fuegos el fuego, o esa locura de Rayuela.
Si entre tus perseguidores hubiera alguno culto, que hubiese seguido tus huellas literarias, si la razón estuviera en tus obras, tendría que ser por El perseguidor, ese cuento largo-novela corta donde decides hacer tu conversión, el salto de tu profunda preocupación estética del relato a la preocupación por el ser humano:
“Pero cuando escribí El perseguidor había llegado un momento en que sentí que debía ocuparme de algo que estaba mucho más cerca de mí mismo. En ese cuento dejé de sentirme seguro. Abordé un problema de tipo existencial, de tipo humano […]. En El perseguidor quise renunciar a toda invención y ponerme dentro de mi propio terreno personal, es decir, mirarme un poco a mí mismo. Y mirarme a mí mismo era mirar al hombre, mirar también a mi prójimo. Y había mirado muy poco al género humano hasta que escribí El perseguidor”.
Si no fueron tus obras lo que preocupaba a los aparatos de inteligencia, qué podría haber sido lo que te convirtió en un perseguido. Lancemos algunas piedras como en ese juego de rayuela (avión en México) y arriesguemos algunas posibles causas.
Tenían la orden de espiarte porque usabas un lenguaje en ese momento “peligroso” para la estabilidad del poder
en México. No quiere decir que pensaran que lo usarías contra México, sino que era incómodo para el gobierno.
El término “Revolución”, salvo que fuera enunciado por el gobierno, creaba ruido y tú solías hacer mucho “escándalo” con las palabras. Esa debió ser una de las causas de que te convirtieras en su perseguido. Pero no la única.
Estaba tu abierta adhesión a la Revolución Cubana, tu amistad con Fidel Castro, tu defensa de los derechos humanos cuando el golpe militar en Chile, tus denuncias por la detención y desaparición de guerrilleros argentinos, con lo que te ganaste el desprecio y las amenazas de la Alianza Anticomunista Argentina que te impidieron volver a tu país por varios años.
Eso de andar firmando papeles pidiendo la libertad de estudiantes y luchadores sociales en México no iba a pasar desapercibido para nuestros agentes. Por ahí, entre los documentos que forman tu expediente, pervive la carta que firmaste el 25 de diciembre de 1969 para pedir la libertad de los presos políticos del movimiento estudiantil del 68.
Por si no lo tienes presente, esto decía ese reclamo contenido en una cuartilla de papel revolución que hoy, amarillento, vive archivado:
“Los suscritos, sin más títulos que los de intelectuales fieles a los principios civilizadores de justicia, democracia y respeto a los derechos humanos, deseamos declarar nuestra solidaridad con los presos políticos mexicanos, entre los cuales se encuentra el eminente novelista José Revueltas, y hacer un llamado a las autoridades competentes de México a fin de que, en nombre de las tradiciones libertarias y revolucionarias de un país que protagonizó el primer movimiento de emancipación popular del Tercer Mundo en nuestro siglo, corrijan las notorias violaciones al procedimiento legal en el caso de estos hombres –en su mayoría jóvenes entre los 18 y los 23 años– encarcelados por su fidelidad al espíritu de libertad revolucionaria que invocamos y les otorguen la libertad inmediata e incondicional”.
Los otros escritores que firmaron contigo, cuyos nombres fueron marcados, uno a uno, con rojo –señal de que habría que seguirles sus pasos–, eran Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Goytisolo, Norman Miller, Arthur Miller, Alberto Moravia, Octavio Paz, William Styron y Mario Vargas Llosa.
Se lo decías al peruano Vargas Llosa en esa carta de 1969: “Por ahora mi única manera de estar es con esa Revolución, que con todos sus vaivenes, me sigue pareciendo lo único que cuenta en estos años en América Latina”.
Por eso también te comenzaron a perseguir los agentes de la DFS, por tus ideas, por tus palabras, por la libertad que andabas pregonando y porque en México, a pesar que de ser uno de los pocos países de América Latina con un gobierno civil, la burocracia del miedo funcionaba tan bien y de manera tan perfecta como las de las dictaduras militares.
No lo sabías, seguro no, pero muchos de esos agentes y los que dirigían ese aparato de inteligencia llamado DFS fueron formados en la escuela de perfeccionamiento de la tortura llamada Escuela de las Américas, sí, la que estaba en Panamá. Uno de ellos, Miguel Nazar Haro, director de la DFS, llegó a firmar los reportes de vigilancia.
