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“Tener más dinero ha significado menos libertad”
El artista Damien Hirst está presentando su exposición "Vivir para siempre (por un momento)", en el Museo Jumex. Foto: Moisés Pablo | Cuartoscuro.com

Damien Hirst, el artista más rico del mundo

“Tener más dinero ha significado menos libertad”

Es amable, no tiene ni una solo atisbo de pedantería, y cada una de sus respuestas suena profundamente honesta. Así de accesible es Damien Hirst, el hombre más caro de la escena del arte contemporáneo.

En 2007 pasó a la historia al crear la pieza artística más cara de la historia: un cráneo incrustado de diamantes que supuestamente se vendió en 50 millones de libras.

Aunque hay quienes cuestionan el mérito artístico del británico, nadie pone en duda que Damien Hirst revolucionó —tanto como Andy Warhol en su momento— el mercado del arte.

El nombre de Hirst es una marca, produce obras a granel y los medios de comunicación caen a sus pies ante la más mínima de sus provocaciones.

Famoso por piezas conceptuales donde animales muertos yacen sumergidos en cientos de litros de formol, Hirst visitó México en 2010 para inaugurar su exposición pictórica en la Galería Hilario que, como acostumbra, no está exenta de polémica. Catorce años después días presenta “Vivir para siempre (por un momento)”, una muestra retrospectiva de su obra, en el Museo Jumex. que estará abierta al público hasta octubre de 2024.


Cuando era niño, Damien Hirst era tan pobre que frecuentemente le cortaban la luz en su casa. Llegó al mundo por accidente y nunca conoció a su padre biológico. Su padrastro lo abandonó a los 12 años y en la adolescencia se salió de control, al grado de haber sido arrestado en dos ocasiones por robar mercancía en tiendas.

Las cosas han cambiado. Ahora puede presumir que en una sola subasta de arte vendió obras por 198 millones de dólares. Nada mal para un tipo que trabajó de albañil y dos veces fue rechazado por escuelas de arte.

“No creo que mi pasado en la pobreza haya influido en mi arte o me hiciera buscar la fama y el dinero —responde Hirst cuando le pregunto si encuentra relación entre su pobre infancia y su exitosa carrera—. Las razones financieras no fueron la motivación, y eso es bueno. El dinero es una llave: no puedes adorar a la llave, adoras las puertas que abre”.

El artista plástico más rico del mundo asegura que acumular tanto dinero no hace que la vida sea necesariamente maravillosa.

“Tener más dinero ha significado tener menos libertad. Al inicio de mi carrera de verdad podía hacer lo que quería. Ahora la gente me demanda, no puedo tomar ideas de otros tan fácilmente como antes; debo tomar precauciones por seguridad… antes podía tener un tanque de formaldehído abierto, emanando gases tóxicos que mataran a todos los presentes en una galería, y ¡nadie se preocupaba!

Rara vez se escucha que sea un talentoso artista, se dice que es el más influyente, el más acaudalado.

“Es muy extraño —continúa—. Empecé con muy poco dinero, crecí y de pronto mis hijos tienen dinero sin tener ni la menor idea de cómo es carecer de él. A mi hijo más pequeño, de cuatro años, le pregunté el otro día: ¿Qué quieres ser de grande? Y me respondió: Quiero ser famoso. Mierda, pensé. Eso es bastante malo… yo nunca quise ser famoso, quería hacer arte y eso es lo que me hizo famoso”.


Hirst, cuya fortuna se calcula en más de 300 millones de dólares, visitó México la semana pasada para inaugurar su exposición Dark Trees, que aglomera el trabajo pictórico realizado por el artista entre 2007 y 2009, el cual, como ha sucedido toda su carrera, ya generó polémica.

La diferencia es que antes se debatía si el trabajo conceptual de Hirst estaba sobrevalorado o no. Esta vez, con sus pinturas, la pregunta es si este hombre en realidad no nos ha estado engañando a todos.

Rara vez se escucha que Hirst sea considerado un talentoso artista. Sus biografías generalmente comienzan describiéndolo como el más importante, el más acaudalado o el más influyente, pero lo cierto es que Hirst nunca ha cautivado a los críticos. En cambio, sí ha cautivado con tremenda facilidad a los coleccionistas. Y la carrera de Hirst no se puede entender sin un personaje: Charles Saatchi.

