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Hospital de México 
Hospital de México en la cantina La Rosa / Foto: Carlos Acuña
Cultura

Hospital de México 

y sus corridos del fin del mundo

Publicado el 10 de mayo 2024
  • Cultura

Lleva 10 años intentando mantener un bajo perfil, presentándose sólo en espacios pequeños y casi siempre informales. Armado sólo con una guitarra y su garganta, hoy no puede evitar que pequeñas multitudes coreen sus canciones o que quieran entrevistarlo.

Hospital de México es uno de esos secretos que da gusto compartir. Su humor y sus canciones, cuentitos delirantes sobre empresarios gandallas o sobre una ciudad en permanente crisis ambiental, cobran singular relieve cuando se escuchan en época electoral. 


Parece un esqueleto a punto de desmoronarse cada que ríe. Su cuerpo entero tiembla al ritmo de su quijada. Luego esconde la cabeza entre los hombros y mira hacia todas partes, como si se avergonzara un poco de su manía de encontrarle chiste a las tragedias diarias. 

A veces Esteban Aldrete no puede controlar la risa. Sobre todo últimamente, cuando alguien le sugiere entre bromas que algunas de sus canciones se están volviendo realidad. Hace unas semanas, por ejemplo, el menos popular de los candidatos que pelean por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México propuso  un “plan maestro” para recuperar los ríos que han sido entubados en la capital. Mostró una foto de un embotellamiento en el Viaducto-Miguel Alemán, una de las vías con mayor afluencia de carros, y prometió convertirlo en un paraíso ecológico al recuperar el cauce del Río Piedad.

–Pinches ratas –dice Aldrete mientras se señala a sí mismo luego de una de sus risas chocarreras, como si esperara que le dieran crédito.

Inundar el Viaducto es una demanda antigua, propuesta por activistas urbanos y ambientalistas que solían organizar picnics encima del asfalto para exigir la recuperación del río. Pero hace algunos años Aldrete retomó la idea en una canción pegajosa que habla de islas de basura y bestias acuáticas:

Seres mitad ajolote inundaron el Viaducto, 
gritaron: “Son el pasado y nosotros somos futuro”.
Soy el Rey de los Anfibios que inundaron el Viaducto.

Se gana la vida componiendo música para televisión y películas. Ha musicalizado los últimos tres documentales de Diego Enrique Osorno sobre el asesinato de Paco Stanley, la travesía zapatista hacia Europa y la desaparición del poeta Samuel Noyola. También compuso la música de Los Adioses, la película biográfica de la escritora Rosario Castellanos dirigida por Natalia Beristáin. Ha sido barista por las noches y es fundador de otros proyectos sonoros como Soledad, Nicolás y Las Brisas.

Hace una década comenzó lo que entonces parecía un modesto proyecto solista: Hospital de México. Se trataba de un racimo de canciones socarronas, construidas como pequeñas fábulas o cuentos pachecos que podría tocar en cualquier sitio sin necesidad de una banda de acompañamiento y con la Ciudad de México como principal motivo. 

En 2021, todavía con la pandemia encima, estrenó una segunda versión del Rey de los Anfibios, acompañada por una orquesta de sintetizadores futuristas. Tres años después, todavía le descoloca cuando, en los foros improvisados donde suele presentarse, la gente se lanza a tararear esas melodías vaporosas. Es como si en lugar de  borrachos, su público estuviera conformado por una multitud de ajolotes decididos a ulular a su alrededor.​

–Algo pasó durante la pandemia –explica–. Encerrada, la gente le puso más atención a la música. Cuando empecé a tocar de nuevo en vivo, noté que mucha gente ya se sabía las letras de las rolas y empezaban a corearlas en las tocadas. Eso no pasaba antes.

Nos encontramos en la colonia Doctores, a orillas del Viaducto, donde ha vivido desde hace más de una década aunque creció en la alcaldía Magdalena Contreras, muy cerca de uno de los cauces del último río de la ciudad. Ya entonces vivir cerca de un caudal urbano distaba de ser una experiencia grata.

–El Río Magdalena, a la altura de mi casa, ya era un pinche río de aguas negras –cuenta–. Esa idea de abrir el Viaducto me parece muy chida. Pero si ni el ecoducto, que es un arroyito, pudieron mantener en buen estado, ¿cómo van a darle mantenimiento a un río?

