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Danny Wakantanka y la<br> leyenda del Tutti Frutti
Cultura

Danny Wakantanka y la
leyenda del Tutti Frutti

SE ESTRENA DOCUMENTAL SOBRE EL TEMPLO DE LA CONTRACULTURA CHILANGA

Publicado el 6 de junio 2025
  • Ciudad de México
  • Cultura

Durante décadas el Tutti Frutti parecía más una leyenda urbana, un hoyo fonki tardío como los que han abundado en la capital del país. La muy reciente muerte de Danny Wakantanka (17 de abril) y el estreno de un documental de Laura Ponte y Álex Lambert a nivel nacional obligan a evaluar de nuevo aquel lugar: un sitio definitivo para la contracultura chilanga de los años 90.


Lo que convierte a los sucesos en leyendas es, casi siempre, algún elemento arbitrario y ajeno a la premeditación de sus protagonistas. La casualidad de estar en el lugar correcto en la época adecuada y saber leer la señales. Algo así. Ver a Danny Yerna pasear por los barrios industriales del norte del entonces Distrito Federal a mediados de los años 80 sin duda dejó huella en más de una persona: aquel sujeto altísimo, de piernas larguiruchas y enfundadas en estampado de tigre, con las orejas llenas de arracadas y una melena erizada en todas direcciones, caminando entre las ruinas de una ciudad caída.

–Me moría –dice la cineasta Laura Ponte cuando recuerda la noche en que lo vio por primera vez apostado detrás de una barra destartalada, pinchando discos o sirviendo cervezas–. No se ha dimensionado lo que significó Danny Wakantanka para México.

Laura Ponte es la directora del documental Tutti Frutti: el Templo del Underground, donde recupera los registros y testimonios de los primeros pasos de la vida en México de este personaje. Nacido en Bélgica en 1964, Danny Yerna sería mejor conocido después por su nombre de batalla: Danny Wakantanka. Se mudó a México en 1985, pocos meses antes del terremoto. No llegó solo. Lo acompañaba la mexicana Brisa Vázquez, hija de los cantantes y boleristas Rafael y Carmela –“La Pareja Romántica de México”–, quien después se convertiría en baterista de la banda de surf-garage Los Esquizitos.

Foto incluida en el documental Tutti Frutti: el templo del Underground
Foto incluida en el documental Tutti Frutti: el templo del Underground

Fotos: cortesía del documental Tutti Frutti: el templo del Underground

«La voz se corrió pronto: hay un par de punks estrambóticos que administran un foro clandestino en Lindavista»

Se conocieron en España, en donde compartieron su adicción a la música garage, al new wave y al rocanrol macizo: Ministry, The Cramps, L7, The Fuzztones. Brisa regresó a México a petición de sus padres, quienes, con tal de tenerla cerca, le ofrecieron un empleo a ella y a Danny en un bar familiar administrado por su hermano. Pero llegó el 19 de septiembre y la ciudad se vino abajo. Apanicado por el desastre, el hermano de Brisa huyó del país y el lugar quedó en sus manos.

La voz se corrió pronto: hay un par de punks de aspecto estrambótico que administran un foro clandestino en Lindavista, cerca del CCH-Vallejo, atrás del Apache 14; sí, el restaurante de Rafael y Carmela.

De boca en boca se forjó la leyenda: hay un antro donde suenan discos que nadie más tiene en la ciudad y donde suelen presentarse bandas de nombres absurdos –Las Insólitas Imágenes de Aurora, Café Tacuba, Cantera, Santa Sabina, Atoxxxico–.

El DJ era ese mismo punk de peinado cavernícola que intentaba tolerarlo todo excepto la violencia o el acoso: si hacías un desmadre, te ponía una madriza en corto y te sacaba del lugar antes de que acabara la rola, pues tenía que regresar a tiempo para cambiar el disco de la tornamesa.

Danny Wakantanka murió el pasado 17 de abril, justo unos días antes de que el documental que protagoniza junto a Brisa Vázquez se estrenara en la Cineteca Nacional.

