En la jerarquía de la Iglesia católica mexicana escasean ya las personas con la madera de Raúl Vera López, ese estudiante que se sacudió con el movimiento de 1968, se formó después en la ortodoxia teológica vaticana y luego se “reeducó”, por ejemplo, con las comunidades indígenas de Chiapas y el obispo Samuel Ruiz.
Por eso, cuando aterrizó en el desierto del norte del país, él ya había optado por practicar una teología por los derechos humanos y acompañar a los disidentes, a los excluidos. Desde la Diócesis de Saltillo, a donde lo enviaron en castigo por no haber “sometido” a Samuel Ruiz, ha caminado junto a madres de desaparecidos, la comunidad LGBT, migrantes, maestros, familiares de los mineros de Pasta de Conchos.
Hoy, a sus 78 años, no para. Va a donde tiene que estar. A presentar testimonios a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, a la Selva de Quintana Roo para atestiguar el desastre del Tren Maya o a dar una misa para las madres y padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Hace tantas cosas porque dice que no tiene derecho a estar descansando, a “estar de niño bonito” cuando le quedan tantos pendientes. Eso no le impide tomarse unas cervezas, disfrutar de la transmisión de un partido de futbol o cabalgar acompañando a campesinos que sufren el despojo de agua en Coahuila.
Y, por la noche, caminar por el desierto, mirar al cielo, como un vaquero en la oscuridad, uno de los últimos vaqueros de Dios.
El fuego y la avaricia
A fray Raúl Vera le sienta bien el desvelo. Ni un bostezo asoma por su rostro, ni una queja por el frío. Suspira, tose un poco, nada más. No lleva encima su hábito dominico, esa túnica blanca que lo distinguió durante sus más de 20 años como obispo de la Diócesis de Saltillo. Sólo una camisa de franela lo protege del aire helado.
Son las tres de la mañana de un sábado de mayo, estamos en medio del desierto coahuilense. Suena un tambor.
Junto al fuego, un hombre robusto y de larga cabellera entona una letanía a Wakantanka: el Gran Espíritu, según la cosmogonía de los pueblos indígenas de América del Norte. Al terminar, acaricia el cráneo de buey que carga en su brazo derecho y, tímido, le pide unas palabras al fraile. Raúl Vera parpadea tres o cuatro veces, rápido, como si quisiera atrapar una idea con sus pestañas. Mientras se acerca a la hoguera, moja sus labios y decide que es buena hora para hablar del Diablo:
–Le llamamos Satanás –deja que las llamas destellen en su rostro–. Así es como los católicos nombramos al Espíritu del mal. Aquí, bajo este manto estrellado, en esta tierra llena de prodigios, debemos recordar que el espíritu del mal está entre nosotros.
Décadas de historia se concentran en su figura chaparrita. Antes de ordenarse sacerdote, estudiaba Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y participó en el movimiento estudiantil que culminó en la masacre del 68.
Se inscribió luego en la Orden de Predicadores de los frailes dominicos y se mudó a Bolonia, Italia, para estudiar Teología. Dos décadas después, fue nombrado obispo de la Diócesis de Ciudad Altamirano, en Guerrero, y en 1995 fue enviado a Chiapas como obispo coadjutor de la Diócesis de San Cristóbal.
El Vaticano buscaba que controlara al obispo Samuel Ruiz, quien había respaldado el levantamiento zapatista un año antes. Pero Vera se rebeló y defendió ante el papa Juan Pablo II el proyecto de Ruiz. Desde entonces, su fama como aliado de todo tipo de movimientos sociales ha crecido más y más.
–No somos dueños de esta tierra –dice y su índice apunta a las estrellas–. Nos fue dada en empeño para cuidarla. Pero hay quienes se creen dueños de lo que no les pertenece. En esa avaricia, ¡en esa avaricia, ahí está el espíritu del mal!
Hace una pausa y aprovecha para mirar a las mujeres y sombrerudos que le rodean, al grupo Sioux que dirige la ceremonia. Confía en el efecto de sus palabras: tiene que confiar; sin fe de por medio, cualquier acto pierde valor. Cada tanto, el fraile se obliga a recordar que lo que él llama la palabra de Dios, las palabras de sabios y profetas, no son sólo letras muertas, sino parte de una revelación.
Después de cinco años en Chiapas, fue enviado a la Diócesis de Saltillo. Lo que parecía un castigo por su desobediencia –obligarlo a renunciar a su trabajo con las comunidades en la frontera sur, a la belleza de la selva, a la diócesis que había ayudado a construir–, se convirtió en su proyecto más ambicioso.
Su trabajo resulta imprescindible para entender lo que sucede en estos rumbos. A los pocos años de llegar a Coahuila, por ejemplo, creó la Casa del Migrante para ofrecer un refugio seguro a quienes enfrentan la violencia policial o criminal en su paso hacia la frontera.
Su acompañamiento a las familias de los mineros de Pasta de Conchos resultó decisivo para articular demandas colectivas. Lo mismo respalda un plantón de maestros coahuilenses que exigen el pago de sus jubilaciones que crea un grupo pastoral para incluir en su diócesis a personas trans, bisexuales, homosexuales y lesbianas.
En 2001, Raúl Vera fundó también el Centro Diócesano para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios, desde donde se otorga acompañamiento legal y jurídico a docenas de movimientos en defensa de derechos laborales o comunitarios. Y cuando la guerra contra el narco desató la crisis de desapariciones forzadas, ayudó a crear la organización Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila.
No es raro entonces que los presentes, incluso quienes no practican el catolicismo, le escuchen con atención devota. Saben que su prédica no se limita a las palabras:
–En la complicidad de los gobiernos con los criminales, ahí está el mal –reitera el obispo–. ¡Ahí! En la mezquindad de los empresarios cuando no les importa el daño que hacen al privatizar el agua. No lo duden un segundo: ahí está el mal.
La comitiva Sioux aprueba las palabras del fraile con una exclamación. Un puñado de tabaco cae al fuego. La ceremonia termina sin más aspavientos y él se aleja tanteando las sombras de los huizaches.
A estas horas de la noche, con su camisa de franela a cuadros y su caminar despreocupado, el fraile Vera bien podría pasar por un ranchero más de este desierto, uno de esos vaqueros que a veces buscan a su rebaño en medio de la oscuridad.

