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“El populismo de izquierda o de derecha siempre es nefasto”
Enrique Serna: "No me interesa publicar otro hitazo".

Enrique Serna, escritor

“El populismo de izquierda o de derecha siempre es nefasto”

Ha vivido entre contrastes. Disciplinado con rigor por un colegio jesuita, desde niño también se acostumbró a la fiesta y los excesos. De su madre heredó el gusto de leer lo mismo obras cumbre de la literatura que best-sellers y novelas policiacas. Antes de publicar su primera novela fue redactor publicitario y argumentista de telenovelas. 

Hace 25 años, el escritor Enrique Serna huyó de la Ciudad de México a Cuernavaca donde hoy disfruta de la soledad y la moderación después de vivir décadas de juerga.Desde allá, no deja de ver con preocupación el rumbo del país, la expansión del crimen organizado, la creciente ruta autoritaria que él percibe en el gobierno. Y eso, dice, es lo que le preocupa. Por eso ha decidido no callar.

Autor de novelas, cuentos, artículos y ensayos, en 2022 publicó su cuarto libro de cuentos, Lealtad al fantasma. Ahora trabaja en la que será su décima novela. Después de escribir una novela arrasadora, El vendedor de silencio, en la que cuenta la vida del poderoso periodista Carlos Denegri, Serna sabe que las expectativas del público son altas. Pero intenta no pensar demasiado en sus lectores: lo que importa, dice, es estar satisfecho consigo mismo.


-Muchos escritores huyen a Cuernavaca. Parece que en la Ciudad de México ya no encuentran inspiración o espacio para la escritura. En su caso, ¿encontró aquí la paz y soledad que tanto le gustan?
-Vivo completamente en Cuernavaca desde hace 25 años. En aquel tiempo, en el Distrito Federal, salía a correr en un parque que estaba enfrente de mi casa y empecé a tener espasmo bronquial. Me recomendó el médico que no corriera, y además tenía una hija pequeña que también estaba teniendo problemas respiratorios. Decidimos venirnos para acá. Ya me aclimaté perfectamente a Cuernavaca. Al DF me gusta ir los domingos cuando hay poco tráfico, pero es una ciudad que me agobia. En la mañana no puedes hacer más de una cosa: el tráfico no te lo permite. No tienes lugares donde estacionarte. Las reglas de tránsito se han vuelto muy confusas, si tomo el segundo piso del Periférico a veces me paso y tengo que hacer recorridos larguísimos para regresar. En fin, todo eso ha hecho que me vuelva casi un provinciano allá en el DF.

-Nació en el 59 en la Ciudad de México y vivió ahí cuatro décadas. ¿Qué extraña de su vida pasada allá? ¿Las fiestas en Garibaldi que le gustaban mucho?
-Iba de vez en cuando a Garibaldi, pero no era tan habitual. Iba a muchos otros antros cuando era bastante joven, entre los 20 y 36 años. Fui muy parrandero. Me gustaba mucho rolar en diferentes lugares, la mayoría antros de rompe y rasga. Uno de los que yo más frecuentaba era un barecito que se llamaba La Llave, que estaba en la glorieta de Chilpancingo. También recuerdo el bar Los Arcos, que estaba en avenida Nuevo León, y unos que estaban en el Eje Central, como el Gran Vals. Me tocó una redada en uno que se llamaba El Cordiale. Hacían redadas para supuestamente detectar el narcotráfico dentro de esos lugares. Entró la policía, todos nos tendimos en el suelo. Las ficheras del antro iban a tirar sus bolsitas de cocaína a los excusados, se oía cómo jalaban las cadenas. Estuvimos como una hora tendidos boca abajo sin saber si era un asalto o era una redada. Ya después nos empezaron a dejar salir poco a poco. En esa redada estaba, por cierto, Laura León, quien salió al otro día en las fotos de los periódicos tapándose la cara. ¡Te hablo del año 88! Más de 35 años. Lo sé porque fue la despedida de soltero de mi hermano Carlos y ahí fue donde acabamos.

