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“Un libro es también un modo de resistencia”
Liliana Viola, periodista y escritora. Foto: Héctor Guerrero

Liliana Viola, periodista y escritora

“Un libro es también un modo de resistencia”

La periodista argentina Liliana Viola es la primera mujer en ganar el Premio de Crónica Anagrama. Su nuevo libro La hermana, en el que comenzó a trabajar hace más de 10 años, retrata a fondo a la hermana Martha Pelloni, una famosa activista religiosa de Buenos Aires.


María Soledad Morales desapareció el 8 de septiembre de 1990. Su cuerpo fue hallado dos días después en un basural, a siete kilómetros de la ciudad de Catamarca, en el noroeste de Argentina. Había sido brutalmente golpeada, su cadáver presentaba huellas de violencia extrema, le faltaba un ojo y le habían arrancado el cuero cabelludo y parte de la piel. Tenía 17 años y estudiaba en un colegio religioso. La autopsia reveló la crueldad con la que fue drogada, violada y asesinada.

Su feminicidio conmocionó a todo el país, en especial por la trama que vino después. Sus asesinos, todos hombres y familiares de gente acomodada; en la lista de sospechosos se leían los nombres del sobrino de un gobernador, el hijo de un diputado, el hijo de un jefe de policía. Fueron conocidos como Los hijos del poder. 

Durante las investigaciones del caso, se perdieron pruebas, se presionó a testigos, se intentó cubrir y encubrir por todas las vías pistas clave. El cuerpo fue lavado para borrar cualquier evidencia que pudiera conducir a una línea de investigación en particular.

Miguel Ángel Ferreyra, el jefe de la policía local, ordenó el lavado del cuerpo. Más tarde, el nombre de su hijo saldría a relucir como sospechoso.

María Soledad había acudido a un baile. Fue la última vez que sus padres la vieron con vida. Dos años después de que se iniciara el juicio, que por momentos mantuvo a un país pendiente de la televisión como una telenovela de moda, la justicia local condenó a 21 años de prisión a Guillermo Luque y a nueve años a Luis Tula por el asesinato y la violación agravada de María Soledad Morales.

Pero antes de todo, en los días más profundos del horror, la gente de Catamarca marchó para exigir justicia. El 14 de septiembre de 1990 los padres de María Soledad iban al frente de una marcha con una particularidad: iba en silencio. No se escuchaban los llantos ni las consignas, la indignación y el dolor estaban presentes a través de la ausencia. Era la primera marcha en silencio que se hacía en Argentina, o al menos la que más se recordaría. Los padres de la joven marchaban y a su lado, al frente de la enorme columna, iba la hermana Martha Pelloni.

La hermana

Pelloni era una monja que dirigía en aquellos años el colegio donde estudiaba María Soledad. No soportó el no hacer nada ante la muerte de una niña de su colegio. Convocó a la marcha y encabezó el contingente. De a poco, la monja, como la comenzaron a llamar en la prensa y en las calles, se fue convirtiendo en una persona incómoda que exigía justicia, atraía las miradas e incomodaba al poder.

Cuando el caso llegó a su fin, la hermana Martha Pelloni sintió que su trabajo había terminado y podría comenzar una nueva etapa, lejos de ahí. El tema se había cerrado y buscaba dejar atrás el dolor. Pero se equivocó. La esperaban docenas y cientos y miles de personas que necesitaban una voz para denunciar todo tipo de injusticias. Habían visto en la hermana Pelloni la voz que ellos no tenían, una que sí era escuchada. La monja Martha Pelloni pasó a ser un símbolo de las luchas por la justicia en Argentina.

La periodista

A la periodista Liliana Viola, nacida en Buenos Aires hace 62 años, el personaje de la monja justiciera le atrapó. Su curiosidad periodística se despertó, había algo en la religiosa que ella quería describir de cerca.

Tras un primer encuentro cara a cara con Martha, supo que su crónica quizá no sería crónica, sino un perfil con sabor a biografía; y que ese proyecto terminaría en un libro.

Pasaron más de 10 años para que ese libro se terminara de escribir y, antes de que viera la luz, ganó la sexta edición del premio de crónica que otorga la editorial catalana Anagrama.

Hoy, la autora, que disfruta de 35 años de experiencia en el periodismo, llega puntual a la cita para conversar sobre el trabajo detrás del libro.

–Lo más obvio y burdo que tiene el periodismo y la literatura son los premios.
–Es un libro escrito para un premio. Escribí esta crónica, pensando deliberadamente en las bases del premio y, movida, pongámosle la palabra, por la codicia. Quería conseguir este premio. Y pienso lo mismo que me estás diciendo vos, los premios son subjetivos.

Pero ver que existía este premio hizo que me pusiera a escribir algo que tenía pendiente y que probablemente no habría escrito nunca. Había estado muchos años juntando material sobre la historia de la hermana Pelloni y, sobre todo, de los casos en que ella sigue trabajando.

–¿La hermana ha visto el libro o no es algo que ella busque?
–Quiero entregarle el libro para que lo lea; recién me ha dado fecha para el  próximo 19 de diciembre porque está armando unas marchas de silencio por una nueva joven que acaba de ser asesinada. Es su trabajo y no ha parado desde los 90.