La ira de Raúl Vera, un obispo en retiro
A Raúl Vera se le identifica como el último heredero de la Teología de la Liberación, esa corriente de obispos convencidos de que la búsqueda de justicia en esta tierra es el camino hacia el “Reino de los Cielos”, sacerdotes que, desde los años 60, impulsaron una Iglesia alejada de toda aristocracia y apostaron, en cambio, por una espiritualidad comprometida con las luchas populares. “Obispos rojos” los llamaron los medios.
Pero a él no le entusiasma el sobrenombre. Lo suyo, insiste, es una teología por los derechos humanos, o una teología latinoamericana.
–La Teología de la Liberación es un concepto muy satanizado –explica–. A muchos de los sacerdotes que lucharon por la liberación de los pobres los llamaban así para acusarlos de marxistas. Yo predico el Evangelio. Y sí, el Evangelio libera.
Tiene 78 años y han pasado casi cuatro desde que se retiró del obispado. A mediados de 2020, presentó su dimisión ante el papa Francisco. Cumplir 75 lo obligaba a ello, según las normas eclesiásticas. Y aunque el papa podía rechazar su retiro o postergarlo indefinidamente, su renuncia fue aceptada sin chistar.
“¿Se imaginan a Jesús diciendo ‘Yo no me meto en política porque me van a matar’. ¡No, señores!”.
–¿Y qué opina usted de Marx?
–Yo creo que tuvo razón en concluir que la acumulación de capital era un problema: barbaridad y media se ha cometido a causa de eso. Pero los regímenes marxistas también cometieron atrocidades. En nombre de Marx tuvimos figuras dictatoriales, sí, ¿qué le vamos a hacer?
En 2021 celebró su última misa como responsable de la Diócesis de Saltillo. Fue nombrado obispo emérito, un cargo honorífico. Desde entonces, y a diferencia de su predecesor, el obispo emérito Francisco Villalobos –quien murió en 2022 a los 101 años y solía oficiar misa cada domingo en la catedral–, Raúl Vera no ha vuelto a subir al púlpito de la iglesia de Santiago Apóstol.
–He estado ocupado en otras cosas –dice para no darle demasiada importancia a lo que sus cercanos murmuran: que en la decisión del papa y en la forma en que Vera ha quedado relegado existe el afán de silenciar una voz que se atrevía a cuestionar al poder desde la cúpula de la Iglesia Católica.
Pero es cierto que ha estado ocupado. En marzo pasado, por ejemplo, visitó el cenote Dama Blanca, descubierto durante las labores de prospección del tramo 5 del Tren Maya, en Quintana Roo. Se trata de un cuerpo de agua subterráneo en donde habitan especies prehistóricas de peces que no existen en ningún otro sitio. “Es una vergüenza –dijo Vera ante una cámara después de descender a la boca del cenote–. Urge ponerle un alto a este crimen”.
Había sido invitado como miembro del Tribunal por los Derechos de la Naturaleza, un ejercicio convocado por una red de más de 100 organizaciones de todo el mundo para revisar casos graves de afectaciones ambientales. Durante cuatro días, Vera visitó algunos de los ecosistemas que toca el trazo del Tren Maya y participó en audiencias de más de ocho horas, en las que escuchó denuncias de biólogos, activistas y pobladores.
–El Tren Maya está allí para promover el turismo: no va a llevar desarrollo sino explotación –me dice en entrevista y su cara enrojece como siempre que el enojo lo invade–. Los hermanos mayas lo dicen claro: “Esto atenta contra la vida, contra nuestras vidas”. ¡Esa advertencia es seria! Los mayas son un grupo indígena con mucha sabiduría y dignidad. Ellos supieron resistir hasta el siglo XX y fueron los primeros en oponerse al Tratado de Libre Comercio. Saben lo que viene. Para mí es una tragedia que toda esa belleza natural y toda esa sabiduría de nuestros hermanos se la coma, se la trague el turismo. ¡Ave María Purísima! ¡Qué mediocridad!
Un par de meses después de su visita, el presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió al trabajo del Tribunal por los Derechos por la Naturaleza e insinuó que los opositores al tren estaban financiados por Estados Unidos. “Muy corruptos los de las organizaciones supuestamente ambientalistas y los que los patrocinan”, descalificó a los críticos de su proyecto.
Vera respondió ese mismo día: “Los gobiernos extranjeros no me mantienen y jamás me han dado línea. Si llovieron denuncias en torno al mal llamado Tren Maya es porque la ciudadanía no lo acepta, aunque sean personas que lo votaron y lo respetan a usted”.
Raúl Vera estuvo en la Ciudad de México en aquellos días para acompañar a las organizaciones de madres buscadoras durante su marcha del 10 de mayo. Por invitación de la escritora Elena Poniatowska, también participó en una conferencia junto a familiares de personas desaparecidas en México y Centroamérica.
Llama la atención su disposición para escucharlo todo. “Hay aspectos que ustedes mencionan que no alcanzamos siquiera a dimensionar”, dijo a las madres buscadoras después de tomar notas durante dos horas en el Ipad que carga a todos lados. “Escucharles es para mí un privilegio”. Ese también fue su principal comentario durante las Audiencias del Tribunal por los Derechos de la Naturaleza: “Escucharles es una gravísima responsabilidad que debo asumir”.
–En algún momento usted le dio el beneficio de la duda a Andrés Manuel López Obrador y su gobierno –le recordé.
–Sí –admitió todavía molesto por el desplante presidencial–. Yo siempre me pregunté de dónde iba a sacar él a toda la gente honesta que necesitaba para la estructura de su proyecto. Eso fue lo que falló. No tenía muchos partidarios en la estructura que le dejaron. Cambió a los jefes, pero toda la burocracia y los vicios de los años pasados siguen más o menos igual. Para mí es evidente que, por esta debilidad, él le dio todo el poder y todas las funciones al Ejército. Es algo muy delicado. Me preocupa mucho en manos de quiénes va a dejar el país.
–El presidente acompaña muchos de sus gestos públicos con símbolos cristianos o católicos. ¿Qué le dice eso a usted?
–Me consta que es un hombre religioso. Recuerdo cuando murió su esposa (Rocío Beltrán) y cómo la familia celebró los novenarios. Había un respeto claro a los rituales católicos. El problema de López Obrador no es su espiritualidad. Su problema es que es necio y, como todo necio, no sabe escuchar. No puedes ser un líder si no sabes escuchar.
–Usted dedica buena parte de su energía a escuchar, a escuchar a la gente.
–¿Cómo no voy a hacerlo? Dios me habla a través de la gente. Yo trabajo con seres humanos y el diálogo, la escucha, es fundamental para organizar, por ejemplo, una diócesis. Ese es siempre el primer paso.