-¿Por qué se bajó de ese tren fiestero?
-Pues mira, realmente viví largo tiempo, unos 20 años, en la parranda permanente. Unas tres a la semana tenía en aquella época. No extraño nada porque creo que viví casi todo lo que me deparaba la vida nocturna del Distrito Federal. Lo que extraño, en todo caso, es mi juventud, la resistencia que tenía a esa edad para recuperarme después de una juerga. Las crudas eran mucho más soportables que en otras épocas posteriores de mi vida. Esa pérdida de vigor físico y de resistencia fue lo que me alejó de ese tren de vida. Y también la vocación literaria, porque me di cuenta que si yo seguía por ese camino iba a malograrme como escritor. Nunca llegué a ser alcohólico anónimo. Hasta la fecha puedo seguir tomando mis tragos pero empecé a tener más control.

–¿El alcohol empezaba a absorber su tiempo y perjudicaba la escritura?
-Me acuerdo que por ahí del año 90-91 me desperté de una cruda pavorosa. Yo fumaba en aquel tiempo dos cajetillas diarias, además. En mis crudas me dolían los pulmones. Me despierto de esa cruda, prendo la tele y veo que están los hermanos Salinas de Gortari en Agualeguas corriendo, con sus pants, muy atléticos. Ahí pensé: “Estos hijos de puta que yo aborrezco están cuidando muy bien su salud, hacen ejercicio y yo aquí hecho una piltrafa”. Te juro que en esa experiencia me dije: “No puedo ir hacia la autodestrucción”. Otra vez estaba escribiendo un cuento en mi departamento y de pronto empecé a sentirme mareado, como que se me bajó la presión. Volteé a ver el cenicero: había una montaña de colillas, me había fumado en dos horas una cajetilla entera. Escribí algo de esto en El coleccionista de culpas, un cuento que está en Amores de segunda mano (1991). Me dije: “No puedo seguir así”. Lo primero que hice fue quitarme el cigarro, cosa que me costó bastante trabajo. Después empecé a moderar mi consumo de alcohol.

Viví 20 años en la parranda permanente. No extraño nada de ese entonces porque viví todo lo que me deparaba la vida nocturna.

–Usted, desde la adolescencia, vivió en un ambiente muy fiestero con su familia. 
-En mi casa teníamos fiesta todos los sábados. Yo vivía en la colonia Del Valle y se reunían en esas fiestas las amigas y los amigos de mi mamá con los míos y los de mis hermanos, o sea, era una mezcla de generaciones. Llegábamos a tener ahí 150 personas a veces. Eran multitudinarias las pachangas aquellas. Me acostumbré a estar siempre rodeado de gente. Por eso ahora tal vez, ya en mi madurez y en mi vejez disfruto tanto la soledad, porque llegué a vivir en tumultos. Aquello pasó entre mis 15 y 28 años. 

-Recibió una educación de contrastes. Creció en un ambiente fiestero, su mamá le inculcó el gusto por todo tipo de lecturas. Pero también tuvo una educación rigurosa, disciplinada. En 1977 publicó su primer cuento.
-Mi madre era una buena lectora sin pretensiones culteranas de ninguna clase. No tengo ningún prejuicio contra los géneros populares, la novela policiaca, la histórica, la de terror, etcétera. Cuando yo era niño, tenía cinco años y todavía no sabía siquiera leer y escribir, mi madre nos leyó a mis hermanos y a mí Corazón, de Edmundo de Amicis. Esa es una novela sobre un grupo de colegiales de un internado en Turín que son unos mártires del estudio. Hay historias muy melodramáticas, muy truculentas. Como era muy pequeño, sentí que cuando entrara al colegio tenía que ser muy aplicado para que mi mamá me quisiera. Y entonces me convertí en un matadito. He escrito algunas crónicas sobre eso, por ejemplo, de una experiencia traumática que tuve cuando tuve mi primera entrega de calificaciones. Está en mi libro Giros negros (2008) y la crónica se llama En las alas del sacro deber. 

