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Carrilla, cafecito y longaniza electoral
Foto: Memo Bautista
México

Carrilla, cafecito y longaniza electoral

El debate presidencial en familia desde Iztapalapa

Publicado el 8 de abril 2024
  • México

El aroma a longaniza frita se escapa de la cocina de María Alejandra Sánchez Velázquez —Aleja, para los amigos— y se esparce por el espacio que ocupa la sala-comedor. Quita de la mesa las bolsas que rellenó con palomitas de maíz. Mañana las venderá en el Instituto Nacional de la Infraestructura Física Educativa, donde trabaja desde hace más de dos décadas. Tiene 67 años.

Hace a un lado las sillas de herrería cubiertas con cojines blancos para poner los platos, los tarros con bebidas de cítricos, las tortillas envueltas en una servilleta de tela y una bolsa de plástico para que no se enfríen, la salsa roja, un pequeño recipiente con salpicón de res y una cacerola con el guiso estrella: 

—Esta noche vamos a comer-cenar tacos de longaniza —dice con antojo.

Y sí, se antojan.

Lalo, su hijo de 43 años, y Adriana, su hija de 40, se acercan a la mesa y se sientan de manera estratégica para ver la televisión mientras cenan. No suelen comer con la tele enfrente. Esta vez la ocasión lo amerita: son casi las ocho de la noche del 7 de abril de 2024, pronto comenzará la transmisión del primer debate presidencial y este hogar de Iztapalapa no piensa perderse semejante evento. Xóchitl Gálvez de la coalición del PRI-PAN-PRD contra Claudia Sheinbaum, la principal abanderada del partido oficial, Morena, en alianza con el Partido Verde Ecologista de México y el Partido del Trabajo. Y, por parte de Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez casi como un invitado de último momento.

—¿Ya viste que Xochitl llegó en su bicicleta? —dice Aleja quien desde los años 90, cuando escuchó a Manuel Clouthier y le llamó la atención su discurso que desafiaba al PRI, comulga con las propuestas del PAN.

—Sí, pero está como Quadri en 2018, que según viajaba en una combi, pero en realidad iba en su coche blindado —contesta Lalo, su hijo, quien al igual que Adriana, se inclina más por las propuestas de Morena. 

Más que morenista, en realidad Lalo se considera obradorista. Así, a secas.


Barrio popular o suburbio en ascenso

Estamos en Iztapalapa, en la colonia Constitución de 1917. Si observáramos esta colonia desde arriba, nos percataríamos de que es el centro geográfico de la demarcación. La zona rompe con el estereotipo de barrio popular que se ha creado de Iztapalapa, uno de los bastiones más fuertes del partido Morena en la capital. Constitución de 1917 es una colonia en la que cualquier inmobiliaria querría construir edificios: hay árboles y camellones verdes que en las noches están bien iluminados. 

Pero aquí no hay edificios, por lo menos no a primera vista. Las casas son amplias, pero pocas rebasan los dos niveles; en algunas el patio es tan grande que pueden estacionarse dos autos, la mayoría de gama media. Tampoco hay mucho ruido, el tránsito y caos vehicular se quedan lejos, por la calzada Ermita Iztapalapa y el Periférico Oriente. Tal vez es porque es domingo o porque esta colonia es un oasis en la alcaldía más poblada de la CDMX. 

Sus calles están limpias, las paredes de las casas también, ni siquiera tienen murales o grafitis. Hay poca gente caminando. De vez en cuando alguna casa exhibe una manta con el rostro de Santiago Taboada, candidato de la coalición Va por CDMX, lo que desafía a quienes consideran que Iztapalapa como territorio guinda. Ninguna cascarita dominguera se avizora en las esquinas, tampoco música de alto volumen que acompañe la chela banquetera. No. Esta colonia se parece más un suburbio en ascenso. El metro  llegó aquí desde la década de los 90 —casualmente cuando Aleja y su familia llegaron a habitarla— y desde entonces la colonia Constitución de 1917 dejó de ser una zona alejada y se comunicó con el Centro y el resto de la Ciudad.  

“Ya se está poniendo bueno” (el primer debate)

Apenas comienza el debate, Lalo cruza los brazos y deja de comer. Pone atención. Aleja sí que muerde su taco de longaniza, pero atenta siempre a lo que dicen los candidatos. Lo mismo hace Adriana, que ya ha cambiado de lugar y ahora está en el sillón largo de la sala de madera rústica que hay en la casa. No hay más voces que las de Claudia, Xóchitl y Máynez, interrumpidas sólo por el sonido de los cubiertos cuando chocan con los platos.