Cortsía de la producción del documental Tutti Frutti: el Templo del Underground
El documental Tutti Frutti: el Templo del Underground fue realizado a través de un ejercicio colectivo. A través de una cuenta de Facebook, que hoy tiene 10 mil miembros, se aportaron cientos de fotos, flyers, anécdotas y recuerdos.

El Tutti Frutti: la intimidad de lo ilegal

Acudir al Tutti Frutti en los años ochenta significaba entregarse a lo imprevisto. Una noche podía programarse lo mismo el concierto debut de Café Tacuba que un recital de Masacre 68. Darketos y rockeros bien vestidos convivían con los punks y chavos banda de las periferias en slams salvajes pero fraternos.

–Yo era de una banda medio fresa –confiesa Laura Ponte–. Estudiaba en el Colegio Madrid, en donde conocí a muchos de mis cuates que formaron bandas como Bon y los Enemigos del Silencio o Cantera, de donde salió gente que después tocó en Temporada de Patos y Santa Sabina. Creo que fue Ponchito (Alfonso Figueroa, bajista de Santa Sabina) el que nos dio el pitazo. Pero fue Salvador Salomón el que me dijo, porque él sabía que yo había ido a Nueva York y que me había quedado fascinada con la escena punk de allá: “Hay dos punks en un antro de Lindavista: vamos”. Yo tenía 15 años.

Nacida en los 70, Laura se resistía a que su adolescencia estuviera musicalizada por Siempre en Domingo, Luis Miguel y Lucerito. Antes de la globalización y de que toda las canciones del mundo estuvieran al alcance de un clic, tener un disco de The Cure o de Bauhaus significaba ser poseedor de un objeto casi esotérico.

En la ciudad ya existían otros lugares que se sumaban a la ola del Rock en tu Idioma: espacios como el LUCC (La Última Carcajada de la Cumbancha) o Rockotitlán intentaban impulsar también el sonido de la ciudad.

–Pero el Tutti se cuece aparte –recuerda–. Rockotitlán era bien fresa: un lugar donde las bandas tocaban y se acabó. En el LUCC te cateaban antes de entrar, por ejemplo. Muchas veces a mí, una chavita, me fajaron con la excusa de revisarme: aprovechaban. Una se aguantaba con tal de entrar. No conocías tus derechos, no sabías nada y nada más querías estar con tus amigos. El Tutti, en cambio, era un sitio clandestino y eso generaba otra vibra: podías fumar mota, podías meterte lo que quisieras. Poncho habla en el documental de las líneas de Ritalin que se hacían en la máquina de Pinball. Y, sin embargo, nunca hubo un problema: no existía el acoso, no existía el mal rollo. Cada quien su sustancia, cada quien su onda, nadie se metía con nadie. Íbamos escuchar música, cotorrear y bailar. Y a conocer gente interesante. Eso no pasaba en ningún antro de la ciudad. Allí podíamos convivir los darketos del sur, la banda intelectual que quería hacer cine, los punks del Chopo, los de las periferias, todos.

Documental: Tutti Frutti- -El Templo del Underground

–¿Qué provocaba el hecho de que fuera un lugar clandestino?
–Era parte de la magia. Imagínate tener 17 años y llegar a un lugar en donde el estacionamiento es de tierra, luego tener que tocar la puerta de madera de un restaurante, esperar a que te abrieran, subir unas escaleras estrechas, tocar otra puerta y, de repente, encontrar un lugar lleno de humo, lleno de personas interesantes, atendido por unos punks con los pelos parados. Alguna de la veces que fui, me llegó a tocar una redada, pero no estuvo fuerte: nos sacaron y ya, se acabó.

Durante la realización del documental escuchamos anécdotas: a veces pasaba la policía, se apagaban las luces, la música y todos se callaban hasta que la patrulla se fuera. Nos contaron que alguna vez la gente estuvo dos horas en silencio. ¡Imagínate! Era un lugar querido, la gente lo cuidaba mucho porque había algo íntimo allí. Era nuestro lugar. La gente no andaba promoviendo el Tutti Frutti justo porque no querías que mucha gente se enterara. Era nuestra manera de cuidarlo. Ya después, con la explosión del rock en los noventa, cuando las empresas entran a coptar todo, muchos se enteraron. Entonces sí empezó a ir gente horrible y se armaban desmadres feos. Por eso cerraron.