Me lo tomé muy a pecho. Entré al Instituto Patria, que era un colegio de jesuitas. Su lema era “A quien busca lo mejor”. Después saqué ese lema en mi novela Uno soñaba que era rey (1989). Era una escuela con un sistema de enseñanza opuesto a la pedagogía moderna, que busca fomentar el trabajo en equipo, la colaboración entre estudiantes. En el Patria era al revés: el individualismo, que tú destacaras sobre los demás. Como los jesuitas son las milicias de Cristo en la tierra, tenían toda una nomenclatura de cargos militares para los alumnos que lograran mejores calificaciones. Si eras el mejor de tu clase, eras edil. Si eras el mejor de todo tu grado, eras brigadier general. Las entregas de premios eran muy solemnes. Te llenaban el pecho de medallas. Cuando presenté El seductor de la patria (1999), me disfracé de López de Santa Anna y me colgué todas las medallas del Instituto Patria que me habían puesto de niño.

Creo que me volví un neurótico en ese colegio, por esa obsesión de ser el mejor. Realmente parece una gran estupidez. Jamás quisiera infligir ese tormento a mi hija, por ejemplo. Qué bueno que se salvó, pero yo sí caí. Yo tenía una fuerte tendencia al orden, a la disciplina, y otra tendencia que me jalaba al desmadre. Tuve que encontrar un equilibrio entre ambas.

-Se independizó muy joven, a los 23 años.
-Cuando yo era muy joven, mi primera chamba fue de redactor en una agencia publicitaria de películas mexicanas, Procinemex. Entré ahí a los 18 años. Anunciábamos las películas del Estado. Aunque esto ya fue en tiempos de José López Portillo. Todavía se conservaba la estructura de cine estatal del sexenio de Luis Echeverría, quien creó productoras como Conacine. Llegó un momento en que el Estado también se apoderó de la exhibición cinematográfica, de los Estudios Churubusco, etcétera. Trabajé ahí y luego nos liquidaron a todos. Busqué trabajo y conseguí una chamba de redactor en una agencia que se llamaba Arellano, donde hacía anuncios de detergentes, de pasta dental. Pero solamente duré un año.

Yo iba a estudiar la carrera de Periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, pero me tocó una época de adoctrinamiento marxista intensivo. Estudié el tronco común, puras materias de ciencia política con profesores de diferentes corrientes del marxismo. Te hablo de finales de los 70. La verdad es que no me interesaba tanto. Yo nunca pude leer, por ejemplo, El Capital, de Marx. Teníamos un profesor que nos dejó leer La ciudad de Dios de San Agustín y nos dio una sola semana, pero yo trabajaba en Procinemex, donde se organizaban tertulias literarias y cinematográficas muy animadas.

En Procinemex conocí al dramaturgo Carlos Olmos, al poeta Francisco Hernández y varios críticos de cine que hasta la fecha son grandes amigos míos; a Luis Terán, a Mauricio Peña. Teníamos un jefe que era un personaje extraordinario, José Luis Mendoza, un hombre con un sentido del humor maravilloso. Era una jaula de locas. A mí me interesaba más leer los libros que se comentaban en la tertulia, que los que me dejaban en la facultad. En esa época estaba leyendo las obras completas de Oscar Wilde, que estaban en la biblioteca de mi mamá. Yo estaba fascinado leyendo a Wilde cuando Jesús Suárez nos dejó leer a San Agustín e hice una revuelta entre mis compañeros. Fuimos a exigir que nos quitaran al maestro. Nos lo quitaron y seguí leyendo muy tranquilo a Wilde (ríe). Leí La ciudad de Dios muchos años después cuando iba a escribir Ángeles del abismo (2004).

-La primera novela que publicó fue Señorita México, pero su primer gran éxito como novelista fue El seductor de la patria, en la que reconstruye la vida del dictador Antonio López de Santa Anna.
–Yo tengo dos campanazos, que fueron, justamente, El seductor de la patria y, más recientemente, El vendedor de silencio (2019). Los dos de la misma magnitud. No estoy seguro de que sea lo mejor que he escrito, porque yo le tengo mucho cariño a mis cuentos, por ejemplo. Creo que son mejores que esos dos libros. Es un género que me atrae profundamente desde la adolescencia y con el que yo empecé, pero sé que el cuento, en general, no sólo los míos, tiene un público más restringido que la novela. El seductor de la patria es un long seller porque la dejan leer mucho en las escuelas. Tiene un gran público. 