Chenalhó, Chiapas, 21 de diciembre 2011. Raúl Vera, obispo de Saltillo, encabezo una caminata en memoria de la matanza de 45 indígenas tzotziles de la comunidad de Acteal ocurrida el 22 de diciembre de 1997. Foto: Pedro Anza | Cuartoscuro.com

Ciudad Juárez, 16 de enero de 2011. El obispo Raul Vera colocó un listón en protesta por el asesinato de Susana Chávez, defensora de derechos humanos. Foto: Nacho Ruiz | Cuartoscuro.com

Ciudad de México, 19 de febrero de 2010. Los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera encabezaron la ceremonia litúrgica en memoria de los 65 mineros que perecieron tras el colapso de la mina de carbón de Pasta de Conchos en Coahuila hace cuatro años. Foto: Moisés Pablo | Cuartoscuro.com

Ciudad de México. El obispo Raúl Vera encabezó la procesión con familiares de los mineros atrapados de Pasta de Conchos, tras concluir la eucaristía en el Antimonumento de Pasta de Conchos, en protesta por el incumplimiento del gobierno federal de no recuperar los cuerpos de los mineros. Foto: Cuartoscuro.com

Xochitepec, Morelos, 19 de agosto de 2017. Raúl Vera, obispo de Saltillo, en la plaza principal de la comunidad de Alpuyeca, en donde presentó la propuesta de la Asamblea Nacional Constituyente. Foto: Margarito Pérez Retana | Cuartoscuro.com

Chilpancingo, Guerrero, 7 de febrero de 2016. El obispo Raúl Vera López, presidente de la organización de derechos humanos “Red Solidaria Década contra la Impunidad”, se reunió en el kiosko del Zócalo con familiares de víctimas de desaparición forzada y asesinatos.. Foto: José I. Hernéndez | Cuartoscuro.com

Ciudad de México, 11 de julio de 2013. Raúl Vera ofició una misa a las afueras de la Consejo de la Judicatura Federal, donde pidieron por la liberación del indígena chiapaneco Alberto Patishtán Gómez. Foto: Saúl López | Cuartoscuro.com
Combatir la soberbia
No es por falta de sueño que esta mañana le haya costado ponerse en pie. La vida nocturna es parte de los hábitos del fraile Vera. “No se pierde la última cerveza de la noche ni la primera oración de la mañana”, cuenta Jackie Campbell, quizá su colaboradora más cercana.
–¡Don Ra, qué fuerte se ve! –le dice una catedrática de la Universidad Autónoma de Coahuila al encontrarlo entre las nopaleras–. ¡Da gusto verlo con tanta energía!
Él sonríe a cuestas. Durmió un par de horas dentro de una casa de campaña y ponerse en pie desde un lecho a ras de piso le ha costado más de lo que le gustaría admitir. Su presencia en el desierto obedece a la intención de participar en una gran cabalgata convocada por el colectivo “Sí a la Vida”.
Representantes de al menos ocho ejidos se reunieron anoche en este páramo ubicado entre los municipios de Parras y General Cepeda. Entre tamales, fara-fara, cervezas y aguardiente, buscaron afianzar lazos para combatir los proyectos industriales e inmobiliarios que amenazan con contaminar o mermar las reservas de agua de la zona.
–Aquí cerca está la hacienda de Miguel Guajardo –explica Juan Gamboa, uno de los líderes campesinos de la zona–. Nada más él tiene concesionados 10 millones 800 mil metros cúbicos de aguas subterráneas. Entre todos los ejidatarios, tenemos 10 millones de metros cúbicos de aguas, pero sólo de temporal: cuando llueve. Él bombea todos los días, nosotros no tenemos ni un pozo. Estamos rodeados de una docena de personajes así: millonarios que acaparan toda el agua.
En septiembre de 2015, un grupo de campesinos de los ejidos del municipio de General Cepeda tomaron la Presidencia Municipal para exigir que no se autorizara la instalación de un vertedero de residuos tóxicos en el ejido de Noria de la Sabina. Se levantaron órdenes de aprehensión contra cinco miembros del colectivo y se llegó al extremo de sembrar un cadáver en los terrenos ejidales.
Durante meses, Vera había escuchado relatos sobre coyotes, serpientes y conejos envenenados que aparecían muertos en los ejidos cercanos, así que buscó acercarse a los habitantes de la zona.
Por aquellas mismas fechas, la empresa Sociedad Mexicana Ecológica del Norte, responsable del vertedero, lo demandó penalmente por haber roto un candado y animado a un grupo de rancheros a cruzar un alambrado e invadir propiedad privada. “Estoy dispuesto a ir a la cárcel”, respondió él.
La irrupción sirvió para demostrar, mediante un peritaje, que en esos terrenos los mantos freáticos se encontraban a tan poca profundidad que los desechos tóxicos estaban envenenando el arroyo San Miguel.
Vera en persona acompañó a los ejidatarios a denunciar ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, instancia que ordenó clausurar el vertedero, primero en 2018, después en 2022, aunque existe evidencia de que continúa operando.
–Desde entonces Don Ra comenzó a estar a toda hora con nosotros, se aparecía de repente en las asambleas para animarnos o para ver qué necesitábamos. La raza se acostumbró a tenerlo aquí. Y también nos acostumbramos a “charolear” con Don Ra en todos lados: sabemos que con él cerca sería más difícil dañarnos.
Su cabello blanquísimo y su piel rosada destacan tanto en la aridez de estos paisajes que nunca falta el ranchero que le suelta al paso un comentario burlón:
–Parece usted un muñequito de esos que salen en la Rosca de Reyes –le dijeron hace unos años, cuando se le ocurrió aparecer por allí con sus hábitos de obispo.
–Pues, a lo mejor de mí tomaron el modelo –respondió él con una risita–. Yo soy el original.
La gente lo quiere por esos detalles. Raúl Vera es un fraile poco común. Alguien capaz de reírse de sí mismo y convivir como un igual incluso con quienes no creen en Dios ni en Cristo; un obispo que todavía se deja ver en los bares de Saltillo cerveza en mano o que bebe sotol con los ejidatarios a ras de banqueta.
En diciembre de 2018, cuando todavía era obispo, Vera recorrió por primera vez el ejido de San Isidro de Castaños a caballo y junto a más de 200 ejidatarios de la zona. A los rancheros les entusiasmó verlo pisar el estribo para treparse sin dudar a una silla de montar. Nacido en Acámbaro, Guanajuato, su niñez y primera juventud no estuvieron exentas de tradición rural y cuando fue obispo en Ciudad Altamirano solía recorrer la sierra a lomo de mula.
Desde entonces, los ejidatarios dejaron de verlo como un viejecillo delicado y a él, cansado de que en las ciudades la gente no deje de ofrecerle la mano hasta para bajar un escalón, le cayó bien esa deferencia. Se ajustó su sombrero con gusto y cabalgó kilómetros sobre la montura de un alazán fornido.
–La Iglesia no solamente se hace escuchar en los templos –dijo a la multitud al terminar–. Es importante que aprendamos a defender nuestros derechos. Acérquense a la diócesis. Para eso estamos. Junto a otros hermanos, la Iglesia ha logrado que se escriban códigos internacionales: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por ejemplo.
Ahora, mayo de 2023, la mañana avanza lenta. Gracias a una ligera llovizna que cayó antes del amanecer, las albardas y las biznagas estallan en flores de un rosa intenso. La comitiva prepara sus alforjas, un par de jinetes ajusta ya la brida de sus caballos. Las casas de campaña vuelven a enrollarse, alguien sirve el café que se calienta en la fogata. Quienes no tuvieron tiempo de saludar al fraile anoche lo hacen ahora: viejos conocidos, uno que otro activista, maestros universitarios que acompañan la cabalgata. Pocos resisten la tentación de darle una palmada en la espalda y repetirle que se ve entero, fuerte.
–Me dan ganas de recomendarles a un oculista –bromea él–. O a lo mejor es que esperan verme ya todo enclenque, postrado: debilucho.
–¿Le da miedo pecar de soberbia?
–Sí. La gente me tiene en sobrestima –dice– y yo soy muy proclive a la soberbia… desde niño. Hay quien llega y me llena de halagos, casi con lágrimas en los ojos. Imagínate. Yo tengo que acordarme de San Martín de Porres (el primer afroamericano en ser canonizado). Él se avergonzaba de las palabras bellas que le dedicaban: “Qué bueno que Dios no deja que vean lo que hay en mi interior”, decía. “Si Dios me volteara al revés sería una catástrofe”. Yo me siento así. Cuando me sueltan un halago, debo obligarme a recordar que existen quienes me mientan la madre sólo por ser como soy. Gente que sólo está esperando que me muera.
Vera se aleja para tomarse un minuto a solas mirando los montes y los riscos deslavados de arena roja. Al último vaquero de Dios no le gusta recibir halagos.