Cuando Xóchitl critica el sistema de salud de la Ciudad de México, Lalo se ríe y mira a su mamá. Espera su reacción. Claudia responde con una gráfica que muestra el nivel de satisfacción de los ciudadanos de CDMX con el servicio de salud. Aleja hace un gesto, carraspea, las palabras se le hacen bola en la boca, no se aguanta: 

—¡Qué chismosa!

Lalo vuelve a reír. Él sabe que su mamá no confía en esos números, menos después de la pandemia. Aleja escuchaba a Hugo López Gatell, entonces subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud. La forma en que se expresaba era suficiente para que ella dijera que él sí sabía de lo que hablaba. Pero conforme López Gatell cuestionó el uso de cubrebocas y la aplicación de medidas de detección, por ejemplo en los aeropuertos, ella dejó de creer en él. 

La familia Sánchez mira el primer debate presidencial. Foto: Memo Bautista

De regreso al debate, Máynez reclama que hay fallas en la medición de los tiempos de participación, Claudia habla de la época neoliberal, Xóchitl dice que hay que preguntar a los muertos por la falta de medicamentos. Aleja tiene una respuesta para todos: 

—Pierden el tiempo en decir sus babosadas. 

—Ya se está poniendo bueno —dice Lalo—. Están sacando sus trapitos al sol.

—Pues es lo único que hacen, no contestaron lo que les preguntaron —señala Aleja— y Máynez no tiene qué perder, ni nada que ganar. 

Aleja hace una pausa y luego remata:

—Está re-feo ese Máynez: tiene cara de máscara de luchador.

—Mami, eres bien grosera —dice Adriana aguantando la carcajada.

A pesar de las burlas, Aleja coincide en algún momento con el candidato de Movimiento Ciudadano, cuando habla de que la educación en México no es de calidad. Por su trabajo, Aleja ha podido observar los cambios en el sistema educativo mexicano. La jornada en educación básica sí debiera de ser más extensa, opina. Además, reclama que hacen falta más conocimientos de matemáticas.

La opinión de Lalo va por el mismo estilo. Al igual que su mamá, él también está cerca de la educación, pues trabaja en la Universidad Tecnológica de México, el UNITEC.

—Es un tema al que no se le ha puesto todo el interés que se debe –dice–. Como que se ha dejado al olvido la educación pública. La verdad está bien chafa desde el nivel básico. Antes había un programa que era el de escuelas de tiempo completo, que a mí se me hacía muy buen programa porque los niños entraban a la escuela, comían y se quedaban a hacer la tarea. En la escuela donde trabajo somos hasta cierto punto beneficiarios de todos esos niños que no logran entrar a una institución pública como la UNAM o el Politécnico. Llegan niños, se les hacen exámenes de diagnóstico para ver cómo andan y no saben ni escribir.

Unos minutos después, Xóchitl se une al reclamo de Lalo y reprocha la desaparición de las escuelas de tiempo completo. 

—Eso sí es cierto —secunda Aleja—. Y les dieron en la torre a las mujeres que tenían a sus hijos ahí.

—Igual que en las guarderías —completa Adriana.

La candidata vuelve con la propuesta de una beca universal para estudiantes hasta bachillerato para escuelas públicas y privadas. 

—Ya ves, te va a dar beca para tu hijo –se burla Aleja del obradorista Lalo. 

—Está bien, ya voy a votar por ella entonces, porque me va a dar dinero.

Y cuando Xóchitl propone la tarjeta para que los ciudadanos podamos ser atendidos tanto en hospitales públicos como privados, todo con cargo al erario, el sarcasmo de Lalo dispara:

—Mira, así me voy a ir a atender a Médica Sur o al Ángeles.

Adriana ríe y, con aire de moderadora, hace una pregunta importantísima:

—¿Qué hay de postrecito?

Los hermanos se levantan de la mesa, pero en cuanto entran a la cocina, Aleja les hace una advertencia: 

—¡El Gansito es mío, eh! 


El debate doméstico

Emilio tiene 17 años. Es hijo de Lalo y nieto de Aleja. Carga a su pequeña prima de dos años: la hija de Adri. 

—¡Ah, ya empezó! —grita el chico mientras entrega a la niña a su mamá–. Se me había olvidado.

—Ven a verlo con nosotros —invita Adriana mientras golpea con la palma de la mano el asiento a su lado. 