“López Obrador quiere anular la autonomía de la Suprema Corte, del INE. Si lo logra, volveríamos a la era del PRI”.

–El vendedor de silencio es una biografía del periodista más poderoso de México en el siglo XX: Carlos Denegri. Pero también es un documento histórico de una época. Se ha convertido en una de sus obras más populares. Si se adaptara para una serie, ¿se ha imaginado quién podría ser el actor protagonista? 
-La verdad, no. El que la quiere hacer serie es José María Yazpik, quien no se parece nada a Denegri, pero quizás eso no importa tanto para el público masivo. Él tiene los derechos. Lo que pasa es que esos proyectos pueden quedarse en el aire hasta el final de la eternidad.

Carlos Denegri es un personaje que depende mucho de la época en la que él existió. Periodistas corruptos por supuesto que hay en la actualidad todavía, pero ya no tienen esa celebridad y ese mismo poder que tuvo Denegri. Yo creo que a partir de 1997, que es cuando el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y que empezó a resquebrajarse el sistema corporativo y la dictadura de partido, los periodistas independientes empezaron a cobrar más relevancia. Eso desprestigió por completo a periodistas que seguían líneas, a los chayoteros, porque la gente se daba cuenta al compararlos con las voces independientes. Eso los fue arrinconando cada vez más.

Una cosa muy clara que pasó fue que en el sexenio de Peña Nieto se repartió una gigantesca cantidad de dinero, millones de dólares, entre publicidad, chayotes y demás. Y no le sirvió de nada porque el PRI perdió las elecciones del 2018. Fue un dinero tirado a la basura, porque esos periodistas ya no tenían tanto peso en la opinión pública.

Puede que siga habiendo una cierta injerencia del gobierno, sobre todo en las televisoras, que están supeditadas a las concesiones y tienen que hacer una información que no sea adversa para el gobierno. Pero creo que sí se ha liberalizado mucho la prensa y los medios de comunicación en México. No es de ahora. Esta no es una dádiva de Andrés Manuel López Obrador como él la quiere presentar: que le quitó el bozal a los periodistas. Los mismos periodistas conquistaron esa libertad de expresión desde tiempos de los personajes que aparecen en El vendedor de silencio. Julio Scherer, por ejemplo. Anteriormente, Jorge Piñó Sandoval, quien dirigió Presente, una revista efímera que solamente duró un año. Él fue uno de los que abrió brecha para que hubiera espacios de libertad en México.

Enrique Serna en su biblioteca

-En sus artículos periodísticos ha hablado de que hoy existe una dictadura de partido, como si hablara del PRI.
-Yo creo que sí hay una tentativa dictatorial de parte de López Obrador, porque él quiere anular la autonomía de la Suprema Corte de Justicia, del Poder Judicial y del INE. Si lo logra, volveríamos a la época del PRI: sería exactamente igual. A mí eso es lo que más me preocupa de todo, la verdad. Me tiene sin cuidado quién gane las elecciones, pero espero que nunca obtenga una mayoría para que pueda destruir el INE y anular la separación de poderes en México.

Veo enormes similitudes con el pasado. Ve la campaña de Claudia Sheinbaum. Es idéntica a la de Salinas de Gortari y a la de Miguel de la Madrid. Así eran esas campañas. Esta mujer tapizó las bardas del país entero. Yo estuve viajando mucho en 2022 y principios de 2023 y a todas partes donde iba estaban las bardas de #EsClaudia. En todas las bardas de México. Eso cuesta miles de millones de pesos que ella se gastó, no sé si del erario público o de empresarios que invirtieron en su campaña, pero eso es exactamente el retorno a las campañas de aplanadora que tenía el PRI. Fue el retorno del tapadismo porque el presidente la señaló con el dedo en los espectaculares que hay en los autobuses. Fue el retorno del dedazo también. Y eso es justamente lo que ellos están tratando de imbuir a la gente, que es inevitable su victoria porque ya el dedo la señaló.