El miedo a la muerte
A finales del 2007, un nuncio apostólico le entregó al todavía obispo de Saltillo un “extrañamiento” proveniente de la Santa Sede. El Vaticano lo cuestionaba por haber escrito el prólogo de Prueba de fe: la red de cardenales y obispos en la pederastía clerical, un libro periodístico que denunciaba el encubrimiento de la Iglesia católica en México a sacerdotes pederastas.
Entre otras consideraciones, Vera señaló la urgencia de que el clero entendiera los abusos sexuales de los religiosos contra menores de edad no sólo como pecados sino, sobre todo, como actos criminales.
Una década después, en 2017, una persona de nombre Ignacio Martínez, quien se presentaba como activista y víctima de pederastía, lo acusó de proteger abusadores en su diócesis. El señalamiento ocurrió en el contexto del encarcelamiento de Juan Manuel Riojas Martínez, el Padre Meño, sacerdote perteneciente a la diócesis vecina de Piedras Negras, a quien se le comprobaron varios casos de abuso de menores.
Ante los señalamientos de Martínez, un grupo de reporteros acorraló al obispo en una conferencia de prensa en la que se le notó titubeante, incómodo. Como pudo, explicó que en su diócesis existía una comisión dedicada a prevenir e investigar cualquier denuncia de carácter sexual.
Informó que en su momento había informado a las autoridades sobre dos casos en su diócesis –así lo confirmaría días más tarde el Ministerio Público–, pero que no podía forzar a los padres de las víctimas a acudir a denunciar antes.
–Yo no encubrí a nadie –cuenta en entrevista–. Tuve algunos casos, sí. Desde 2005, el papa Juan Pablo II determinó que estos casos no los puede llevar un obispo: se debe informar a la Santa Sede para iniciar un proceso. Ese es el procedimiento. Hice lo pertinente y a estos dos casos se les retiró del sacerdocio. Sobre las acusaciones de este muchacho (Ignacio Martínez), la fiscalía informó que no existían más denuncias que nos involucraran. Él murió durante la pandemia, y ya no pudo aclararse ese asunto. Pero a mí, a mí, me informaron que a él le pagaba el gobierno para difamarme: recibía un sueldo para ello.
La acusación de encubrir pederastas habría sido entonces un ardid. De acuerdo con Vera, versión respaldada por decenas de organizaciones defensoras de derechos humanos, se trataba también de una venganza.
En septiembre del mismo año en que se le hicieron las acusaciones, 2017, el entonces obispo encabezó una comitiva que viajó a los Países Bajos para presentarse ante la Corte Penal Internacional.
Llevaba consigo un documento, elaborado por la Federación Internacional de Derechos Humanos y la Clínica de Derechos Humanos de la Universidad de Texas, en el que se denunciaba a Rubén Moreira –quien vivía sus últimos meses como gobernador del estado– y a su hermano Humberto –también gobernador entre 2005 y 2011– por crímenes de lesa humanidad.
El informe contenía los testimonios de 14 miembros de Los Zetas, presos en Estados Unidos, abundantes en detalles sobre la complicidad que mantenía el cártel con el gobierno estatal. Masacres y masacres de migrantes o campesinos, torturas, reclutamiento forzado, desapariciones.
Lo ola de violencia no ha parado del todo, pero en aquellos años Coahuila parecía un matadero a cielo abierto. Y mientras la fuerza pública se empeñaba en perseguir sólo a las organizaciones rivales al cártel de la casa, las instituciones firmaban contratos con las empresas de los jefes delictivos.
–Nosotros veíamos cómo usaban la cárcel de Piedras Negras como estacionamiento de los grupos criminales: los jefes entraban y salían como si fuera su casa y reclutaban gente allí adentro. Por eso la saña contra mí y mis colaboradores.
Vera cuenta esto con exabruptos y resoplidos, tartamudea; a veces sonríe como para evitar que por su rostro asome el miedo. La acusación de encubrir pederastas en su diócesis llegó apenas dos semanas después de que él visitara La Haya.
Si insiste en que se trató de una campaña mediática es porque estaba acompañada por ataques y amenazas de otro tipo. Desde agentes gubernamentales que tomaban nota de sus discursos en eventos públicos hasta soldados vigilando su casa o allanamientos constantes a sus oficinas y las de sus colaboradores.
“No tengo derecho a sentir miedo.¿qué derecho puedo tener de estar de niño bonito, descansando?”.
Está acostumbrado a que le jueguen sucio. En 1997, cuando viajaba junto a Samuel Ruiz por el norte de Chiapas, un comando armado con metralletas y ligado al Partido Revolucionario Institucional abrió fuego contra su caravana. Las balas alcanzaron a un par de catequistas –José Pedro Péres y José Vázquez– que viajaban con ellos.
De milagro, nadie murió. Sin embargo, por esos mismos días, la hermana de Samuel Ruiz sufrió un intento de asesinato.
Desde entonces, Vera se toma el asunto de manera seria. En Saltillo, el número de personas que ha ayudado es sólo proporcional al número de enemigos que ha ganado.
