Ana Magdalena es la protagonista de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez que se publica mañana 6 de marzo, con motivo del aniversario 97 de su nacimiento.
Su historia parece excepcional en la obra del Nobel de Literatura de 1982: la mayoría de sus protagonistas son hombres –generales y coroneles, periodistas, libertadores–, muchas veces en sus años finales, muchas veces derrotados por la vida.
Las mujeres creadas por García Márquez no tienen un patrón tan definido: matriarcas poderosas, mujeres de una belleza imposible, o ajenas al Caribe con ideas conservadoras de Bogotá, la capital colombiana. Y aunque el escritor abordó la sexualidad de las mujeres en su obra, rara vez lo hizo con una protagonista tan decidida como Ana Magdalena.
En agosto nos vemos asombró por ello a Nicolás Pernett, historiador colombiano y experto en la obra de García Márquez, quien viajó en 2018 al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, a estudiar el archivo entregado por la familia Márquez Barcha en 2014, unos meses después de la muerte del escritor.
Pernett fue uno de los pocos que pudieron leer la novela antes de que saliera a la luz. Incluso, cuando en junio de 2018 escribió un artículo para el Centro Gabo, titulado El agosto que no veremos: la novela que García Márquez dejó sin publicar, creyó que nunca sería leída en masa.
–Me gustó mucho la protagonista de la novela. Me parece atractiva. Despertará el deseo en los hombres que lean la novela –platica Pernett a Fábrica de Periodismo.
En aquel artículo, Pernett escribió: “En En agosto nos vemos la protagonista parece no tener motivos para ponerle los cuernos a su marido (un hombre que no demuestra un solo signo de celos en todo el libro y quien siempre la espera de buen humor después de sus viajes), más allá de la razón que le da a uno de sus amantes de ocasión, que le pregunta por qué lo escogió para irse a la cama con él: ‘fue una inspiración’”.
“A pesar de tener un marido que ‘la trataba con la cortesía y la complicidad de un amante secreto’ –continúa Pernett en el texto–, en uno de estos viajes Ana Magdalena decide acostarse con un hombre que conoce en el bar de su hotel”.
La novela, que mañana se publica en decenas de países, va más allá de las infidelidades de las mujeres, tema abordado en el siglo XIX en obras como Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y Anna Karenina, de León Tolstói. Ana Magdalena Bach, cree, es una mujer que “se está buscando y encontrando a ella misma”.
De hecho, Pernett cuenta que García Márquez tachó la palabra “infidelidad” en una de las versiones del libro. “La novela trata más sobre el matrimonio que sobre la infidelidad”, reconoce, sin decir más.
En el artículo escribió: “El adulterio, un tema usualmente asociado con protagonistas varones, es tratado aquí desde el punto de vista de una mujer, quien, a pesar de cuestionarse continuamente la conveniencia de sus acciones, termina entregándose sin remordimientos a su libertad sexual”.
–Es una mujer también muy capaz de reírse de sí misma porque cada año va a la isla tratando de tener una aventura amorosa y en ciertos capítulos no lo logra; tiene aventuras más bien cómicas y ella lo toma con buen humor. No tiene culpas cristianas bobas o arrepentimientos infantiles.
En agosto nos vemos es una novela mágica, sin el realismo mágico que tanto se asocia con García Márquez y libros como Cien años de soledad y El Coronel no tiene quien le escriba.
La magia de esta novela, dice Pernett, se encuentra en otros rumbos: en la seducción y la sexualidad de Ana Magdalena Bach, así como en las descripciones de García Márquez sobre ese juego: “La asombró la maestría de mago de salón con que la desnudó”.
La magia está en la seducción romántica. “Cómo un hombre aborda a una mujer o viceversa y cómo se convencen mutuamente de irse a la cama, ese es un acto de magia”.
El Caribe, música y cine
–Me atrajo que está ambientada en el Caribe. Es un ambiente caribeño alegre, como de los turistas que van a una isla de todo pago. No es ese Caribe hiperbólico y violento de El otoño del patriarca, o ese Caribe pobre, miserable de distintas novelas. Es un Caribe muy burgués, de hoteles cinco estrellas y de shows de mambo en el bar del hotel, para personajes de cierto estatus.