-Existe la percepción de que el presidente decepcionó a muchas personas que lo apoyaron.
-Yo nunca me ilusioné con López Obrador. Nunca me gustó su manera de hacer política. Yo, cuando era chavo, participé en las protestas por el fraude electoral de 1988, que despojó de la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas, quien tenía otro estilo. No era un populista. Era un socialdemócrata. Creo que le hubiera hecho muy bien al país que se respetara la victoria de él aquel 88, porque eso hubiera evitado las polarizaciones que vinieron más adelante.

El populismo de izquierda o de derecha es nefasto siempre. En ese sentido, el gobierno de López Obrador ha resultado mucho peor de lo que yo me temía, porque se ha tratado de intimidar a las voces independientes, a los críticos. Toda esta campaña de troles pagados en la actualidad con dinero del erario, que se le echan encima a cualquiera que haga una crítica de su gobierno. Este afán de monopolizar la atención con sus mañaneras, tanta verborrea, tanta palabrería. Él tiene un lema fundamental: “El pueblo soy yo”. Es terrible porque prácticamente él se está atribuyendo la representación de una sociedad que es muy compleja, variopinta y muy plural, que nunca puede estar con una sola figura política.

Lo que ellos pretenden es que “como nosotros ya llegamos a la Presidencia, se acabó en México la crítica del poder” y por eso la campaña de intimidación. Yo me di cuenta de que había dos opciones: callarte la boca para que no te tacharan de reaccionario o seguir opinando con libertad como lo había hecho antes. Opté por esa segunda alternativa.

-¿Se siente decepcionado ante las opciones para esta elección?
-Es lo que hay. Desde que empezó la democracia en México, o sea, del año 97 para acá, mi experiencia como ciudadano es que es muy difícil para un votante bien informado elegir cuál es la opción política menos mala: nunca ha habido una buena, buena de verdad. Creo que lo que se debería de tratar de lograr en esta elección que viene es salvar la democracia, aunque gane Claudia Sheimbaum.

Lo que ocurrió a partir de la campaña del 2018 fue un fenómeno de exaltación colectiva, de apasionamiento masivo. Mucha gente sentía que realmente se iniciaba una nueva era de la historia de México. Yo voy de acuerdo que algunos piensen que ha habido una leve mejora en algunos aspectos. El hecho de que salieron de la miseria, según el INEGI, 5 millones de personas, por ejemplo. Pero en otros aspectos la situación está de la chingada: la criminalidad impune ha empeorado, los servicios de salud también han empeorado, la educación pública. Este gobierno da y quita. 

El problema es que en este sexenio te linchan si tú dices algo adverso contra ellos. Eso me parece profundamente autoritario. Desde que me di cuenta de esos linchamientos, yo dije: “Ahora no voy a parar de joderlos durante todo el sexenio”. Es a lo que me he dedicado. No siempre, porque yo no escribo todos mis artículos de política. Prefiero más bien hablar sobre temas culturales. Pero no voy a quitar el dedo del renglón: ellos lo que quieren es suprimir la crítica del poder y tachan de traidor de la patria a quien incursione en ella. Me parece terrible. 

La tragedia de México es que, cuando vino el cambio a la democracia, inmediatamente, vino una oleada delictiva terrible y sigue llegando a extremos de terrorismo. Hay una expansión creciente del crimen organizado, que ahora controla actividades económicas enteras en muchas regiones del país. Es un cáncer que va avanzando cada vez más y la política de López Obrador ha sido dejarlo crecer, porque finalmente él ha hecho un pacto con un amplio sector de la población que consiste en que “si a mí me sigues dando mis pensiones para adultos mayores, las becas, etcétera, no me importa que la situación siga empeorando”. Eso es peligrosísimo: puede llegar un momento en que esto se desborde de manera incontrolable.