Flyer del Tutti Frutti, Distrito Federal.
Flyer del Tutti Frutti, cortesía de la producción del documental

La despolitización del rock mexicano

Dirigido por Laura Ponte junto a Álex Lambert, el documental Tutti Frutti: el templo del underground es uno de los pocos registros que existen de un lugar que, con el paso de las décadas, adquirió un aura mítica para la contracultura chilanga. La música nueva que llegaba a manos de Danny Wakantanka era compartida en cassettes que rolaban de mano en mano. Del reciclaje de esos sonidos en el contexto local nació pronto un espíritu propio. El dark wave que los Caifanes mezclaron con Tin Tan, la cumbia y el folklor mexicano; el licuado de bolero, punk y son jarocho de Café Tacuba; la voz operística de Rita Guerrero a ritmo de funk dedicado a los zapatistas; el ska pachuco enloquecido de Maldita Vecindad & los Hijos del Quinto Patio. Buena parte de ese ímpetu heterogéneo se forjó en el Tutti: aquel tugurio rodeado de fábricas y terrenos baldíos al norte de la ciudad, a espaldas de la televisión, el radio y la industria musical.

 “Danny y Brisa no eran empresarios, no tenían idea de lo que era eso –dice Laura Ponte–. A ellos les importaba, sobre todo, la música. Y la gente. Por eso sucedió lo que sucedió allí”.

–Llama la atención que en el documental no suenan Caifanes ni Café Tacuba, ni Maldita Vecindad, a pesar de que muchos de esos músicos hablan en pantalla.
–No nos alcanzaba: las licencias son carísimas. No pudimos meter rolas de ninguno de ellos. Entonces, nos asociamos por WeRock para poder usar rolas que eran icónicas del Tutti y de grupos extrajeros que llegaron a  tocar ahí: Ultra Five, Monomen, TC Matic. Es más caro comprar una rola de Caifanes que una rola de Fugazi. Y de eso también habla el documental.

Tutti-Frutti: el templo del underground es también una reflexión sobre la deriva política de una generación que vivía todavía bajo el yugo del Partido Revolucionario Institucional y que atestiguó el alzamiento en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Fueron ellos, Santa Sabina, Botellita de Jérez, Maldita, La Lupita, Café Tacuba, quienes comenzaron a organizar conciertos masivos para recabar fondos para los zapatistas, por ejemplo.

Los masivos de CU –cuyo pase de entrada era un kilo de arroz o frijol– o esfuerzos colectivos como Serpiente Sobre Ruedas –una gira de bandas por toda la República en apoyo al ELZN– parecen hoy mera nostalgia. Festivales corporativos como el Vive Latino y los que vendrían después con nombres de marcas de cerveza o refrescos nacieron, sin embargo, de esos esfuerzos: muchos de quienes participaron en su organización logística venderían esa experiencia a Ticket Master.

–El dinero: ahora no importa nada más –dice Laura Ponte–. Lo que les importa es que haya miles de personas pagando miles de pesos por boleto. Ni la música, ni la gente, ni los espacios les interesan.


Hace unos meses, dos jóvenes fotógrafos murieron a causa de la caída de una grúa que sostenía una decoración en el Parque Bicentenario durante el festival Axe Ceremonia 2025. La negligencia de las empresas responsables y de las autoridades en temas de protección civil ha puesto de relieve tanto la precariedad laboral de quienes trabajan en una industria millonaria, como los pactos políticos que perpetúan estas prácticas.

–También hay que decirlo: la gente asiste ahora a los conciertos masivos con otro espíritu. Muchos sí van a escuchar a sus bandas preferidas, pero lo importante es lucirse, ligar, no sé, otros fines. A mí lo que pasó me movió muchísimo y, si de por sí ya estaba nostálgica, pues con lo que ocurrió, peor. A la fecha no hemos visto ninguna consecuencia contra los empresarios responsables de lo que pasó en el Axe Ceremonia. Volvemos a lo mismo: ahora todo se compra. Mi generación creció en un momento en donde manifestarse era importante porque existía la esperanza de que algo podíamos cambiar. Hoy ya no sé. Al menos creo que vale la pena mostrar que las cosas no siempre fueron así.