Se disculpa por la manera en que su imaginación trabaja. Qué bonitas las propuestas de los fulanos candidatos pero, cuando piensa en el Viaducto abierto, lo primero que aparece en su cabeza es un pañal sucio flotando en el agua o un cadáver junto a una bolsa de sabritones. 

Sus dientes vuelven a sacudirse en el filo de su boca cuando dice esto. Los tiempos electorales le despiertan un humor malsano.


Ciudad de calaveritas

Esteban Aldrete, el sujeto detrás de Hospital de México, me pide que no grabe la conversación. Es un güero tímido y nervioso que intenta pasar inadvertido. Incluso pregunta si es posible no mencionar su nombre en absoluto. Todavía se asusta cuando alguien que no conoce lo saluda o cuando más de dos personas corean alguna de sus canciones. Insiste en que le horroriza cultivar la fama, promocionarse en redes sociales o intentar caerle bien a los demás.

Pero le gusta cantar y le causan gracia los efectos secundarios que provocan los relatos de sus canciones. En una de sus primeras grabaciones, por ejemplo, imagina que la Coatlicue del Museo de Antropología cobra vida, camina por Avenida Reforma y cual Godzilla de piedra comienza a lanzar navajas de obsidiana a los paseantes mientras destruye hoteles a su paso. Hoy que la presencia de nómadas digitales y del turismo masivo es señalada como una de las razones del aumento del alquiler en la capital, cada que el Hospital de México se presenta en algún lugar frente a extranjeros es común que el público local entone a gritos el último de sus versos: 

¡Bienvenido sea el turista al Valle de Los Muertos!

Y aunque sus canciones hablen de empresarios gandallas, de la violencia del narcotráfico o de desastres ambientales, él está lejos de entenderlas dentro de una tradición de protesta. Lo suyo, en todo caso, es la sátira: burlarse del absurdo a través de personajes casi infantiles pero alterados por el smog, el malviaje o el humor negro.

Una clínica del Seguro Social llena de moribundos que, cansados de la espera, organizan una fiesta y una orgía a ritmo de rock & roll. Un hombre que destruye su celular para entregarse al primitivismo y construir una casa con huesos de animal desde donde admirar los atardeceres de un cielo radioactivo. Una parvada de pajarracos comiendo tacos de tripa en un puesto callejero. Un monje colonial que decide abandonar el monasterio, adorar al mal y entregarse al vicio de las ciudades. De eso van sus canciones.

Hospital de México en el foro 316. / Foto: Carlos Acuña

Más de una vez ha rechazado presentarse en auditorios grandes. prefiere que lo inviten a tocar junto al puesto callejero, que sus canciones se confundan con el ruido del tráfico. 

Hay quien relaciona la música de Hospital de México con la leyenda de Rockdrigo González. Otros más atentos hablan de la influencia de guitarristas como Billy Childish o Greg Sage en sus primeras grabaciones, del minimalismo de la Velvet Underground, de  las historietas de la Familia Burrón, de José Luis DF, del arte de Daniel Johnston y Jad Fair, de los registros de Alan Lomax por el sur de Estados Unidos. 

Él prefiere mencionar como sus influencias a la picaresca del Periquillo Sarniento o de Tin Tán, las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, cierta música antigua de cualquier rincón del mundo, los corridos de Lydia Mendoza y las Jilguerillas; los Simpson, las Tortugas Ninja y los rótulos de los puestos callejeros. 

–Cada vez que veo un local de carnitas promocionándose con el dibujo típico del cerdito dentro de un caldero, sazonándose a sí mismo bien sonriente, me acuerdo de la pinche torcidez que nos gobierna. 

No puede contener la carcajada. El cristal de sus gafas aleja sus ojos hacia el fondo de sus cuencas y sus dientes parece que bailan solos encima de la sombra que proyecta la visera de su cachucha sobre su cara. 

–Siempre me sorprende lo cábula que puede ser esta ciudad.

Cábula es la palabra. Porque es cierto que la Ciudad de México tiene un ánimo oscuro y gótico. No por nada bandas como Placebo, The Cure, Interpol o Depeche Mode pueden llenar estadios o regresar cada año para hacer bailar miles con sus tonadas nostálgicas. Pero el Hospital de México intenta explorar esa oscuridad a través del humor. Se trata de ponerle cábula o jiribilla al luto y honrar la tradición de contar chistes incluso en los funerales.