-Fue a partir de los 40 años que se dedicó de lleno a la literatura. ¿Sí es posible, entonces, para un escritor, en su caso, vivir de lo que escribe?
-Es muy difícil vivir únicamente de las regalías. Es una de mis fuentes de ingresos. Otras son los artículos de periodismo. Tengo más que he ido haciendo a lo largo de mi vida. Por ejemplo, con las repeticiones de telenovelas: a pesar de que yo solamente era colaborador de los argumentos, porque los libretos los escribía Carlos Olmos, me llevo una pequeña tajada y con eso he tenido más ingresos que con toda mi obra literaria, porque se renuevan los derechos cada 15 años.

Lo que hacíamos era reunirnos dos veces a la semana el director de la telenovela, Carlos Olmos y yo. La mayoría de las que hicimos la dirigió Carlos Téllez, como Cuna de lobos. Era un director de teatro universitario, un tipo muy creativo, con mucho sentido del humor. Yo realmente disfrutaba mucho esas reuniones en donde fraguábamos cuatro o cinco capítulos. Carlos tenía una capacidad de trabajo extraordinaria. Escribía dos capítulos diarios en sus mejores épocas. Decidíamos cómo iba a acabar el capítulo, cómo terminaba el final del viernes, el día en que tenía que ser el golpe dramático más fuerte para que la gente estuviera picada de ahí al lunes, cuando venía el siguiente capítulo. Para mí sí fue una escuela muy importante porque aprendí el manejo del suspenso, sobre cómo intercalar subtramas, etcétera, y creo que ese aprendizaje se ve mucho en Ángeles del abismo.

Yo ya no trabajaría como guionista para hacer historias ajenas, ni historias originales para televisión: cuando concibo una buena idea la quiero convertir en una novela o en un cuento. Pero sí me gustaría adaptar mis propias novelas. Yo escribí una adaptación de 30 capítulos de La doble vida de Jesús y la verdad quedé contento con el resultado. Ya tiene siete años que le vendí los derechos a Televisa.

“Es muy difícil vivir sólo de regalías. he tenido más ingresos CON las repeticiones de tVnovelas en que colaboré que con mi obra literaria”.

-¿Está listo para volver a invertir en una nueva obra el tiempo que invirtió en El vendedor de silencio?
-Lo estoy haciendo en este momento. Prefiero no hablar de ella porque… luego trae mala suerte. De eso no hablaré, pero es una novela histórica centrada en dos personajes de la historia de México. Va a ser una novela más parecida a Ángeles del abismo, que es de época, pero casi completamente de ficción. 

-Después de El vendedor de silencio, publicó el año pasado un libro de cuentos, el cuarto de su carrera, Lealtad al fantasma. Cuando un escritor genera una gran obra, puede tener cierto miedo a escribir la siguiente. Incluso usted ha mencionado el caso de Juan Rulfo y sus únicas dos obras.
-Rulfo, después de haber escrito esa maravilla, seguramente temió que ya no podía superarla, pero los simples mortales que no hemos llegado a esas alturas podemos seguir insistiendo para ver si escribimos algo mejor que lo que hicimos antes. Las expectativas crean una presión. Siento que no puedo quedarme abajo de lo que ya escribí antes, pero también estoy incursionando en un tema muy diferente a todo lo que había hecho en el pasado. No me obsesiono con la idea de que tengo que volver a dar un hitazo. Si no lo doy, no me importa. Yo sí quiero quedar satisfecho con mi trabajo, que me satisfaga a mí, en primer lugar. La suerte que pueda tener con el público, ya es otro boleto.

-Al final, me parece, encontró su equilibrio. Bebe algunas cervezas cuando quiere, disfruta los momentos.
-Ganó el matadito (ríe). Yo llevo una vida muy disciplinada, con una rutina inmutable. Siempre hago lo mismo todos los días. Me levanto, hago ejercicio durante una hora y media, desayuno, trabajo de 10 a tres de la tarde. Después saco a pasear a mi perra. Leo dos o tres horas. Luego veo una película de nueve a 11 de la noche. Es una vida que me sirve para adquirir hábitos de trabajo pero, claro, cuando llevo unos 15 días de eso sí siento ganas de tener alguna evasión. (ríe).

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Entrevista y fotos: Guillermo Rivera

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