La niña deja los brazos de su mamá y busca a Aleja. La abuela carga a su nieta y le da pequeños trozos de tortilla en la boca. 

—¿Quién ha dicho más tonterías? —pregunta divertido Emilio.

—La Claudia —dice Aleja 

—No, yo digo que Xóchitl —responde el muchacho como para hacer rabiar un poco a su abuela. 

Emilio rechaza la invitación a ver el debate. Aunque se ve que le gusta discutir del tema con su familia, dice que prefiere dormir. Está cansado y al otro día debe pararse muy temprano para ir a la prepa.


—¿Cómo se deben asignar los contratos de obra pública? —pregunta el periodista Manuel López San Martín, que modera el debate junto a Denise Maerker. 

—Basta de empresas fantasma —responde Máynez.

—Como las de Xóchitl —dice Lalo mientras botanea unas naranjas con chile en polvo.

—Estos también, los hijos del Peje —reclama Aleja—  Inventaron sus empresas. Traen creo que una lonchería o una pozolería. 

Lalo no responde. Aunque se considera un fiel obradorista, lo cierto es que también hay decisiones que él no puede perdonar al gobierno de López Obrador. Una de ella es la liberación del general Salvador Cienfuegos, detenido en Estados Unidos en 2020, acusado de narcotráfico. Un mes después de su detención, las propias autoridades estadunidenses retiraron los cargos en su contra y fue trasladado a México.

—La verdad me decepcionó mucho eso —confiesa. 

Además tiene una teoría:

—Para mí el verdadero poder que mueve aquí, al país, es el poder militar. En el ejército debe haber como un comité de gente muy poderosa que son los que mueven los hilos y ellos son los que deciden ya. También siento que la policía civil o las policías pues están inmersas de corrupción. Es el pan de cada día. A nivel gobierno se maneja corrupción en todos los ámbitos. Ahí está el cartel inmobiliario, por ejemplo.

Adriana es la que menos habla durante el debate, pero le gusta conversar. Ella está convencida de que buena parte de la corrupción en el país se concentra en el Poder Judicial, en específico en los jueces. Además, conoce de cerca un caso de corrupción que se relaciona con la educación. 

—El papá de mi hija estudiaba en un Cetis. Y ahí la profesora, o los que se encargaban de darles los pases para los títulos, les pedían dinero para que pudieran seguir con sus trámites. O sea, así como de ¡ah!, pues dame cinco mil pesos y ya está la autorización. Eran varias personas coludidas ahí: una red casi, casi. Al final el papá de mi hija también participó y lo aceptó. Dijo sí, sí, para ya terminar rápido este pago.  Pensó que todo iba a ser muy fácil y muy lindo. Y no, a la fecha no se puede titular.

Adri deja la sala. Su hija está cansada y se va con ella a una recámara. Lalo va por un poco de refresco, se estira, mira su teléfono. Aleja se sienta en la sala. La atención se diluye por un momento hasta que el candidato de Movimiento Ciudadano, Álvarez Máynez, intenta presentarse en Lengua Mexicano de Señas.

—Ese cuate tiene mucho material para esos programas de risa —comenta Lalo cuando mira a Máynez explicando cada seña que hace. 

—¿Cómo se llaman estos programas? —continúa Lalo—. Esos de Televisa. 

—El Privilegio de Mandar.

—Ándale, ese. 

Risas de todos.


¿Quién podría culparles?

Xóchitl habla también sobre poblaciones vulnerables.

—He trabajado desde la sociedad civil…

—Desde que vendía gelatinas —Lalo eleva su voz para tapar a Xóchitl y que su frase complete la de la candidata. 

—Como yo palomitas —dice Aleja a su hijo.

—Y además vivía en Iztapalapa —dice Lalo–. O sea, no cualquiera.

—Está como la Claudia que decía que vivía en La Merced.

—Si, pero vivir en Iztapalapa es como: me fui a un safari y sobreviví —Lalo ríe.

—Y en la Merced igual —completa Aleja.

Antes de que termine el debate, Adri regresa. Por fin, su hija se quedó dormida. Se sirve café con un bolillo y vuelve a prestar su atención a la pantalla.

—¿Quieres cafecito? —ofrece Aleja a Lalo, mientras le da un pequeño masaje espalda. Es de esas sobadas ricas que dan las mamás a sus hijos, sin importar la edad.

Afuera comienza a sonar un rumor de música electrónica. Al parecer algunos vecinos de Iztapalapa prefieren bailar house en lugar de atender el debate presidencial. Pocos podrían culparles o reprocharles nada.