Saatchi, un judío nacido en Iraq que fundó la agencia de publicidad más grande del mundo, es un “adicto al arte”, en sus propias palabras. Desde 1973 ha gastado millones de dólares en obras de arte y patrocinios a artistas.

En 1990 acudió a una exhibición donde Hirst presentó su obra A Thousand Years (Mil años): en una caja de vidrio, cientos de gusanos y moscas se alimentaban de los restos de una cabeza de vaca en descomposición; como la mayoría de las piezas de de Hirst, era una imagen inspirada en las pinturas del irlandés Francis Bacon.

Saatchi quedó cautivado, tanto que le dio un cheque en blanco a Hirst para crear lo que le diera la gana.

El resultado fue una de las obras maestras de Hirst: The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo): el cadáver de un tiburón tigre de casi cuatro metros y medio de largo, encerrado en una caja de vidrio y acero llena de formaldehído para preservarlo.

A un pescador se le encomendó atraparlo en Australia. Ahí se fueron 6 mil libras. El costo total del trabajo fue de 50 mil. En 2004, Saatchi vendió la obra en 8 millones de dólares.

El tiburón, que se exhibe ahora en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, se convirtió en el símbolo del britart, movimiento artístico de artistas conceptuales británicos de los noventa.

A partir de ese momento Hirst —que estudió bellas artes en la Universidad de Londres— trabajó hasta convertirse en el artista más cotizado de la escena del arte contemporáneo. Siguió elaborando piezas cuyo elemento recurrente era la muerte, como Away from the Flock (Alejada del rebaño): una oveja muerta dentro de un tanque de formaldehído, o The Virgin Mother (La madre virgen): una inmensa escultura de una mujer embarazada con la mitad de su cuerpo sin piel, de manera que muestra músculos, huesos y el feto que lleva adentro.


—¿En qué momento estás satisfecho con una obra? —le pregunto al británico de 44 años.
—Tengo un gran amigo llamado Richard Prince, fotógrafo y pintor de Nueva York, quien me dijo al respecto: “¿Cómo sabes que una pieza de arte está terminada?”. Y de inmediato se contestó: “Pues cuando cobras el cheque”. Amo esa idea.

El trabajo de Hirst era tan deseado que el artista debió montar, literalmente, tres fábricas en donde más de 160 personas confeccionan sus nuevas piezas. Salvo contadas excepciones, Hirst nunca hace las obras que le dan fama, prestigio y dinero; él simplemente las imagina y contrata a alguien para llevarlas al plano real.

—El verdadero acto creativo es la concepción —argumenta el artista— y como progenitor de una idea, yo soy el artista.

Tener una obra de Hirst se ha vuelto moda entre los multimillonarios. Por ejemplo, el futbolista inglés David Beckham le regaló a su esposa, Victoria, una de las célebres pinturas de Hirst en donde hace collages multicolores con mariposas de verdad. Francois Pinault, marido de Salma Hayek, dueño de la casa de subastas Christie’s y de la casa de alta costura Gucci, es otro de sus compradores.

El trabajo de Hirst se ha vuelto no sólo una pose, sino también una forma en la que los multimillonarios miden su poder.

“No me importa que la gente compre mi arte para demostrar su poder. Trato de hacer arte que sobreviva en un mundo brutal. He pensado que quizá por ello pongo cosas dentro de cajas, para protegerlas. Vivimos en un mundo donde eso va a pasar, y no hay nada que puedas hacer”, dice el artista originario de Bristol pero criado en Leeds.

Saatchi fue mecenas de Hirst hasta 2003, cuando la amistad se resquebrajó. Pero no lo extrañó: contaba con Frank Dunphy, su manager de negocios y también personaje fundamental en su vida.

“El dinero es importante, es tan importante como el amor en nuestra sociedad ”

Dunphy lleva casi 15 años trabajando con Hirst. De él fue la idea de subastar en septiembre de 2008 —justo el día en que los periódicos dieron la noticia de la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión— 218 piezas hechas para tal ocasión, algo inaudito puesto que por primera vez un artista se saltaba el papel de los representantes y galeristas.