–Lleva mucho tiempo trabajando con esta crónica.
–Hace muchos años que a mí me interesa su historia, leo todo lo que sale sobre ella, pero no me considero una cronista.

–¿Por qué no es cronista?
–No me gusta usar la palabra fobia porque es muy de diagnóstico, pero si me produce mucha timidez, nervios, miedos; es una situación desagradable estar teniendo esta entrevista y yo hacer entrevistas. Eso es algo que me impide definirme o posicionarme como una cronista, porque tengo problemas para hablar con las personas, para ir al territorio, que es algo que tampoco me gusta hacer.

–¿Qué le detenía a terminar el libro?
–Verme ante la imposibilidad de escribir ese horror con el que la hermana trabaja.

–¿Cuándo llega la idea de hacer un libro sobre ella?
–Tuve la idea de este libro hace 15 años. Hice una primera entrevista y luego me sentí muy frustrada; me pareció que no había podido hacer una diferencia, me pareció que era insuficiente. Dentro del periodismo a veces pasa que los periodistas preguntamos lo mismo y los que contestamos también contestamos lo mismo. Tuvieron que pasar muchos años para que pudiera encontrarle la vuelta a esto.

–¿Cambio la forma de ver el libro?
–Hice un gran archivo de datos en mi computadora; eso se fue convirtiendo en una obsesión y una necesidad. El premio ayudó a destrabar eso.

–¿Y el reto de escribir?
–Sobre todo, ¿cómo lo puedo escribir? El material estaba, pero pensaba que no iba a poder escribir. Ya te dije todas esas limitaciones.

–¿Cómo salió de ese callejón?
–Con la construcción de mi personaje. Es un personaje que tiene problemas, que pregunta lo que no tiene que preguntar, que se mete, que es bastante irreverente. Le pregunté a la hermana Martha Pelloni sobre su relación con la iglesia y yo no soy religiosa. El libro me permitió armar mi propia narrativa. No cambio ninguna respuesta, pero sí el orden de las preguntas.

–¿Por ejemplo?
–El libro comienza preguntando a la madre, ¿usted no tiene miedo que la maten? Y yo no empecé la entrevista con esa pregunta. Es verdad que cuando comencé la entrevista, nunca dejé de pensar, ¡ay Dios mío, cómo no lo han matado a esta monja! En algún momento se lo pregunté y me miró con ojos raros y no me contestó. La pregunta le molestó y luego la volví a preguntar, y me la respondió.

–Resulta curioso el término de “cronista de escritorio”.
–Podríamos decir que antes el “cronista de escritorio” era una denostación para el oficio, pero los tiempos van cambiando. Pronto habrá “cronista de inteligencia artificial”. Yo no estoy en favor de una cosa así, pero “cronista de escritorio” implica que alguien está usando instrumentos contemporáneos como internet, donde pude encontrar absolutamente todas las entrevistas y declaraciones en los juicios. La monja no sólo sale a la calle a luchar o a hablar con las víctimas, sino que, con todo lo que sabe, es testigo en muchos juicios. Hoy, todos esos documentos están en la red, cientos de archivos que hay que leer, entender, desglosar. Cuando empecé en el periodismo, no había modo de hacer eso, salvo ir y hablar con esa persona, y los documentos nunca te los daban. No te daban ni un teléfono, hoy contactas a la gente por Instagram.

–¿Es otra forma de hacer periodismo?
–Sí, por supuesto. No estoy en contra de otros estilos. Siento admiración por todos los periodistas que van al territorio, pero no es mi fuerte. Mi fuerte es la lectura de archivos, el cruce con otras lecturas. Me las rebusco o para no dar cátedra sobre ciertas ideas que yo quiero. Por el contrario, me interesan los casos, me interesa la monja, me interesa decir algo más que el caso en sí mismo o la figura de ella. Quiero dar una visión general, un contexto y por qué ocurre. Eso es mi fuerte, sacar conclusiones y buscar entre líneas.

–Argentina está atravesando un momento muy obscuro. Este personaje es muy actual, a pesar de que el libro habla desde sus orígenes. ¿Son necesarios estos personajes?
–Este personaje y este libro representan la resistencia y una realidad que no se ha borrado, aunque se pretenda tirar con una motosierra (como pregona el presidente Javier Milei, quien ha usado esa metáfora para borrar el pasado y recortar presupuestos y empleos públicos). Todos, desde que comenzó el gobierno de Milei, hemos sentido algo muy poderoso: ha logrado hacerte sentir que lo que haces no sirve para nada porque las cosas son tan dramáticas y el grado de exterminio y de pauperización de la sociedad a nivel ético y económico es tan fuerte, que ponerte escribir un librito, la verdad, suena a una estupidez.

Ese sentimiento es muy peligroso porque nos deja sin sentido de vida. Por eso, haberlo escrito, que se haya publicado, es continuar, como ha continuado la hermana Pelloni a lo largo de todos los gobiernos y todos los años. Es un modo de decir “no, no nos han vencido”. Un libro es también un modo de resistencia.

La crónica es nuestra arma contra el olvido

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Por: Héctor Guerrero | X: @mexhector

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