Quizá no te guste mucho la idea, pero tienes que aceptar que el gobierno mexicano fue más inteligente que esos estridentes militares, tan obvios y tan evidentes al reprimir y desaparecer a sus “enemigos”, los incómodos guerrilleros.
Lo mismo hacía nuestro democrático gobierno mexicano en nombre de la democracia. Un filósofo que, por cierto, te admiraba mucho y guardó en su biblioteca personal toda tu obra, definió a nuestro modelo de gobierno como una “tiranía invisible”. Tu amigo Vargas Llosa lo llamaría la “dictadura perfecta”.
Para los guerrilleros y perseguidos por esas dictaduras que denunciabas, México fue el paraíso, para los guerrilleros mexicanos, su propio país fue el infierno.
“Un infierno en el paraíso, que muchos intelectuales de otros países no alcanzaron a ver por la inteligencia que tuvo Echeverría para esconder lo que pasaba en México”, remata Francisco de la Guerra.

¿Te acuerdas lo que el 25 de octubre de 1973 le escribiste a Vargas Llosa (un mes antes había ocurrido el golpe militar en Chile)?: “Sé que hablaste de Chile en la TV española. Casi al mismo tiempo, yo lo hacía para la TV mexicana. Si todo esto sirviera de algo… pero sí, servirá; no hacerlo sería infame, y hay tantos que no hacen nada”.
O lo que a Graciela de Sola le contabas desde Ginebra el 14 de diciembre de 1973.
“En París, ahora en Ginebra, hacemos todo lo posible para ayudar a los exiliados de Chile que empiezan a llegar por centenares… Perón nos acusa de ‘dirigir la guerrilla desde París’, pequeña frase que imagino para consumo interno, pero que nos ha jodido inmensamente en nuestra labor, porque ha venido al pelo a la policía francesa para apretar todavía más las clavijas”.
Terminaba el año y todavía dejaste unas líneas esperanzadoras a José Miguel Ullán: “Espero verte en París en enero, yo vuelvo dentro de unos días. Mis afectos para los tuyos y que el 74 sea algo mejor que este año miserable en que tantas ilusiones han muerto”.
Pero no fue así. En tu primera carta de enero de 74 a José Lezama Lima vuelves a dejar en tinta tu pesar por América Latina: “He pasado muchos meses difíciles, con una enormidad de trabajo resultante de mi largo viaje por América Latina, a lo que se sumó la tragedia de Chile y la necesidad de hacer todo lo posible por combatir ese estado de cosas y prestar ayuda a los refugiados que llegan a Francia y a otros países de Europa. Ya te imaginas que nada de eso es fácil, pero con todo, se van consiguiendo algunas cosas. Como siempre, lo más terrible es la lucha contra el olvido; la gente se cansa hasta de las peores tragedias, y pasa a otros temas”.
A Jean L. Andreu le dices en un párrafo: “Para qué pedirte disculpas por este largo silencio o, todavía peor, aburrirte con la explicación interminable de los motivos. La Argentina, Chile, un libro de cuentos…La vida se nos va yendo en esas cosas, aunque no lo lamento porque creo que hay que ayudar lo más posible a salir de tanto pantano en que anda metido el homo sapiens. Sapiens mon cul”.
El año de 1975 sería de más actividad política, más denuncias contra la dictadura militar en Chile, en Argentina… Una de esas paradas ocurrió en México. De acuerdo con lo que registraron los agentes de la DFS, el 20 de febrero de ese 1975, de las 9:40 a las 13:30, en el salón de los Candiles del Hotel del Prado, se llevó al cabo el tercer día de trabajos, bajo la conducción de Jacob Soderman y Friedrich Karl Kaul, que encabezaban la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile.
En una carta que enviabas a José Pedro Díaz desde París, ya le anunciabas tu viaje a México. “Su carta me llega cuando estoy con un pie en el estribo del jumbo que va a llevarme a México, donde participaré en el encuentro del Tribunal de Helsinksi, que dispone a decir lo que piensa sobre la situación en Chile”.
No imaginabas en ese momento que, décadas después, los espías te harían compartir espacios con otras historias. En la hoja 6 del reporte que los escribidores de la DFS elaboraron sobre el encuentro de la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, en el párrafo 5 aparece un testimonio que te sorprenderá por lo que el tiempo hace con la vida de las personas.
Esto es lo que la DFS guardó:
“Hizo uso de la palabra Ángela Jerra, viuda del General Alberto Bachelet, quien narró el testimonio que vivió desde su detención por la Junta Militar Chilena, los interrogatorios a que fue sometida y las torturas sufridas, para que firmara una confesión falsa, que a su hija también la atormentaron y a ambas las encarcelaron en celdas insalubres, en donde se percataron de la presencia de detenidos, entre hombres y mujeres, éstas últimas violadas por soldados. Que después de 21 días de presidio fue expatriada a Australia”.