“Cuando hice la subasta —recuerda Hirst— me sorprendí porque empecé a ser reconocido por hombres de negocios, lo que nunca antes me había ocurrido. Y eso es bueno, cualquier cosa que haga que la gente vea más arte es buena. Luego se preguntarán si vale la pena que cueste tanto dinero. La realidad sólo se sabría si un día dejara una pieza afuera de un bar y no apareciera al día siguiente”.

Antes de conocer a Dunphy, Hirst era como un punk, reconoce él mismo. No le importaba el dinero, o pretendía que no le importaba. “Pero cuando las cifras comienzan a elevarse, es difícil pretender que no te importa”.

“El dinero es importante, es un elemento en la composición, es tan importante como el amor en nuestra sociedad —sostiene Hirst—. Por ejemplo, cuando era joven, mi mamá me decía que no le gustaba mi trabajo. Y ahora que pagan mucho por mis cosas, me dice: ¡Tu trabajo es fantástico!”.

Gracias a Dunphy, Hirst gana ahora hasta 90 por ciento del valor de sus obras, cuando el estándar es de 50 por ciento. No obstante, reitera: “Desde el principio he pensado que el arte es más importante que el dinero. Siempre he dicho que cuando el dinero se vuelva más importante, voy a dejarlo de hacer”.

Hirst le agradece también a Dunphy que su particular manera de ver el mundo del arte le hiciera abandonar su adicción al alcohol y la cocaína.

En los viejos tiempos, a mediados de los noventa, era común ver a Hirst caminando en el backstage del festival musical de Glastonbury totalmente drogado, al tiempo que sus amigos de bandas como Blur tocaban en el escenario.

De hecho, junto con Alex James, vocalista de la banda que hiciera famoso el video Coffee & TV, y Keith Allen, conductor televisivo, comediante y padre de la cantante Lilly Allen, Hirst formó un grupo de rock llamado Fat Les.

Era común que en esa época, cuando Hirst se presentaba en una galería repleta de fotógrafos y periodistas, se bajara los pantalones y mostrara sus genitales. No más. Hirst dejó el alcohol, las drogas y hasta el cigarro.

“Deberían de pasarte por el alcoholímetro antes de hacer arte”, propone hoy. “Creo que todo es mejor estando sobrio. Existe el mito de que cuando estás ebrio estás más relajado… es mentira. Cuando estaba ebrio hacía menos arte. Mucha gente dice: ´Manejo mejor cuando estoy ebrio, también soy mejor en la cama, anoche estuve fantástico´. Pero no es cierto, cuando tomas nunca es mejor. Nunca hice arte muy malo cuando estaba ebrio, pero definitivamente hice menos. Tomar me hizo menos productivo… aunque era un gran amante”, bromea.


Cuando se le cuestiona si se considera un business man, Hirst responde: “He aprendido de negocios. Siempre ha existido el miedo de que sea un gran charlatán que trata de engañar a la gente y entrar en los anales de la historia del arte por medio de triquiñuelas, lo que es imposible. La gente me critica por tener una fábrica que hace arte, me acusan de estar más interesado en el dinero que en el arte, sin embargo es fundamental que estés seguro de que el dinero persigue al arte, y no el arte al dinero. Si es al revés, falla, se jode”.

El mayor ejemplo de cómo Hirst piensa que es el dinero el que persigue al arte, es su obra For the Love of God (Por el amor de Dios): una escultura de platino, hecha del molde de un cráneo real, con 8 mil 600 diamantes incrustados en toda su superficie. Y en la frente, un diamante rosa con forma de pera.

El costo de la elaboración de la pieza fue de más de 21 millones de dólares. De acuerdo con Hirst —propietario de una casa en Iztapa Zihuatanejo, Guerrero—, la inspiración para la obra surgió de un cráneo azteca hecho de turquesa exhibido en el British Museum.

Hirst vendió la pieza en 50 millones de libras a un grupo de “inversionistas anónimos”. Luego se supo que el propio Hirst formaba parte de ese grupo. Se desató un escándalo cuando se descubrió que Hirst y su gente participaban en las pujas de sus propias obras para incrementar su valor.