Axe Ceremonia: fiscalía capitalina va por cuatro empresas

–Hace poco el Foro Alicia sufrió una redada por parte de la policía de la CDMX, el Ejército y la Guardia Nacional. En más de un sentido el Alicia es heredero del Tutti Frutti.
–No es posible, de verdad. Justo cuando estamos proyectando la película del Tutti en todos lados, hablando de la represión que existía hace 50 años contra espacios como éstos y, de pronto, el Ejército desaloja un foro cultural sin explicación de por medio. Parece que regresamos 40 años. Sobre todo porque tampoco nos están explicando qué ocurrió. Claro: ya no nos deben explicaciones ni podemos pedirlas.

El último homenaje

Padrino de boda de Saúl Hernández, vocalista de Caifanes, Danny Wakantanka no fue sólo un DJ. Con el tiempo se convirtió en uno de los principales promotores e impulsores de las modificaciones corporales en México –tatuajes, body piercing y escarificaciones, sobre todo–.

Llegó a reescribir códigos legales para combatir la discriminación de las personas tatuadas y perforadas, además de desarrollar el uso de licencias gubernamentales para la profesionalización de estas prácticas por medio de estrictas dinámicas de higiene y materiales de calidad. Fue el primer perforador en México con una licencia emitida por la Secretaría de Salubridad y fue fundador de la asociación Latinoamérica Body Piercing.

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–Ha sido muy duro para nosotros, como producción, hacer estas proyecciones ahora sin Danny –lamenta Laura Ponte–. Era un personaje como pocos. Fue un pilar importantísimo de la cultura y contracultura en México pero además la gente no tiene idea de su dimensión como ser humano.

Ligado a la cultura de los “modernos primitivos” e inspirado en las cosmogonías originarias de Norteamerica, Wakantanka concebía el body piercing no sólo como una práctica física o estética sino, sobre todo, espiritual.

Su revista Tatuarte en la piel, por ejemplo, dio cuenta por primera vez en México de las prácticas de suspensión corporal: rituales en donde los practicantes perforan su cuerpo para después suspenderlo en el aire durante horas, convirtiendo el dolor y su tolerancia en un elemento de trance.

Danny Wakantanka
Danny Wakantanka
Danny Wakantanka
Prácticas como el tatuaje, las perforaciones y modificaciones corporales también comenzaron a profesionalizarse en México a partir del Tutti Frutti. Con los años, Danny Wakantanka se convirtió en una de las figuras más importantes en la lucha contra el estigma de las personas tatuadas y perforadas, así como en la regulación de estas prácticas.

–Días antes de su muerte, Danny Wakantanka estaba paseando en el Tianguis del Chopo ¿De qué murió?
–Un infarto –cuenta Ponte–. Él fue sobreviviente de muchas cosas. Lo habían operado del corazón hace unos años. Él mismo hizo público cuando lo operaron de un tumor en el cerebro. Yo estuve muy cerca de ese proceso porque fue mi papá, médico, quien le dio las primeras radiografías, lo diagnóstico y le mandó a hacer la tomografía. Le quitaron el tumor y él siguió adelante, trabajando en lo suyo. Era un guerrero.

Danny Wakantanka murió justo unos días antes de que el documental Tutti Frutti: el Templo del Underground se estrenara en la Cineteca Nacional, justo unas semanas antes de que el registro de sus primeros pasos México se comience a proyectar en todo el país y quizás llegue a las plataformas de streaming. De acuerdo con Laura Ponte, él estaba contento de ello y participó en casi todas las proyecciones que se hicieron previo a su estreno oficial, con los fans del Tutti-Frutti y los amigos de siempre.

–Él siempre fue discreto, muchísimo –cuenta–.  No le gustaba que se pusieran los reflectores sobre él porque su apuesta fue siempre por lo subterráneo, lo under… que es otra forma de decir: lo genuino.  En cuanto algo se empezaba a masificar, él se iba a otra parte.

Danny Wakantanka, documental Tutti Frutti: el templo del underground

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