¿Recuerdas, Julio, ese testimonio? Es muy probable que no. Han pasado casi 40 años y, además, cuántos miles de casos más se sumaron en esos días de locura.
Ese testimonio, el de Ángela Jerra (el apellido correcto es Jeria pero nuestros espías nunca tuvieron cuidado con eso de la precisión y mucho menos en asuntos de escritura), corresponde a la madre de Michele Bachelet, la joven a la que “también atormentaron y encarcelaron”. Esa joven es, ahora, la presidenta de Chile. Bueno, es la segunda ocasión que ocupa la Presidencia de ese país y, antes, fue la primera jefa del ejército chileno.
Y, claro, déjame leerte lo que anotaron de tu intervención. “Julio Cortázar, escritor de Argentina, también se pronunció en contra de la repetida Junta, por los múltiples asesinatos cometidos entre la juventud y atentar hacia la cultura de ese país, ya que fueron quemados todos los libros, acabando con los adelantos del pueblo, puesto que también fueron incinerados los textos de primaria, para implantar nuevos métodos de tipo militar”.
El testimonio de Sergio Maurin, director de la principal casa editorial durante el gobierno de Salvador Allende, confirma y refuerza lo que tú en ese momento denunciaste: la destrucción de libros y bibliotecas públicas y universitarias, libros de texto de otros países, entre los que estaba México.
De esos días por México dejaste muchas cosas. Regreso a tus cartas para recordar lo que significó para ti eso que para nuestros agentes era tan importante registrar y guardar.
Le escribiste a Raquel Thiercelin el 4 de abril de 1975 desde París: “Volví hace tres semanas de México, y mañana salgo para Venecia. Lugares tan distantes entre sí tienen sin embargo un denominador común: Chile. En
los dos casos voy por trabajos vinculados con lo que seguimos haciendo en favor de ese desdichado pueblo, cuyo martirio va más allá de todo lo que se pueda leer en los diarios; te aseguro que cinco días en México, escuchando los testimonios de hombres y mujeres torturados, deja atrás al infierno de Dante. Cuando nos veamos te hablaré también de lo mucho que me gustó México, de todo lo que conocí y vi, pero ahora te envío sólo unas líneas porque no quiero dejar tu carta sin respuesta.
“Deberás decirle a tus estudiantes que, por desgracia, mis obligaciones políticas ponen a Chile y a la Argentina en un primer plano de trabajo, y que cada vez tengo menos tiempo para sacar la tiza del bolsillo y dibujar una Rayuela en la acera…”.
Qué cosas, Julio. Los años en que tú morías por nuestros países latinoamericanos, por sus libertades, y te manifestabas contras las dictaduras militares, en México ocurría algo similar. El gobierno mexicano participa en esa reunión a la que acudiste. Acusas a la junta militar de Augusto Pinochet, que bien lo merecía, de estar desapareciendo a cientos de sus ciudadanos, escuchas los testimonios de una mujer como Ángela Jería, madre de Michelle Bachelet… Todo eso pasaba en el Distrito Federal, mientras en algunas otras ciudades y en zonas rurales, el ejército y grupos especiales de la DFS, sí la misma policía que te andaba siguiendo, hacía lo mismo que las juntas militares del centro y sur del continente: detenía, torturaba y desaparecía a “subversivos” y “terroristas”.
En el encuentro en que se denunciaron los abusos de Pinochet, el representante de México fue el entonces presidente del PRI, Jesús Reyes Heroles. El Estado mexicano estaba representado por un partido político. La historia suele ser ácida y amarga.
“Carol y yo vamos a México donde pasaremos tres meses hasta viajar a California. Tendremos vacaciones y después yo formaré parte del jurado para el premio de Nueva Imagen”, le adelantabas a Jaime Alazraki desde París el 26 de mayo de 1980.
El título del premio no era algo que pasara desapercibido para el olfato de los espías: El militarismo en
Latinoamérica, “con la idea de destacar el apoyo de Estados Unidos tanto en lo económico como en lo militar hacia algunos países que están actualmente bajo la Dirección Militar”, eso apuntaron en los reportes.
Algo estaba pasando que el nivel de “riesgo” que representabas parecía haber había aumentado. Las clavijas se apretaban más. Esta vez la tarea de seguirte los pasos estuvo a cargo del Grupo Especial del Departamento C-047 de la DFS. Una de las áreas creadas por Miguel Nazar Haro, el egresado de la Escuela de las Américas.
