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¿Qué es realmente ser ‘feminazi’?
Foto: CkyBe | Shutterstock
Publicado el 2 de marzo 2024
  • Sociedad

¿Qué es realmente ser ‘feminazi’?

Es vital saber qué se pretende cuando alguien acusa a quien lucha por la igualdad de género de “ideóloga” o “feminazi”. Las palabras cuentan y reflejan realidades, pero también las crean.

Como respuesta a la ebullición ciudadana feminista y a la progresiva institucionalización de las políticas para la igualdad, se están produciendo reacciones antifeministas procedentes, de forma generalizada, de grupos conservadores.

La reacción antifeminista supone un fenómeno recurrente, ya que regresa cada vez que las mujeres comienzan a hacer algún avance hacia la igualdad. Considerada como intrínsecamente reaccionaria, esta respuesta estaría motivada por un sentimiento de venganza y una voluntad de mantener el statu quo o de hacer retroceder el reloj hacia una época previa.

Algunos de los componentes básicos de la reacción antifeminista suelen ser las campañas antigénero, que se vienen sucediendo a lo largo y ancho de Europa, América Latina, África, Asia y Estados Unidos. Se trata de movimientos sociales que buscan influir en los debates sobre género, sexualidad e identidad de género, acusando al feminismo de poner en peligro los valores tradicionales relativos a la familia, la nación, el orden social, la biología, etc.

Campañas de grupos conservadores

Usualmente, dichas campañas son protagonizadas por grupos conservadores que se alzan contra la implementación de políticas de igualdad que puedan garantizar, entre otras cuestiones, los derechos sexuales y reproductivos de ciertos grupos sociales minoritarios.

Quizás nos suenen algunas campañas como el movimiento La Manif pour tous en Francia, las campañas “Los niños tienen pene y las niñas tienen vulva” de Hazte Oír, en España, o la campaña “Con mis hijos no te metas” en Perú, Colombia, Ecuador y Argentina.

En el marco de estas campañas emergen una serie de discursos que tratan de oponerse al movimiento feminista utilizando una serie de descalificativos como son “ideología de género” y “feminazi”.

Las campañas antigénero se centran en el rechazo a la “ideología de género”, concepto maleable y ampliamente cambiante según contexto e intereses, que trata de sustituir al concepto “feminismo”, convirtiendo a dicho movimiento en una realidad totalitaria y radicalizada.

Autores como Bracke y Paternotte han catalogado dicho concepto como un “Frankenstein”, ya que se trataría de un término creado a partir de trozos de diferentes malestares. Otros como Mayer y Sauer lo describen como un significante vacío.

La cuestión es que la “ideología de género” se ha convertido en un concepto cada vez más presente en el espacio social, que entra en conflicto de forma directa con el feminismo.

A través de dichas campañas se movilizan discursos de corte conservador que consiguen desprender al concepto de género de sus connotaciones analíticas para convertirlo en una cuestión ideológica y peligrosa para el mantenimiento del orden social establecido.

Convirtiendo al género en una amenaza para los valores tradicionales de la familia (entre otras cuestiones, como pueden ser la heterosexualidad), se construye a las feministas como enemigas del orden moral de las sociedades, como generadoras del caos, como “feminazis”.

Un insulto estigmatizador

El concepto “feminazi” suele utilizarse como un insulto que busca desacreditar y estigmatizar a las mujeres cuyas opiniones o comportamientos se consideran no sólo como feministas, sino también amenazadoramente “radicales” o “extremas”.

The Oxford English Dictionary cita el uso más antiguo documentado de “feminazi” en un informe del condado de Orange en Los Angeles Times del 4 de julio de 1989. Sin embargo, la expresión se popularizó a partir de la mención que realizó Rush Limbaugh, comentarista conservador estadounidense, a principios de los años 90.

Este autor definió el término como “aquella feminista para quien lo importante en la vida es asegurarse de que haya el mayor número de abortos posible”, comparando así el Holocausto de Hitler con la lucha feminista por la legalización del aborto.

Pese a no encontrarse el término en la RAE, la academia ofreció una explicación del significado en 2018 a través de Twitter definiéndolo como un concepto usado “con intención despectiva, con el sentido de feminista radicalizada”.

La “feminazi” sería no solamente una mujer feminista, sino una feminista radical, entendiendo por “radical” aquel feminismo aliado del anticapitalismo, los y las antisistema.

Además, mediante este descalificativo hacia las feministas se consigue crear la idea de que las “feminazis” solamente luchan por los derechos de un grupo de mujeres concreto: las mujeres pertenecientes a la izquierda política.

Se produce así una separación entre diferentes grupos de mujeres, mientras que unas serían las radicales, otras serían las víctimas del feminismo.

Se desprende de esta visión del feminismo que no se trata de un movimiento realmente inclusivo, produciendo una acrobacia discursiva que transforma la base igualitaria propia del movimiento feminista en otra de cariz excluyente.

El concepto “feminazi” es muy utilizado por movimientos antifeministas alrededor del globo y también está presente en los discursos populistas de las derechas políticas, sobre todo a través de los mensajes que ciertos partidos lanzan en redes sociales como Twitter.

Las campañas antigénero pueden tener entre sus objetivos que ambos conceptos sean intercambiables, pero la realidad es que el calificativo “ideología de género” (así como “feminazi”) pretende desmerecer la lucha feminista y la consecución de la igualdad de género, haciendo pensar que ya se ha conseguido o que no es realmente igualitaria.

Por esta razón se vuelve vital saber qué se pretende cuando alguien acusa a quien lucha por la igualdad de género de “ideóloga” o “feminazi”. Las palabras cuentan y reflejan realidades, pero también las crean.

Maria Medina-Vicent, profesora y doctora de Filosofía, Universitat Jaume I.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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Por: Maria Medina-Vicent | The Conversation

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