El 11 de julio de 2006, por ejemplo, en la zona de tolerancia ubicada entre los municipio de Castaños y Monclova, 14 mujeres –bailarinas y trabajadoras sexuales– fueron golpeadas, amenazadas con armas de fuego y luego violadas por un grupo de militares del 14 regimiento de Caballería Motorizada con destacamento en Múzquiz.
Raúl Vera y su equipo se apersonaron en la zona de tolerancia a entrevistar a todas las mujeres agredidas y a cualquier testigo con ganas de hablar. Organizaron marchas, conferencias de prensa, acompañaron a las víctimas a denunciar. Lograron que ocho militares fueran detenidos y juzgados.
Desde entonces, Jackie Campbell, su asesora de comunicación, comenzó a recibir amenazas diarias en su correo electrónico. Vera la sacó del país y le consiguió una beca en la Universidad Nacional de la Plata, en Argentina, para estudiar una maestría en Derechos Humanos.
Es una mujer regiomontana de ojos verde esmeralda y cabellera plateada: durante años dirigió la oficina de comunicación y derechos humanos de la diócesis. Es lo más cercano que tiene Vera a una heredera: Jackie lo acompaña en cada una de las causas o lo incita a involucrarse con otras comunidades y, quizá, por eso también es que ella no deja de recibir amenazas. En 2021, allanaron sus oficinas dos veces.
–Cuando llegué a Chiapas y decidí sumarme al proyecto pastoral de Samuel, los periódicos publicaban barbaridad y media de nosotros. Después del atentado, yo le preguntaba a Samuel, desesperado: “¿Qué vamos a a hacer ahora para salir de esto? ¿Cómo vamos a resolver este desastre?”. “No sé cómo vamos a salir de ésta”, me decía, “pero va a ser una aventura emocionante”. Esto hay que decirlo siempre, defender lo que es justo es emocionante.
–¿No tiene miedo de los enemigos que ha ganado?
–Yo no tengo derecho a sentir miedo. Jesucristo no tuvo miedo de morir en la cruz por nosotros, él aceptó ser crucificado en nuestro nombre para salvarnos, ¿qué derecho puedo tener yo de estar ahí nomás, de niño bonito, descansando?
Su agenda siempre está llena. En 2023 Raúl Vera también se dejó ver en plantones estudiantiles de Saltillo o junto a colectivos LGBT+ durante la Marcha del Orgullo. Entrevistó en persona a un simpatizante de Morena acusado y perseguido por un delito fabricado; denunció la impunidad en casos de feminicidio en Jalisco y viajó a Tierra Caliente, Guerrero, para acompañar a los sobrevivientes y familiares de la masacre de El Charco.
Participó además en decenas de videollamadas con sus amigos del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas para enterarse de primera mano de la violencia armada en Chiapas.
También viajó a El Vaticano para participar en la audiencia general del papa Francisco, a quien considera “un santo”, además de un buen amigo y con quien ha tenido audiencia privada varias veces.
–Él ha tenido un papel fundamental para consagrar una Iglesia que abrace la opción por los pobres que muchos teólogos latinoamericanos impulsamos desde hace mucho tiempo –explica–. En 2007, cuando fue la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Brasil, fue el papa Francisco quien redactó el documento final, cuando era cardenal. En ese documento se madura el trabajo por los pobres como eje derivado del Concilio Vaticano II.
Raúl Vera se refiere constantemente al Concilio Vaticano II, realizado en 1954, como uno de los pilares de su propio pensamiento. Encabezados por el papa Juan XXIII, todos los obispos del mundo se reunieron para discutir y reflexionar sobre el futuro de la fe católica. La Iglesia buscaba ponerse al día con el mundo moderno y establecer relaciones abiertas con otras religiones.
–Se trata de caminar juntos –resume Vera–. Se trata de que nadie sea considerado “impuro”.
A finales del año pasado, el papa Francisco autorizó a los sacerdotes bendecir parejas del mismo sexo. La aceptación de la homosexualidad por parte de la Iglesia católica, inimaginable en otra época, es un tema en el que el papa ha insistido desde su nombramiento.
–¿Alguna vez habló sobre la comunidad LGBT+ con el papa?
–Esta vez acudí a presentarle mis saludos. Él sólo me preguntó mi edad –ríe–. En otras ocasiones sí hablamos de este tema porque tuve acusaciones ante la Santa Sede por tener un grupo pastoral conformado por lesbianas, personas homosexuales, trans. Eso fue antes de 2020. Tuve que enviarle una carta. “Me persiguen”, le escribí.
“La Santa Sede me obligó a cerrar ese grupo. El papa me contó que él había trabajado ya con cuatro grupos pastorales que incluían hombres y mujeres de la diversidad sexual. A veces tengo que dar cátedra u homilía a grupos conservadores, gente que está en contra de que familias gays adopten o que se oponen a las personas transgénero, por ejemplo. No entiendo esa necesidad de estar condenando a la gente sólo por vivir su sexualidad de otra forma. No es nuestro papel”.