O tú y tus amistades se habían vuelto más “peligrosos”, o el viejo aparato de inteligencia de la DFS se estaba quedando sin mucho “trabajo”, por lo que una reunión para evaluar trabajos de un premio se había vuelto tan importante como para mandar a los agentes del C-047.
Lo que quedó en los documentos es también una referencia de la calidad del seguimiento y de la información de las reuniones a propósito del premio.
El reporte tiene fecha de 29 de agosto de 1980: “El 25 del presente mes, en la Hacienda Cocoyoc de Oaxtepec, Morelos, se reunieron las siguientes personas: Gabriel García Márquez, Julio Scherer García, Teotonio Dosantos, Carlos Quijano, Julio Cortázar, Rafael Pérez Gavilán, Jean Casimir, Ariel Dortal (el apellido correcto es Dorfman)”.
Transcribo tal cual, incluida la sintaxis:
“Los antes mencionados han estado realizando pláticas en el lugar antes señalado para determinar la forma de premio y asimismo para analizar desde su propio enfoque ideológico los acontesimientos (sic) que están sucediendo en la República de El Salvador, Bolivia y Guatemala, y han planteado la posibilidad de elaborar una declaración pública para dar a conocer el enfoque de esas personas, hasta el momento no han acordado nada al respecto, es conveniente destacar que ha participado asimismo el obispo de la ciudad de Cuernavaca, Dr. Sergio Méndez Arceo.
“Desde luego que hubo un punto en el que todos coincidieron que es del dar amplia difusión en América Latina al concurso de referencia, con el objeto de motivar a la opinión pública latinoamericana y ante todo a los grupos afines ideológicamente, en contra de la intervención de los Estados Unidos y de apoyo a los movimientos de inconformidad y libertad, que están surgiendo en: Bolivia, El Salvador y Guatemala.
“La idea asimismo es la de premiar en alguna forma, ya sea en efectivo o mediante la publicación en la revista Proceso, o bien en la Edisión (sic) de un libro patrocinado por la editorial Nueva Imagen, al triunfador de la reseña que destaque en forma objetiva y convincente los movimientos Revolucionarios que se llevan actualmente en América Latina y que asimismo destaque la intervención y el apoyo de los Estados Unidos a los Gobiernos Militares de cono Sur”.
Con eso es más que suficiente, ¿no te parece?
Ahora se sabe que el C-047 tenía entre sus tareas diseñar la estrategia de combate a la guerrilla, y a la Brigada Blanca, otro grupo paramilitar creado también por Nazar Haro, le correspondía ejecutar tal estrategia.
Julio, no solamente en París eras bien “atendido” por la policía. No sé cuántos metros mida tu expediente francés, sobre todo si, como dices, la policía de allá “apretaba más las clavijas”, o el del G-2 cubano, ahora sabes que también en México lo hacían.
No eras un riesgo, pero no les inspirabas confianza.
Por eso te pusieron a sus sabuesos. Porque a pesar de tus “buenas” amistades con intelectuales cercanos al poder, ese viejo animal que llevaba para entonces más 40 años en la Presidencia, al PRI, no dejabas de frecuentar a otros no tan cómodos, como Julio Scherer, quien por razones no del todo contadas se había distanciado del poder. En fin.
Te seguían porque no dejabas de ser incómodo para los poderes autoritarios y ellos sabían que navegaban en dos aguas: entre una aparente democracia y una dictadura perfecta.
Para entonces, creo que tenías idea del espionaje que se ejercía contra ti. Algo de ello le cuentas a Laure Bretone, precisamente desde Zihuatanejo, México, el 20 de agosto de ese 1980:
“Nos alegró mucho recibir tus noticias en esta lejana y solitaria playa. Nos pareció casi un milagro, porque se han perdido muchas cartas provenientes de Francia, y lo que es peor, un sobre que contenía el correo de 15 días y que un amigo fue a buscar a la rue Martel para enviarlo a México. Siempre es desagradable pensar que entre esas cartas podía haber alguna cosa realmente importante, y que alguien en algún rincón del mundo está esperando una repuesta que no va a llegar nunca”.
