Enrique Guerrero Aviña supo que algo no andaba bien cuando su hermano Manuel no le respondió las llamadas ni a él ni a su mamá, luego de insistir durante varias horas de ese domingo 4 de febrero de 2024
Lo primero que pensó es que había problemas con la salud de Manuel, quien vive como portador de VIH, pero no imaginó que la justicia de Qatar estaría involucrada. ¿Cómo? Si Manuel es “uno de los hombres más tranquilos que puedas conocer”.
Por eso, no aguantó la incertidumbre. Llamó al lobby de la Torre 3 de la Bahía de Abraj, en la ciudad de Doha, donde Manuel renta un departamento. Y preguntó si en el registro que llevan sobre los ingresos y salidas del edificio había algo extraño.
Apenas habló con el personal de la torre, saltaron las alertas. Le contaron que la policía había detenido a Manuel en los pasillos de la recepción.
Así que cuando escuchó “su hermano está detenido”, llamó a los consulados mexicano y británico en Qatar para corroborar la información. Necesitaba conocer más detalles. Mantenía la tenue esperanza de que existiera alguna equivocación.
En la embajada del Reino Unido –Manuel también tiene la nacionalidad inglesa– no tuvo éxito por la diferencia de horarios entre México y el país árabe. En Doha ya era de madrugada y sólo dejó un mensaje en una máquina contestadora.
Por fortuna, en la línea de emergencia mexicana sí le contestaron. Un par de horas después de haberse comunicado con la embajada de México, Enrique tuvo la confirmación de que su hermano sí estaba en la cárcel.
Desconocía por qué, pero al tener la certeza de que lo habían detenido, de inmediato buscó un pasaje aéreo hacia Qatar. Tras un vuelo de 20 horas y un recorrido de 13 mil 849 kilómetros desde la Ciudad de México, llegó a Doha.
Ya averiguaría qué pasaba con su hermano.
Enrique aterrizó en Doha en la madrugada del 9 de febrero y se trasladó directamente a la Dirección General de Control de Drogas de Qatar, a donde le informaron que Manuel había sido llevado. Esperó a que amaneciera y diera la hora en que las visitas están permitidas.
Sin embargo, el intento de ver ese mismo día a su hermano se frustró. Era un viernes sagrado para los musulmanes, conocido como “el Yumu’ah”.
Los viernes por la mañana las calles se vacían durante varias horas. La población se reúne a rezar en las mezquitas y se paralizan las labores.
Enrique regresó a la prisión el domingo. Había un cartel pegado afuera de la puerta principal, con el anuncio de que ese era el día designado para que los familiares visitaran a los internos.
“Decía que los domingos “only relatives”, pero resultó que no se referían a las visitas familiares, sino que ese día de la semana se permitía el acceso de “artículos relativos”, es decir, objetos personales: ropa, efectivo y un libro por visita. Es un absurdo, ¿no? Claro que también era un problema el idioma, porque, al final, muchos custodios no hablan inglés”, comenta Enrique.
Así que sacó dinero de un cajero, consiguió ropa y compró tres novelas: 2666 del chileno Roberto Bolaños; Leopardo del noruego Jo Nesbø y Asesinato en el Exprés Oriente de la inglesa Agatha Christie, autora favorita de Manuel. El policiaco es el género que más disfruta.
El lunes 12 de febrero Enrique logró que lo dejaran ingresar. Lo vería, sí, pero sólo 15 minutos. A minuto por mil kilómetros de viaje. Hacía más de dos meses que no platicaban en persona, aunque se llamaban constantemente y Manuel hacía videollamadas todos los días con su madre.
Cuando Manuel Guerrero ingresó a los locutorios asignados para las visitas, parecía desorientado. Enrique intentaba sin éxito que su hermano le dijera qué día era, cuántos días habían pasado desde su detención o si entendía lo que había sucedido.
Los separaba una gruesa ventana de vidrio, por lo que sólo podían escucharse a través de los agujeros perforados. Sin contacto físico, las únicas herramientas de Enrique para transmitir confianza y fuerza a Manuel eran sus palabras. En pocos minutos, lo consiguió.