Amatlán de los Reyes, Veracruz, 14 de febrero de 2015. Las Patronas, el grupo de mujeres activistas y defensoras de los derechos de los migrantes, festejó su 20 aniversario en compañía de los religiosos Alejandro Solalinde, fray Tomás y Raúl Vera, entre otros. Foto: Félix Márquez | Cuartoscuro.com

Ciudad de México, 29 de septiembre de 2022. El obispo Rúl Vera ofició una misa para los manifestantes que se encuentran en las afueras de la Secretaria de Gobernación. Foto: Victoria Valtierra | Cuartoscuro.com

Saltillo, Coahuila, 7 de junio de 2011. El poeta Javier Sicilia y el obispo Raúl Vera encabezaron un acto de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad. Foto: Isaac Esquivel | Cuartoscuro.com

Ciudad de México, 12 de octubre de 2014. El obispo Raúl Vera asistió al Encuentro Internacional de Resistencias Populares de América Latina y el Caribe, llevado a cabo en la Parroquia de San Pedro Mártir. Foto: Adolfo Vladimir | Cuartoscuro.com

Acteal, Chiapas, 22 de diciembre de 2023. Con motivo de los 26 años de la masacre de Acteal y 31 años de la fundación de las Abejas de Acteal, las y los sobrevivientes y iniciaron una peregrinación a la sede de las de Las Abejas, donde realizaron una ceremonía en la que estuvieron presentes los obispos de San Cristóbal de las Casas y el obispo Raúl Vera.
Foto: Eduardo Gutiérrez | Prensa Abejas

Saltillo, Coahuila, 14 de junio de 2021. El obispo emérito Raúl Vera marcha, junto con cientos de personas. en el primer cuadro de la ciudad para exigir respeto a los derechos humanos, laborales y sociales, además de familiares que buscan a sus seres queridos desaparecidos. Foto: Alejandro Rodríguez | Cuartoscuro.com

Tecoanapa, Guerrero, 8 de febrero de 2016. El obispo Raúl Verá López sostuvo una reunión pública con dirigentes sociales denominada “Derecho a la Vida”. Foto: José I. Hernández | Cuartoscuro.com

Cancun, Quintana Roo, 27 de marzo de 2015. Raúl Vera da una charla como parte de la cruzada que ha emprendido junto con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, para presentar los puntos de la convocatoria a integrar un congreso constituyente que redacte una nueva Constitución. Foto: Elizabeth Ruiz | Cuartoscuro.com
Además de visitar el Vaticano, acudió a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para entregar expedientes de personas privadas de la libertad en México bajo acusaciones falsas. Sus colaboradores mencionan que resulta difícil seguirle el paso de lo rápido que camina en los aeropuertos.
Es como si quisiera imitar la ubicuidad que se le atribuía a San Martín de Porres, uno de sus santos predilectos. Y es que, cada vez más a menudo, a Vera se le puede encontrar también comiendo vísceras de cabrito en las rancherías de Jalpa, barbacoa o machaca en Pilar de Richardson, charlando con los jesuitas de las capillas en Parras o tomando cerveza bajo la sombra de algún pórtico en algún otro de los ejidos cercanos.
–Cuando me retiré, tenía la opción de irme con los frailes dominicos. Sé que con ellos siempre voy a tener una casa, pero preferí quedarme en Saltillo. En principio porque el nuevo obispo era un poco inexperto y me pidieron que le ayudara a entender cómo funcionaba la diócesis.
La diócesis de Saltillo: 66 iglesias en 13 municipios, todos cercanos a la frontera con Texas. El trabajo que ha hecho con todos los grupos perseguidos le valió ser nominado al Premio Nobel de la Paz en 2011 y lo hizo ganar el Premio Rafto 2010.
–Yo temía que ese trabajo se perdiera –dice–. Afortunadamente, dejamos una diócesis bien organizada y el nuevo obispo (Hilario González) ha debido reconocer que todos los grupos pastorales funcionan por sí mismos.
Estamos en un paraje, cerca de las ruinas de una antigua presa construida hace tres siglos por los hacendados de La Castañuela, cuando las sequías comenzaban ya azotar estos parajes. De aquello, hoy queda un riachuelo interrumpido por dunas de arena, algunos charcos, poco más. Raúl Vera entrecierra los ojos y mira el horizonte.
Sabe que el tiempo no pasa en vano y que cada vez se encuentra más solo. Sergio Méndez Arceo, el obispo de Cuernavaca y a quien considera su mentor, murió hace más de 30 años. Samuel Ruiz, su gran amigo y compañero en Chiapas, falleció en 2011. En 2023 murió fray Miguel Concha, fundador del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria. Pedro Pantoja, el sacerdote diocesano con quien fundó en Saltillo la Casa del Migrante y quien tantas veces lo acompañó en la defensa de jornaleros y centroamericanos que intentaban llegar a Estados Unidos, murió en 2020 por infección de Covid-19.
En 2021, el coronavirus lo atrapó también. Raúl Vera dice que resistió la infección debido a que seguía rigurosamente un tratamiento homeopático –“aunque sí me vacuné”, precisa–. La infección le hizo perder fuerza y masa muscular en las piernas y aún no se recupera del todo. Hoy no está muy seguro de su capacidad para volver a montar un caballo y cede su lugar a Jackie Campbell, mientras él sigue a la comitiva en auto.
–Yo no soy imprescindible –me confía–. Pero tengo que rendirle cuentas a Dios de lo que hago aquí. No puedo sentarme a descansar así nada más, no soporto la idea de llevar una vida mediocre.
–¿Tiene miedo de la muerte?
–Miedo nunca. Pero tengo muchos pendientes todavía en esta vida, tengo mucha chamba y muchas cosas todavía en la conciencia.
Los jinetes corren de pueblo en pueblo, sumando cada vez más caballos a su tropel hacia Jalpa. A medida que ganan velocidad una estela de polvo se levanta tras ellos. Vera los mira desde la ventanilla del auto como quien observa una película del lejano oeste.
–Al principio me costó adaptarme aquí. Venía de trabajar en la sierra de Guerrero, en la selva de Chiapas. El contraste era muy grande. ¡Pero los atardeceres que he visto en el desierto!
Unos 150 vaqueros se unen a la caravana en apoyo a la defensa del arroyo San Miguel. El fraile sonríe al ver que a la cabalgata se suman decenas de jóvenes: “Míralos: no es cierto que las nuevas generaciones quieran abandonar el campo; es que se han creado las condiciones para obligarlos a ser mano de obra barata para la industria. No tienen otra opción”.
–Cuando llegué a Saltillo –dice–, me interesé mucho por las víctimas de la industria: las maquiladoras, los mineros. Pero hasta hace poco caí en cuenta que estos campesinos son uno de los grupos más afectados. Aquí se cultiva sobre todo la candelilla y la lechuguilla. Con la primera se hace cera que sirve para producir barnices, maquillaje; la lechuguilla se usa para fabricar fibras de uso industrial. Cuando los campesinos comenzaron a protestar por el robo de agua y por la contaminación de sus tierras, yo me dije: “Raúl, que poco has hecho por ellos”. Hubiera sentido como una traición irme a descansar. Decidí quedarme aquí.
Quedarse aquí, dice. En Saltillo, Coahuila, en este desierto. Y predicar entre el polvo y las espinas.