Antes de hablar con Aleja y su familia, una buena cantidad de personas de Iztapalapa a quienes quise convencer de permitirme acompañarlas a ver el debate en familia declinaron con hartazgo. Hartazgo de los políticos y de su cháchara de siempre. ¿Quién se atrevería a reprochar a sus vecinos por no sintonizar un debate que otra vez parece no llegar a nada? 


Intención de voto

En casa de Aleja, ni las pocas propuestas incompletas, ni el chiste de que la candidata del “PRIAN” que se quería robar la bolsa de tiempo, van a conseguir que esta mujer y sus hijos cambien su intención de voto. Aleja lo hará por Xóchitl Gálvez, Adriana por Claudia Sheinbaum y Lalo anulará su voto, porque de las dos no se hace una, dice. Aunque sí votará por los candidatos de Morena al Senado y al Congreso.

Unos minutos antes de las 10 de la noche, Denise Maerker y Manuel López San Martín, dan por terminado el encuentro. 

Adriana se tiene que ir a su casa. Se despide cariñosa de su hermano; Aleja toma las llaves de su auto para llevar a su hija y nieta que la visitan cada fin de semana, a su hogar en la colonia Portales. Hasta el momento ningún personaje político ha logrado que los integrantes de esta familia se enojen entre ellos.  

Esa es su victoria. 


CRÓNICA 2

Millenials, michis y su desilusión electoral

El debate presidencial en familia desde la Benito Juárez

Viven dentro de un edificio de los años cuarenta, mayormente habitado por jóvenes como ellos en sus primeros treinta. Y, como suele suceder con los departamentos viejos, éste fue diseñado con techos altos y una cocina apartada de la sala, espacios amplios y suficientes para albergarlos a ellos, a su perrita y a sus seis gatos, los suertudos que comparten los platos de croquetas sobre el mantel.

“Ridículo”, dice Arantxa cuando alcanza a ver en la tele que Xóchitl Gálvez, la candidata de la coalición “Fuerza y Corazón por México”, que agrupa a los partidos PAN, PRI y PRD, llega a las puertas del INE a bordo de una bicicleta eléctrica que luego uno de sus acompañantes se vio obligado a cargar.

Falta todavía una hora para que inicie formalmente el debate presidencial en el que tanto Gálvez como Claudia Sheinbaum, candidata de la alianza “Sigamos Haciendo Historia” (Morena, PVEM y PT), y Jorge Álvarez Máynez de Movimiento Ciudadano, intentarán convencer a la ciudadanía indecisa de votar por las opciones que representan.

La iluminación es tenue. Carteles de cine de películas como Solaris y Días de Otoño decoran las paredes. Tres libreros con alrededor de 700 libros destacan en la sala, junto a un buró especial donde resguardan algunos tesoros, como una primera edición de Poeta en Nueva York de García Lorca.

Rafa trabaja como responsable editorial de un festival de documentales; Arantxa es guionista y crítica de cine. La renta de este espacio les absorbe entre 40 y 50 por ciento de sus ingresos sumados.

Estas elecciones no les entusiasman, cuentan sentados frente al televisor mientras toman café y esperan a que la transmisión comience. Miran el debate, dice Rafa, no tanto para contrastar opciones como para “reafirmar su desilusión”.


Lenu araña la pantalla justo en el momento en el que los tres candidatos se presentan. Es uno de sus seis mininos que deambulan por la casa.

A los pocos minutos de comenzar, Arantxa vuelca la cabeza hacia atrás en la primera risotada de la noche: Jorge Álvarez Máynez, pelando los dientes en una sonrisa extraña que no lo abandonaría en las dos horas del debate, acaba de mencionar a los empresarios que se quieren “cobrar a lo chino”.

–Todo mal con esa frase –dice Arantxa, quien considera que esos dichos cotidianos están repletos de xenofobia.

Al candidato de Movimiento Ciudadano apenas lo conocen. Hasta hace un par de semanas no tenían idea de su existencia. Ambos lo califican como un sujeto gris, sin chispa.

Las risas continúan cuando Xóchitl Gálvez, después de criticar el desabasto de medicamentos contra el cáncer, dice que “hay que preguntar a las personas que murieron”. Más aún cuando califica a la candidata de Morena como persona “fría y sin corazón” en referencia a las víctimas de la Línea 12 y del Colegio Rébsamen.