–Yo siento que todavía somos una ciudad de calaveritas –dice–. Del Imperio Azteca a la Inquisición, de Guadalupe Posadas a la guerra contra el narco… creo que en algo sí nos ha moldeado todo eso. 

Es el relajo y la carrilla lo que nos permite plantarle cara al desastre. Y las calaveras, ya se sabe, sonríen con la dentadura entera. Ese humor oscuro, esa ternura maníaca, es el Hospital de México.


Un Hospital para curarse de México

El nivel de ridículo de las campañas perturba a cualquiera. Hace unos días, en el salón de sesiones del Congreso de la Unión, una senadora posó para cámaras y periodistas frente a una lona gigante que mostraba una Santa Muerte con la leyenda “Un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador”. La senadora levantó un rosario católico y llevó una de sus manos a la frente como si estuviera sufriendo un vahído. Durante semanas, la imagen de la Santa Muerte, extraída de la página de memes Calacas Chidas, capturó la atención de redes sociales, comentaristas televisivos, ministros y candidatas presidenciales.

–¿Cómo quieren que uno no se ría de ellos? –pregunta incrédulo–. Tristemente, sí me he fumado todos los debates y es que, de veras, uno se ríe para no llorar.  

Las palabras de los políticos se mueven en un universo paralelo a la verdad. Así lo entiende él. Pero le fascina atestiguar cómo el absurdo toma el control del espectáculo y los memes, los chistes o el pitorreo banquetero logran infiltrarse en esas esferas y desnudar a oportunistas y  santurrones.

Este sábado 11 de mayo, en colaboración con la tienda de discos Venas Rotas, Hospital de México estrenará una cinta que contiene una canción nueva. En ella, una estrellita le pide que le cuente una historia. Él, convertido en personaje de su propia canción, le canta el corrido de los tres trajeados: el que manda a sus peones a extraer el oro de una mina y se carcajea cuando se entera que un túnel se les cayó encima; el que vende toda el agua de un pueblo para que la gente sólo pueda beber de la cerveza con sabor a meados que él fabrica; el que trafica con mujeres en la frontera y se caga de la risa cuando le informan que el tráiler doble remolque donde las transportaba se desbarrancó. 

La canción está inspirada en Pasta de Conchos y en otras noticias que lo mismo pudieron ocurrir hace un siglo que la semana pasada. Le gusta que sus canciones, a pesar de que narren hechos crueles u oscuros, puedan ser entendidas por un niño pequeño. 

–Lo que menos me interesa es tirar línea o tirar netas. Uno puede decir muchas cosas siempre y cuando la historia o la canción sea divertida. 

Últimamente le han llamado la atención los corridos tumbados “a pesar de la sobre-intelectualización y las polémicas con la que los quieren evaluar”. Más que una apología del narco, él encuentra una nueva forma de picaresca en esos morros que se visten de raperos mientras incorporan elementos acústicos de la música mexicana –los requintos de guitarra, la orquestación de banda sinaloense– a rolas que hablan sobre ser narcos, enfiestarse con perico o codeína nomás para asustar a los gringos y darle envidia a los chilangos. 

Con el interés de etnomusicólogo, menciona a Natanael Cano pero también al Chino Pacas y otros veteranos como Bertín y Lalo, los Armadillos de la Sierra o Miguel y Miguel. Desde siempre le han interesado los ritmos serreños y piensa que buena parte del  humor y la historia mexicana está encapsulada en sus corridos. Como tal, su música está pensadas también como un instrumento de registro y memoria. En un mundo gobernado por la prisa, compone sus canciones como mensajes dirigidos al porvenir: corridos para el fin del mundo.

–Se piensa mucho en Internet como un instrumento de inmediatez, pero siento que más bien estamos construyendo allí un registro para la posteridad –dice–. Por eso muchas de mis canciones se ubican en escenarios post-apocalípticos, cuando ya valió madre todo.


Una escena costumbrista

Es jueves por la noche y un sujeto le ha pedido prestada su guitarra. Estamos en un restaurante acondicionado como foro para presentar algunos proyectos de noise y música electrónica en la colonia Roma Norte. El sujeto en cuestión hace gorgoritos al micrófono y azota con violencia las cuerdas de la guitarra recién afinada en un intento por burlarse de los intérpretes vanguardistas que le precedieron.