“No voy a ser hipócrita ni tibio”
El Centro Universitario Cultural (CUC) se ubica a unos pasos de la Facultad de Odontología de la UNAM. Es un lugar amplio, con varios edificios y un recibidor lleno de vitrales que pintan todo de una tenue luz ambarina. Aquí están también las oficinas del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, una parroquia dominica, cuartos de hospedaje. En este lugar visité a Raúl Vera varias veces durante 2023.
–Santo Domingo creó su orden con la idea de que los frailes predicaran en las universidades –me explica–. Ahí nace la tradición apostólica. Quería crear comunidades cristianas cerca de los líderes y los pensadores que forjarían nuevos modelos de sociedad. Por eso este lugar es tan importante. Yo fui estudiante de la UNAM cinco años, desde el 63; en este lugar gastaba mis tardes, aquí hacía mis tareas.
En estos pasillos fue que conoció a Miguel Concha, a Sergio Méndez Arceo y a otros religiosos que se adherían al Concilio Vaticano II: la cuna de lo que más tarde se llamará Teología de la Liberación.
–¿Es cierto que usted se unió a los dominicos gracias a este lugar?
–Yo me uní a la orden porque quería cambiar el mundo. En esta parroquia entendí que la industria en México estaba en manos de empresas norteamericanas, responsables de saquear los recursos naturales de México, entre otras cosas. Cada tercer día, Sergio Méndez Arceo nos visitaba. Fue muy conocido por nosotros los estudiantes cuando él era obispo de Cuernavaca. Se le invitaba no sólo para dar misa sino, sobre todo, a ofrecer conferencias. Lo que hoy es la capilla universitaria, entonces era un estacionamiento. Ese estacionamiento era nuestro foro: don Sergio lo llenaba a cada rato. Yo sentía una gran admiración por él, por su lucha contra la pobreza. Él me formó.
“Gracias a él entendí que la industria química de la transformación estaba en manos del capitalismo liberal. Y decidí no trabajar nunca para esa industria. ¡Ni loco! Me recibí como ingeniero pero no quise ejercer. Eso sí, yo quería quedarme en la UNAM. Mi apuesta era convertirme en maestro”.
Cuenta que comenzó a aprovechar sus prácticas en el laboratorio para debatir con los alumnos sobre el intervencionismo de Estados Unidos, la evasión fiscal de la industria, el sindicalismo corporativo del PRI que avalaba la explotación laboral.
–Cuando en el 68 estalló el movimiento estudiantil, muchos estudiantes me vinieron a buscar: “Tenía usted razón… ¿qué debemos hacer ahora?”. Yo no sabía qué responder. Después del 68 me di cuenta de que mi campo de acción en la UNAM sería limitado. Decidí volverme fraile para buscar esas respuestas. Este lugar me cambió la mente, me cambió el corazón.
Le pregunto si en algo ha cambiado su percepción sobre Estados Unidos desde entonces.
–Cuando recién llegué a Saltillo en el 2000, lo primero que me encontré fue el asesinato de un par de migrantes por parte de los guardias de seguridad del tren, quienes los bajaron y después los persiguieron. Algunos de ellos consiguieron refugiarse en el interior de un deshuesadero de automóviles… pero dos durmieron afuera. Los guardias los encontraron y les dispararon.
Fueron varios casos así. “Luego ya no fueron los guardias de seguridad, sino los mara salvatruchas a quienes se les permitía, ¡se les permitía operar y matar gente! ¡A ellos nunca los tocaban! Muchas razones explican la violencia contra los migrantes: la xenofobia, el racismo, cuestiones culturales… Pero yo he entendido que esta violencia en el fondo es un acuerdo: se trata de una forma de amedrentar y desmotivar a los migrantes para que no crucen. Es un servicio que México brinda a los norteamericanos”.
Vera imprime a cada palabra un énfasis corporal, un tono de voz. Es un hombre histriónico e incluso sus tartamudeos o sus olvidos se sobrecargan de emoción cuando se enoja y su piel enrojece. Alza las manos de manera amenazante como si quisiera representar sobre la mesa a los demonios que lo persiguen. Desde hace años, por ejemplo, defiende la idea de que la crisis de desaparecidos es una estrategia de control en la que, forzosamente, participan las autoridades.
–Lo hemos visto en Coahuila. ¡Por eso denunciamos a los Moreira en La Haya! Es muy conveniente y muy cruel tener a la gente entretenida buscando a sus familiares desaparecidos para que no puedan reaccionar a todo lo demás que ocurre frente a sus casas. Ese terror es una forma de control y hay que repetirlo siempre que sea necesario.
La última vez que visité a Vera en el CUC, pocos días después de la Navidad pasada, había celebrado una misa en la Basílica de Guadalupe para las madres y padres de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.
El caso, que el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió resolver en su sexenio, ha quedado empantanado y las familias, investigadores, fiscales y abogados señalan todo tipo de obstáculos para evitar aclarar el papel del ejército en la desaparición forzada de los estudiantes. Desde el altar y desde el micrófono, Vera instó a las familias a no rendirse. “El presidente les está mintiendo”, dijo.
–Yo sé que es fuerte decir esas cosas –comenta–, pero no me voy a poner a los pies de la Virgen María a ser hipócrita o tibio. Para mí primero está la fe. Yo hablo ante Dios. ¿Por qué no se ha aclarado el caso Ayotzinapa? ¡Por favor! ¡Esto ya lo hemos visto antes en todas las masacres en las que ha estado involucrado el Ejército! El caso no avanza porque este señor es amigo del Ejército y los quiere tocar lo menos posible. No hay otra razón.