En la imagen la escultura de platino hecha por Damien Hirst a partir de un cráneo humano con miles de diamantes incrustados
En la imagen, For the Love of God, una escultura de platino hecha del molde de un cráneo real, con 8 mil 600 diamantes incrustados y en la frente, un diamante rosa con forma de pera. Foto: Moisés Pablo | Cuartoscuro.com

Para muchos, el cráneo de diamantes sintetiza la carrera de Hirst: una pieza sensacionalista, carente de todo mérito artístico. Pero él se defiende: “Alguien me dijo que estaba en la posición de poder firmar un teléfono, decir que es arte y venderlo. Pero eso no es lo que hago. Trato de hacer cosas que luzcan bien y luego ponerlas en las paredes de la galería, así que si firmara el teléfono y éste luciera bien, lo pondría en las galerías. La gente dice que podría vender mierda con mi nombre, pero no es lo que hago, no vendo mierda, vendo cosas que son buenas… o que intento que lo sean”.

Otros están muy lejos de coincidir con Damien Hirst. “El famoso cráneo incrustado de diamantes (…) es una decepción a menos que se crean las inverificables afirmaciones de su valor monetario y se caiga hipnotizado por una joyería de poca calidad —sostiene en un texto escrito para The Guardian el reconocido crítico de arte Robert Hughes—. Como un espectáculo de la transformación y el terror, las calaveritas de azúcar que se venden en las calles de México el Día de Muertos son 10 veces más vívidas y, como plus, generan verdaderos cuestionamientos sobre la muerte y su relación con las creencias religiosas de una manera auténticamente democrática, no sólo como un espectáculo indirecto para los groupies del dinero, como son Hirst y sus admiradores”.

Atizando el fuego, Hirst decidió darle un giro inesperado a su trayectoria cuando anunció que se encerraría en su estudio para hacer pinturas al óleo con sus propias manos. “Desde que era niño la gente me decía que no pintaba mis propias pinturas. Entonces pensé: ¡Al carajo! Voy a hacerlo. Pero tienes que empezar por algo. Así que decidí comenzar pintando calaveras”, cuenta el artista.

Hirst comenzó a pintar en 2006. Sus primeras pinturas fueron presentadas en 2009. Los críticos las calificaron como “aburridas”, “propias de un amateur”, “no vale la pena verlas” y de plano “espantosas”.

“Hice la calavera de diamantes y pensé que nada más podía ser dicho. Por eso empecé a pintar calaveras. No sé si son el inicio o el final de mi etapa como pintor”, admite Hirst.

Cabe mencionar que la mayoría de los 30 cuadros que se presentan en México se exhiben por primera vez . Para los fanáticos del británico, las pinturas son la demostración de la versatilidad del artista y su capacidad creativa. Para sus detractores, las pinturas revelan el engaño: el arte de Hirst nunca fue bueno.

¿Caímos todos en una trampa?

“No puedo esperar llegar a una posición en la que pueda hacer arte realmente malo y salirme con la mía. En su momento hice cosas para que la gente las viera, las analizara y me dijera: Vete al carajo. Pero con el tiempo, te puedes salir con la tuya”.

Cuando leo en voz alta esta frase a Hirst, tuerce la boca y deja escapar una risa socarrona. De acuerdo con Julian Stallabrass, curador e historiador del arte británico, Hirst dijo eso muy al inicio de su carrera.

“Sí, es cierto —acepta Damien Hirst—. Dije eso… Lo que quería decir era que… como lo dije antes: podría firmar la caca de un perro y venderla y eso sería arte. De alguna manera eso es lo que hizo Picasso al final de su carrera. Pero en realidad se trata de la libertad. Cuando estaba en la carrera, una vez le platiqué a un compañero la idea de hacer una gran, ¡enorme! caca de bronce, de unos 14 metros de largo y tres de alto, pero el chiste era que fuera una de esas cacas que ves en el excusado y dices: wow! e invitas a alguien a verla. Algo así sería hacer mal arte y salirte con la tuya… Y hay algo bueno al hacer eso. Al final, se trata de convertirte en alguien capaz de tener esa libertad”. ¶

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Por Diego Mendiburu

Uno de los artistas más polémicos del mundo, Damien Hirst ha regresado a México para presentar su exposición "Vivir para siempre (por un momento)" en el Museo Jumex de la CDMX (abierta hasta agosto de 2024). En su anterior visita (2010), el británico montó "Dark Trees" en la Galería Hilario Galguera. En esa oportunidad se realizó la entrevista que reproducimos ahora. Hirst habla en ella con franqueza sobre su vida, su relación con el dinero y las críticas que ha recibido por ello.


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