Cerca de la televisión, se alcanzan a leer los títulos de algunos libros. La guerra no tiene rostro de mujer, de la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, y la antología Crítica feminista en la teoría e historia del arte; un poemario de Cristina Peri Rossi.

Su desilusión se hizo más aguda cada que el presidente decía alguna barbaridad sobre temas importantes

Arantxa se considera una mujer de izquierda, como su familia materna. Cuenta que su abuelo, ya fallecido, fue miembro del Partido Comunista. Y aunque dice que jamás votaría por Xóchitl Gálvez, coincide con ella cuando la candidata ataca al proyecto político morenista con un juicio lapidario: “La mega-farmacia fue un fracaso”.

Fue justo la promesa incumplida de combatir el desabasto en centros médicos y hospitales lo que hizo que ella perdiera la esperanza en el presidente por quien votó en 2018.

La desilusión se hizo más aguda cada que el presidente decía alguna barbaridad durante su conferencia matutina, casi siempre evadiendo temas importantes, o cada que justificaba el Tren Maya, a pesar de toda la evidencia en contra de los daños ecológicos que el megaproyecto del sexenio estaba ocasionando.

Todavía se acuerdan de ese día: la noche del 1 de julio, cuando ella y Rafa fueron al Centro Histórico a celebrar la victoria de quien había enarbolado la promesa del cambio en dirección a la izquierda. Rafa también votó por Andrés Manuel López Obrador en aquellos comicios pero lo hizo con menos expectativas que su pareja. “Era el menos malo”, dice.


“Toda la vida he defendido la escuela pública”, dice Claudia Sheinbaum durante una de sus intervenciones. Ellos dos también son egresados de escuelas públicas. Rafa, por ejemplo, estudió en el Centro de Educación Artística (Cedart), los bachilleratos ligados al INBAL, y juzga que en general su educación fue enriquecedora: sin los moldes que suelen existir en las escuelas privadas, en las que hay una tendencia educativa, afirma, para satisfacer un mercado laboral.

Arantxa, por su parte, nunca se ha sentido limitada por haber estudiado en escuelas públicas. Pero sí tiene la sensación de que en las privadas suele haber más rigor. Ella, por ejemplo, no está de acuerdo en que se eliminen los exámenes para entrar a la preparatoria como ha propuesto Clara Brugada, candidata de Morena a la jefatura de la ciudad. 

Pero no hay mucha oportunidad para ahondar en el tema. Los temas cambian de un minuto al otro, entre acusaciones de corrupción, negligencia o hipocresía de cada uno de los candidatos. Rafa y Arantxa revisan su celular y consultan las redes sociales cada tanto, como para despejarse.

Pero allí otro debate tiene lugar: una guerra de memes y comentarios lúdicos se libra entre ciudadanos, bots, simpatizantes y opositores.

A Xóchitl la acusan de explotar en su favor tragedias como el derrumbe del Colegio Rébsamen, el desplome de la Línea 12 del Metro y los muertos durante la pandemia del Covid-19.

Cuando Claudia aprovecha para presumir que la seguridad social está mejor calificada que en sexenios anteriores, Rafa disiente: en buena parte del sector cultural la seguridad social es prácticamente inexistente.

Todavía recuerda sus años como promotor cultural en la Secretaría de Cultura entre 2019 y 2020, justo durante la jefatura de gobierno de Claudia. Aunque él tenía la encomienda de dar talleres culturales a personas con discapacidad, migrantes y otros grupos vulnerables, terminó trabajando como organizador de filas en los centros donde se aplicaron las vacunas contra el Covid-19.

Se apresura a aclarar que ayudar en la emergencia sanitaria no hubiera sido una molestia si al menos le hubieran otorgado algún tipo de seguro médico antes de enviarlo a lugares de riesgo.

Trabajaba junto a un compañero con discapacidad visual, a quien tenía que ayudar a llenar formularios y listas. Al poco tiempo, entendió que a sus jefes de la Secretaría de Cultura les importaba más el número de personas anotadas en esas listas que la calidad del servicio y que su trabajo tenía más fines políticos que culturales.

Hoy, por fin, ha conseguido un trabajo en el que por primera vez goza de una prestación vital: servicio de gastos médicos mayores. 


Mientras los gatos suben y bajan de los muebles, la perrita Dominga se recuesta en el sillón entre Rafa y Arantxa. Desde que fue rescatada, le enseñaron a convivir entre gatos.

Lo cuentan como si fuera algo sencillo, detallan una a una todas las dificultades que deben superarse para lograr que dos especies distintas convivan en paz en un mismo espacio. Suena laborioso.