Ser cristiano es dar la cara
28 de mayo. Domingo, misa de Pentecostés. Esta mañana el fraile Vera usa sotana roja y una tiara bordada con motivos tzotziles: es uno de los regalos que le hicieron las comunidades mayas cuando dejó la Diócesis de San Cristóbal para venir a Coahuila. Estamos en la parroquia de la Santa Cruz en la colonia Landín, a espaldas de la Casa del Migrante, al sur de la ciudad de Saltillo.
La homilía comienza:
–Hermanas, hermanos. Hoy celebramos al Espíritu Santo, lo sabemos. Pero no sólo a la tercera persona de la Trinidad, no. ¡Esta no es una digresión teológica! Estamos hablando del Espíritu como guía de la Iglesia.
En los muros de esta pequeña parroquia están representadas, como en cualquier otra iglesia, las estaciones del Vía Crucis. Pero en lugar del Nazareno, aparece una mujer atendiendo a un moribundo en situación de calle: Verónica limpia la cara de Jesús. Una mujer de rodillas en el desierto de Namibia, con uno de sus hijos a la espalda: Jesús cae por segunda vez. Un migrante que corre con su madre intentando alcanzar al tren, a La Bestia: Jesús encuentra a su madre María.
Durante más de 20 años, la Casa del Migrante y esta iglesia estuvieron bajo responsabilidad del sacerdote Pedro Pantoja, asesor de la Diócesis de Saltillo, psicólogo, maestro en ciencias sociales, el segundo mexicano en recibir el Premio Internacional de Derechos Humanos Letelier-Moffitt en 2011, después de Samuel Ruiz. Hoy es uno de los pocos templos de la ciudad donde Raúl Vera todavía puede oficiar misa con regularidad.
Desde el púlpito, el fraile continúa su prédica:
“Yo sé la historia de un joven, un jovencito de aquí de Saltillo, que comenzó a mover a los obreros en su fábrica para procurar justicia y derechos laborales. Su mamá le dijo un día: ‘Muchacho, no te metas: te van a matar’. ¿Saben qué le respondió el joven? ‘Mamá: tú me has dicho que voy a resucitar si me muero, ¿dónde está tu fe?’. Fíjense esa respuesta. `¿Dónde está tu fe?´. ¿Se imaginan a Jesús diciendo algo así? `Yo no me meto en política porque me van a matar´. ¡No, señores!”.
Aunque muy rara vez enuncia alguna palabra en contra de la Iglesia y sus jerarquías, escucharlo en misa es entender también los intentos por quitarle espacios. En los últimos meses ha barajado la posibilidad de ofrecer misa en las capillas de los ejidos de Parras o en las orillas de los basureros municipales para animar a los pepenadores en sus intentos por organizarse.
Pero la más reciente batalla de Fray Vera en Saltillo está hermanada, sobre todo, con sus amigos del desierto. Se trata de Ciudad Derramadero: un proyecto inmobiliario que prevé construir 35 mil viviendas alrededor de un parque industrial que amenaza con succionar las reservas acuíferas de varios de estos municipios. Por eso, hoy, anima a la multitud a enterarse del asunto y les cuenta que él estuvo el pasado fin de semana escuchando a los campesinos de General Cepeda, caminando junto a ellos, junto a estudiantes e investigadores de la Universidad Autónoma de Coauhila, buscando las maneras de organizarse.
–Amigos míos, cuando ocurrió la masacre del 68 yo estudiaba en Ciudad Universitaria. ¿Saben quién fue el único obispo que se atrevió a decir algo sobre la masacre de las Tres Culturas? ¡Sergio Méndez Arceo! El obispo de Cuernavaca. Él fue el único hombre de la iglesia que dijo en su homilía del domingo: “¡Me hierve la sangre por lo que acaba de pasar!”. Fíjense: “¡Me hierve la sangre!”. ¡Ese es el Espíritu Santo! Ese llamado a la justicia. Los religiosos que dicen: “Yo no me meto en política…”. ¡Eso es hipocrecía! ¡Eso es pereza! ¡Ellos no son la Iglesia! Como cristianos estamos convocados a la acción, a la defensa de los Evangelios.
Afuera, un grupo de matlachines hace estallar cohetones en el cielo. Los cascabeles de sus pies comienzan a sonar como un aguacero que se acerca. Adentro de su iglesia, el padre Vera vuelve a exaltar el coraje humano, no el de los pistoleros sino el de los despojados; no las ambiciones de los empresarios ni de los políticos, sino la esperanza de las madres que buscan a sus hijos, las mujeres violadas por los militares, los migrantes perseguidos por el crimen organizado.
–Ser cristiano es dar la cara. Para eso sirve el Espíritu Santo, para salir a las calles a decir lo que está pasando. Y tenemos que dar la cara todos, no sólo los obispos, ¿eh? Así como los campesinos de Parras, de General Cepeda, que denuncian los daños que produce la industria vinícola en sus tierras, que denuncian cómo los basureros envenenan sus aguas, así nosotros debemos plantar cara también. Ya lo hemos hecho antes. Es hora de organizarse.