Aunque es mexicano por nacimiento, Manuel se registró en el país árabe con el pasaporte inglés. Hace siete años, una crisis económica familiar llevó a Manuel a Doha. Qatar Airways le ofreció ser director de gestión de proyectos, como diseñador de experiencias para los pasajeros, y aceptó migrar de Europa a Medio Oriente por un mejor salario y así tener la oportunidad de enviar dinero a su mamá y a Enrique.
Enrique logró animar a su hermano en esos escasos minutos a escribir una carta dirigida a la embajada inglesa en la que contara lo que sucedió, a pesar de las amenazas y tortura psicológica que ha vivido en la cárcel para que guardara silencio sobre su detención y delatara a cada uno de los nombres y contactos que tiene en la comunidad LGTB en Qatar.
La trampa para Manuel Guerrero
Manuel describió entonces a profundidad, con su puño y letra, lo que había ocurrido la noche del domingo en que lo detuvieron. Y cómo le habían tendido una trampa a través de la aplicación de citas Grindr, de gran popularidad entre la comunidad global de personas LGBT+.
Un policía creó un perfil falso con el nombre de Gio. La idea era concretar un encuentro con Manuel y que éste le presentara a más integrantes de la comunidad. Cuando ya habían hecho la primera cita, Gio canceló de último momento con el pretexto de que no habría otras personas de la comunidad gay.
“La policía de Qatar pretendía, evidentemente, hacer una redada en la casa de mi hermano para detener a varias personas al mismo tiempo”, comenta Enrique.
La segunda cita, la del domingo a las 8 de la noche, sí se concretó. Al departamento acudiría también un hombre de Marruecos. Cuando Gio llegó, Manuel bajó al lobby. En ese momento, la policía lo detuvo y le colocó unas esposas.
A la fuerza, los elementos policiacos lo regresaron a su departamento para esperar al ciudadano marroquí, a quien detuvieron inmediatamente después de tocar el timbre.
“Ya dentro del departamento –según leyó Enrique en la carta–, la policía les ordenó a mi hermano y al chico marroquí aceptar que era suyo un cuarto de gramo de cristal, una microdosis, parecida a la pastilla de una loratadina, que les sembraron”.
Manuel Guerrero podría ser sentenciado a siete años en prisión sólo por su orientación sexual. “Ser gay no es un delito”, ha repetido insistentemente su hermano.



.El lunes 19 de febrero fue la segunda vez que Enrique visitó a su hermano, durante otros 15 minutos. Quería decirle que había logrado entregar a los custodios su tratamiento antirretroviral, porque el estado de Qatar no sólo no los provee, sino que tiene prohibido venderlos. En ese momento, Manuel ya tenía 15 días sin las pastillas que necesita para vivir.
Como único recluso con la condición de ser portador del VIH, se le ha prohibido cortarse el cabello y las uñas con el insólito argumento de que buscan prevenir contagios en la población penitenciaria.
A Manuel también lo han asignado a una celda superpoblada, con otros 40 reclusos, cuando el espacio está diseñado para un máximo de 18 personas.
Las interrupciones en la administración de su medicamento han sido persistentes, a pesar de la presión internacional. A Manuel le dieron sus pastillas hasta el día 25 de su detención y sólo durante un par de días, porque después le volvieron a negar su tratamiento.
Al ver las dificultades y condiciones de reclusión de su hermano, Enrique decidió regresar a México lo más pronto posible. Debía denunciar la injusticia que se estaba cometiendo con Manuel: “La orientación sexual de una persona es un derecho humano y no un crimen”.
Manuel Guerrero Aviña, de 44 años, sigue preso en la Dirección General de Control de Drogas de Qatar, en espera de que el próximo miércoles 13 de marzo se defina si enfrenta un juicio de entre seis y nueve meses o si es deportado.
Enrique va en este momento rumbo a Qatar, otra vez. Estará cerca de su hermano cuando se defina si lo enjuician o lo deportan. “Si Manuel no es deportado sería una condena de muerte. Podría pasar meses en un juicio sin tener la garantía de los medicamentos que necesita para vivir”.