La televisión muestra ahora las palabras más mencionadas por cada una de las candidatas durante el debate. Ambos sueltan una carcajada al ver que “Claudia” es una de las palabras que más ha repetido Xóchitl Gálvez.

Cuando Denise Maerker, una de las moderadoras, le pide elegir una pregunta detrás de letras A, B, C, Xóchitl elige la última.

–C de Claudia –dice Rafa.

La pregunta es: “¿Te someterías a una prueba de polígrafo?”. A Arantxa le parece una pregunta anacrónica.

–Eso ya no se usa, ¿no?

Rafa dice que anulará su voto el próximo 2 de junio. Se siente traicionado por el gobierno actual. El punto de no retorno fue cuando López Obrador comenzó a otorgar cada vez más responsabilidades y presupuesto al Ejército. Desde construir aeropuertos hasta administrar hoteles alrededor de ese desastre medioambiental llamado Tren Maya.

También cuando frenó ciertos apoyos al cine mexicano, porque “hacer cine es un privilegio”, y sin esos fondos públicos hacer cine es cada vez más difícil. Aunque en este punto, discrepa con Arantxa: en su paso por el Festival de Morelia, se percató de que varios de los financiamientos, algunos de hasta 100 millones de pesos, siempre eran obtenidos por las mismas personas, las mismas productoras.


Jorge Álvarez Máynez y Xóchitl Gálvez han sido los principales blancos de sus risas. El primero porque sonríe hasta mostrar las encías cada vez que la cámara lo enfoca sin importar que estén hablando de muertos o porque intentó presentarse en un descuidado lenguaje de señas. La segunda porque, dice Rafa, ha sido blanco de ataques más seguido.

De pronto, Gálvez presume una imagen de lo que anuncia como su programa social en cuestión de salud: una tarjeta con la leyenda Mi Salud, sin especificar nada.

–¿Eso qué? –pregunta Arantxa, quien trabajó en 2014 para los teatros a cargo del IMSS.

A ella le parece tristísimo. Parece mentira, pero a principios de la década de los años cincuenta, la seguridad social era pensada con mucho más profundidad que una tarjeta o una gráfica de barras.

que sheinbaum diga que hay cero impunidad en feminicidios es el colmo.“no puedo creer el cinismo”.

En aquel entonces la salud pública tenía que ver también con proporcionar opciones de recreación, el goce de la cultura, espacios dignos para practicar deporte, recreación y esparcimiento. Eso era también la salud, eso era también un derecho.

Por eso, a cargo del IMSS, se construyeron 26 teatros cerrados y 42 al aire libre en 22 estados del país.

Arantxa entró a trabajar en una etapa en la que se buscaba darle nuevos aires a esos teatros. Desistió luego de que la burocracia mermara todo su entusiasmo. A la fecha, la mayoría de esos teatros continúan en el abandono total o subutilizados.

De un par de saltos, uno de los seis gatos escala hacia la cima de uno de los libreros. Observa la sala desde las alturas. Entre las repisas y los estantes se alcanza a leer los títulos de algunos libros: El invencible verano de Liliana, en el que Cristina Rivera Garza narra el feminicidio de su hermana; La fosa de agua, de Lydiette Carrión sobre feminicidios en Ecatepec; o Fruto, de Daniela Rea, sobre maternidad.

A pocos minutos de terminar la transmisión, los moderadores conducen el debate hacia el combate a la violencia contra las mujeres. Claudia Sheinbaum dice sin empacho que en la Ciudad de México bajaron los feminicidios en 30 por ciento, y que gracias a la Fiscalía ninguno de los crímenes quedó impune.

Para Arantxa, quien no sabe todavía qué hará con su voto, esto ya es el colmo. “Es que no puedo creer el cinismo para decir eso”, dice sorprendida.

El debate presidencial concluye con Xóchitl Gálvez diciendo que ella no será cualquier presidenta, sino una mujer de raíces indígenas con carácter y capacidad, que no se vende ante nada y ante nadie.

Lo dice mientras saca la bandera de México de algún lugar fuera de cámara, la abraza sin darse cuenta de que el escudo nacional está de cabeza y dice que ella la defenderá de los corruptos.

El ridículo es demasiado. Arantxa y Rafa al menos todavía pueden reírse. A pesar del hastío. A pesar de la decepción.

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Por Crónica 1: Memo Bautista | Crónica 2: Daniel Melchor

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