Cuba, Chile, Argentina, Uruguay, otros países se iban sumando a tus preocupaciones. Y todavía faltaba uno al que le dedicarías tu compromiso: Nicaragua. Hacia diciembre de 1979 cancelabas tu estancia en Harvard y California para dedicar más tiempo a “cuestiones de América Latina”, confiesas a Jaime Alazraki:
“Acabo de volver de un congreso sobre el exilio y de una semana maravillosa y emocionante en Nicaragua, donde me encontré con un pueblo que todavía no parece comprender que está definitivamente a salvo del horror de (Anastacio) Somoza, pues diariamente se despierta con la misma sensación de maravilla y se frota por así decir los ojos frente a una realidad tan diferente y tan extraordinaria. El problema es que el mundo entero ha dejado sola a Nicaragua”.
De tus batallas por Nicaragua, la DFS dejó registro el 24 de enero de 1983. “El escritor Julio Cortázar aplaudió el apoyo dado al proceso sandinista por los reconocidos intelectuales Carlos Fuentes, de México; Gunter Grass, de Alemania Federal y Graham Green”.
Ese mismo 24 de enero le escribías a Laure Bataillon desde Managua:
“Estoy bien, trabajando enormemente en Nicaragua donde hay tanto qué hacer. La situación sigue muy tensa, y diariamente mueren combatientes sandinistas asesinados por somocistas que entran desde la frontera con Honduras”.
Creo que preferirías no saber lo que hoy es esa Nicaragua o qué son hoy quienes la gobiernan. Los estudiosos, como Francisco de la Guerra, creen que la revolución de Nicaragua que tú apoyaste se entiende mejor a partir de tu relación con Sergio Ramírez, primer presidente de Nicaragua sin Somoza.
Habría que decirte que la Nicaragua que imaginaba Sergio Ramírez está muy lejos de lo que es en este 2014. Mejor ni hablemos de ello.
México no sería un país de paso para ti ni sería indiferente en tu existencia. Carlos Fuentes llegó a contar tus palabras sobre México: “Cortázar llegó tarde a México. Me dijo después de su viaje, en 1975, que Oaxaca, Monte Albán, Palenque, eran lugares metafísicos donde convenía pasarse horas de quietud, en silencio, aprovechando eso que Henry James llamaba ‘una visitación’”.
De las leyendas prehispánicas que pueblan nuestro pasado nacerían dos de tus cuentos: “La Noche Boca Arriba” y “Axolotl”. A esos lugares volverías en junio de 1980 a caminar con Carol Dunlop.
Más hojas sobre tu persona llenaron los agentes de la DFS: tu participación en septiembre de 1982 en el encuentro Diálogo de las Américas en Bellas Artes y otras tantas más.
La última quedó marcada con la fecha 3 de marzo de 1983, en Filosofía y Letras de la UNAM.
Tu ponencia duró de las 19:40 a las 20:50. Dice el reporte que elaboró el agente Serafín Sandoval que asistieron a escucharte mil 200 estudiantes. Y éste es el último párrafo que redactó:
“Enseguida se refirió a la situación que ha vivido el pueblo de honduras (sic) con todos sus problemas a través de sus fronteras violadas… también hizo una descripción de las partes o lugares y el como viven los hondureños, agregando para finalizar que durante una noche en Honduras frente a una fogata manifestó a unos de sus compañeros, que algún día podrán contemplar ese cielo para mirar las estrellas y no para detectar a los aviones que los atacan.
“La conferencia se dio por terminada a la hora señalada sin registrarse incidente alguno”.
Los documentos que hablan de ti, Julio, habitan con cientos de gatos que caminan lentos y perezosos por las lajas y los jardines de Lecumberri. Una lluvia discreta cae y un viejo que pasa sus horas en estos archivos llama a una gata, amorosamente, “Mocosa”.
Compartes espacio con las ánimas de los tantos presos que no regresaron a las calles. Vives con las almas de los que murieron acá cuando en este lugar se archivaban cuerpos, esas almas que, cuentan algunos viejos trabajadores, se fueron apropiando de todos los espacios.
En esta mañana nublada, mientras leo una a una las fichas de quienes siguieron tus pasos, mientras te imagino debatiendo, lanzando tus argumentos, de una radio vieja se escapa un solo de trompeta importunando el cotidiano silencio de este lugar. Una pieza de jazz trastrabilla entre tus papeles.
Sigo leyendo fichas y te imagino botado de la risa, abrazado a tu saxofón o a “Theodoro W. Adorno”, tu gato… y se filtra en el recuerdo esa frase que pusiste en los labios de Johny, en El perseguidor:
“Esto lo estoy tocando mañana… Esto ya lo toqué mañana”.
Sí, esto también ya lo había leído mañana.
Feliz cumpleaños, feliz centenario, querido Julio.