Ese Caribe turístico lo cuenta García Márquez en una novela muy musical. Empezando por el nombre de la protagonista, homónimo de la segunda esposa del compositor alemán Johann Sebastian Bach.
Pernett alcanza a ver en la obra póstuma la influencia de músicos tan disímiles como Debussy, Agustín Romero, Rostropóvich, o Agustín Lara, Celia Cruz, Van Morrison y Aaron Coplan.
Entre la sensualidad femenina y la musicalidad del Caribe, En agosto nos vemos también es cinematográfica.
Pernett, opositor a la adaptación de Cien años de soledad que Netflix debe estrenar este año, por ser uno de los últimos resquicios de la magia de la literatura que se mantiene exclusivamente en la literatura y no en pantalla, reconoce que En agosto nos vemos es evidente la influencia del Gabo guionista de cine y series de televisión de los años 90, que daba talleres en San Antonio de los Baños, Cuba.
“Al parecer, el proyecto original era componerla de fragmentos independientes que se pudieran leer como cuentos separados y que, unidos, constituyeran el cuerpo de la novela. Efectivamente, la novela está hecha de capítulos que funcionan como episodios de una serie”, contó en su ensayo.
La novela que no veríamos
Cuando Pernett escribió el texto para el Centro Gabo, creyó que En agosto nos vemos nunca vería la luz. Dos capítulos se habían publicado en la revista Cambio en 1999, pero había dudas sobre qué tan concluida estaba y, por lo tanto, si las versiones que dejó en sus archivos podrían ser publicadas después.
Para él, no había que jugar con esa idea, sería una mala ocurrencia: “La idea de que un editor o uno de sus hijos la terminara para poder sacarla al mercado es tan ridícula como decir que se puede contratar a un estudiante de arte para que pinte la esquina de un cuadro que no terminó Vincent Van Gogh”.
Pernett es una de las pocas personas que han tenido el privilegio no sólo de leer la novela antes de su publicación, sino de tocarla, tenerla entre sus manos.
La novela, comparte con Fábrica de Periodismo, estaba en un fólder con los capítulos impresos en páginas escritas en computadora. Encontró varias versiones y se dio cuenta de que García Márquez “no llegó a tomar decisiones finales sobre la ubicación de ciertas rememoraciones que hacen los personajes, o sobre la edad y nombres de éstos”.
–Era interesante ver cómo escribía cosas que él sabía que no iban a leerse. Tenía párrafos que contaban la trama de la novela y, de pronto, ponía entre paréntesis: . Y así, de repente había un episodio que era un sueño y lo ponía en el capítulo 2 y de pronto en el capítulo 5.
Había un aspecto lúdico, infantil, toques de ternura, en lo que veía. En los márgenes de las páginas impresas hacía rayitas, notas como “mover”, tachaba palabras y las cambiaba por otras, dibujaba florecitas, pajaritos.
–Su letra, cuando escribía encima del papel, era un tanto temblorosa. Me acuerdo haber visto la letra de sus anotaciones como un trazo un tanto tembloroso. No sé si era por la edad o porque las tomaba de pronto sobre su mano.
En el archivo en el Harry Ransom Center, En agosto nos vemos era el documento más llamativo. Pero él se conmovió con esas cartas que llegaban, diciéndole a García Márquez lo que significaba su libro, incluso de personas que le escribían para contarle que comenzaron a leer por él.
También comprendió la importancia de Mercedes Barcha, que tras casarse con Gabo es cuando comienza la conservación del archivo.
–Antes de eso era un periodista errante, sin rumbo fijo, sin casa, sin biblioteca, que todo lo dejaba tirado, como somos muchos hombres a veces cuando somos solteros. Después de casarse es cuando empiezan a guardarse las notas de prensa, la correspondencia. Mercedes le ordena la vida y su archivo.
Y gracias a esa obsesión por el orden, hoy podemos conocer a Ana Magdalena y el ritual de libertad con el que cada año se festejaba.