–¡No seas cabrón! –le grita el Hospital–. Si quieres chingarte las cuerdas, trae tu guitarra, culero. Yo toco después de ti, no mames. 

La escena es costumbrista. Hay unas 30 personas apretadas intentando escuchar, una fauna compuesta de extranjeros, artistas locales y jóvenes extravagantes luciendo garras fluorescentes. Al Hospital le gusta presentarse en lugares así: entre más pequeños e informales, mejor. Ha pasado el último año tocando en cantinas como La Rosa o la Dominica. Le agrada pensar que su música no es un mero espectáculo sino algo que puede integrarse a los sonidos vernáculos de la calle, a las risas de los borrachos o los delirios de los vagos. 

Más de una vez ha rechazado presentarse en auditorios más grandes, como telonero de bandas gringas. Siente que su Hospital de México no tiene sentido en esas condiciones: prefiere que lo inviten a tocar en el puesto callejero de algún conocido y que sus canciones se confundan con el ruido del tráfico. 

–Tengo un fan que me sigue a todas las tocadas: no falta a ninguna –bromea–. Pero es sólo uno y eso me gusta: tener sólo un fan, uno solo. Quiero hacerle una credencial de presidente del club, con la condición de que no acepte a más integrantes.

Antes solía tocar con una guitarra eléctrica y una caja de ritmos. Hoy usa sólo una guitarra de palo, electro-acústica, aunque a veces ni siquiera la conecta y prefiere cantar sin amplificación cuando el espacio lo permite. 

–Ahora con los apagones de la CFE esta va a ser la única forma en que se va a poder tocar en vivo, güey –profetiza.

Hospital de México en el restaurante Bacal / Foto: Carlos Acuña

Curiosamente esa apuesta por lo mínimo hace que pueda embonar en muchos sitios: los mismo en los conciertos punks organizados por Yécatl Peña en las cantinas de Fray Servando que en galerías fresas de la Condesa, en puestos de taqueros o en terrazas de noiseros, en cónclaves de guitarristas, en mezcalerías, foros subterráneos, entre free-jazzeros, hipsters y folkloristas.

Voy a construir un túnel pa’ traer el mar a la ciudad
que se lleve la avenida y que destruya el chapopote me da igual

Todo criminal será juzgado y convertido en palmera
condenada a darnos cocos mientras disfrutamos del sol y la arena

Todo criminal será juzgado y convertido en una brisa
que nos mueva las hamacas mientras bailan y se besan la sonrisa

Todo criminal será juzgado y convertido en una ola
condenada a que la azoten contra las piedras que brotan en la orilla

A pesar de sus reticencias, le parece lindo que la gente aprecie sus canciones sencillas, que las coreen sin pudor. Que sus fábulas sobre contaminación y sacrificios aztecas hagan bailar a la gente, le divierte: “ya vine a curarme al Hospital”, le dicen a veces y él se sonroja sin saber qué responder.

A pesar de todos los males, del cochambre y los ríos de aguas negras, de la tierra envenenada, los asaltantes y los políticos, le gusta esta ciudad de sincretismos, esta urbe cosmopolita pero todavía trácala y llena de ruido. Ha intentado llevar el Hospital de México a otras ciudades, en el norte o cerca de la frontera, pero sabe que no tiene mucho sentido. Prefiere tocar aquí, en cualquier bululú que se preste a escucharlo.  

Vuelve a afinar su guitarra y se ajusta la cachucha. La sonrisa le cruza el rostro como una navaja entre sus dientes. Parece, otra vez, un esqueleto, una calaca borracha que se desgañita en el micrófono:

No soy el sabio que cree que entiende de la vida
Soy un payaso: muero de risa

Ni soy un macho que se mide a puñaladas
soy un cobarde: todo me aterra

Para mí todo es historia
todo es cuento, es fantasía.

Mi verdad es la mentira:
 es una imagen que respira

Hospital de México en el sexto aniversario de Venas Rotas

Sábado 11 de mayo de 2024, 19 horas

Nuevo Foro Alicia
Eligio Ancona 145
Colonia Sta María la Ribera
Alcaldía Cuauhtémoc
Ciudad de México

$200

Hospital de México + Torso Corso, Fryturama, Dismorfia, Madoromi Odori, Voraz. 

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