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El cello que incendia<br> la Ciudad de México
Foto: Carlos Acuña
Cultura

El cello que incendia
la Ciudad de México

Mabe Fratti, música y artista sonora

Publicado el 9 de julio 2024
  • Cultura

Cada que Mabe Fratti toca su cello intenta escuchar cómo vibran las cosas: el murmullo del refrigerador en el cuarto contiguo, los gritos en la calle o el sonido de la lluvia. La rítmica interna de todo lo que la rodea.

En 2018, por ejemplo, Mabe Fratti vivía en un departamento cerca del Parque de los Venados, dentro de un callado edificio cuyos pasillos resonaban como una pequeña iglesia. El silencio era resquebrajado, de pronto, por los gritos de la pareja del piso de abajo o el taconeo de las vecinas por la tarde.

“Eran días extraños –cuenta–. Tenía mucha ansiedad en esa época”.

Llevaba un par de años de haberse mudado de Guatemala a Ciudad de México. Apostaba por una vida dentro de la música, como cellista y compositora. Tocaba en cualquier sitio al que la invitaran: en galerías elegantes de artistas extranjeros, en destartaladas terrazas en el Centro Histórico, adecuadas como auditorios informales para escuchar free-jazz y noise; en antros de música electrónica, en tiendas de discos.

Intentaba disciplinarse, estar a la altura de los sonidos de esta ciudad. Su vida era un loop: hacía yoga todos los días al despertar, aprendía idiomas durante una hora en Duolingo, escuchaba las conferencias del presidente Andrés Manuel López Obrador durante el desayuno para atisbar un poco la política local. Luego, sin falta, se empeñaba en tocar su cello durante horas, adecuar su estudio de grabación, componer.

–El primer sencillo que grabé en la vida fue Todo lo que querías saber –dice–. Hice esa canción ahí, en ese edificio. Fue chido porque estaba justo debajo de la ruta de los aviones que pasaban por encima, rumbo al aeropuerto. Cuando estaba grabando la introducción de esa canción, uno de esos aviones pasó volando. Yo dije: “¡Ey, ajá! Es aquí”. Intento incorporar eso a mí música, siempre.

Es cuando recuerda que no está sola, que todo reverbera. Busca escuchar más allá de las bocinas y de la caja de resonancia de su instrumento para darse cuenta de dónde está situada y sentir cómo los objetos responden a las cuerdas de su cello. Si aparecen otros sonidos, intenta atraer su ritmo, su métrica interior, hacia sus cuerdas o hacia su voz, envolverlo todo y redirigir esa vibración hacia el micrófono.

–Todo viene de la cualidad material del sonido –explica–. Cuando hago música es un viaje de todo lo material que está alrededor mío y de lo emocional que traigo dentro. Esos dos aspectos se van trenzando en la música y afectan el significado y también el sentimiento.


Sentir que no sabes

La prensa anglosajona la celebra con entusiasmo unánime. El viernes pasado, Mabe Fratti presentó su nuevo álbum, Sentir que no sabes (Tin Angel Records), y de inmediato aparecieron decenas de reseñas elogiosas: “La integrante más destacada de la musical experimental de la Ciudad de México”, la llamó The New York Times hace unos días. “Una de las artistas más emocionantes e innovadoras que ha surgido en Centroamérica en los últimos años”, dijo la revista británica Far Out. “Su búsqueda loca que hace que su música sea no sólo brillante, sino incandescente”: Our Culture. “La mejor cellista de vanguardia desde Arthur Rusell”: Uncut. “Su música es rica, gratificante y fascinante: inequívocamente original”: The Guardian.

Fratti vive en Ciudad de México desde hace ya ocho años. Pero aquí su popularidad parece acotarse a un reducido circuito de músicos y entendidos. Pocos medios de comunicación, salvo los dedicados exclusivamente a la música, han reparado en lo que sucede cuando esa muchacha guatemalteca, de pelo rizado, carcajada espontánea y rasgos de duende, se presenta en vivo: el pasmo que provoca en cualquier multitud.

Los públicos más difíciles de la ciudad ceden a su encantamiento: mujeres extranjeras al borde del llanto a medio recital, punks adictos al ruido se paralizan cuando la ven sacarle chispas a su cello, los ravers se sumen en un éxtasis contemplativo y olvidan el baile.

Sus cuerdas pueden sonar un día en el Teatro de la Ciudad como invitada especial de Steven Brown –el líder y saxofonista de Tuxedomoon–, en el festival Marvin junto a Damo Susuki –el vocalista de Can–, o como telonera de Martin Rev, ex-integrante de la mítica Suicide. Un día colabora en un disco de Diles Que No Me Maten, una banda de jóvenes chilangos que mezclan poesía y avant-rock; al otro, lanza un álbum junto a la artista alemana de música electrónica Grudun Gut, o aparece junto a las artistas sonoras Gibrana Cervantes y Concepción Huerta como parte de Amor Muere, el colectivo de música experimental dirigido por Camile Mandoki.

Poco a poco, a su ritmo, ha tomado la capital por asalto y ha logrado reunir en su música a algunas de las comunidades sónicas más interesantes de México y el mundo.

Sentir que no sabes, el álbum estrenado hace unos días, fue grabado entre Holanda y México. En él se acompaña de viejos compañeros de batalla: Héctor Tolsa en la producción, guitarras y teclado; Gibrán Andrade en la batería y Jacob Wick en la trompeta. Es un álbum menos ambiental que los anteriores; más rítmico y contundente, con armonías disonantes en donde reluce, de cuando en cuando, un hilo pop que lo mantiene en balance.


Frágil (this way up)

Ahora está sentada en el piso, sobre una alfombra. Es 2022 y nos recibe al mediodía, todavía en pijama, con cara de desvelo. Desde hace un par de años, Fratti vive en la colonia Obrera junto a su pareja, el compositor Héctor Tolsa: un muchacho flaco y despeinado, capaz de arrancarle a su guitarra eléctrica delicadas armonías espaciales.

Hay un poster del músico argentino Charly García pegado sobre un muro, un mapamundi de cabeza –el sur apuntando al cielo–, el estuche de un cello donde puede leerse el mensaje “FRÁGIL (this way up)”, garrapateado con tinta blanca. Sobre una mesita, una copia del manifiesto estridentista de Roberto Bolaño y otra de Emergency Poems de Nicanor Parra.

Mabe Fratti
La cellista Mabe Fratti en su departamento, en la colonia Obreraa de la Ciudad de México: Foto: María Ruiz

Pocos muebles. Al fondo, una habitación a media luz llena de bocinas con una computadora al centro: el estudio de grabación es el centro vital de la casa.

Afuera se escuchan los claxonazos de algún carro, el pregón de un vocinglero que vende fruta.

–Para mí fue un caos la experiencia de esta ciudad en un inicio. Pero me encanta: son demasiados estímulos –dice Fratti, somnolienta–. En Guatemala como que todos estos sonidos, todas estas cosas pasando, están como más… atrás, ¿ves? Esta ciudad es enorme, tiene otra energía y otros escrúpulos. Guatemala es demasiado conservadora. Incluso la cultura de los tianguis se da muchísimo menos que aquí. Cuando recién llegué, quería ir a todos los lugares. Tocaba en todas partes. Me absorbió demasiado esta ciudad. Me encanta. Ahora ya me tranquilicé un poco.

A la Ciudad de México llegó en 2016. Antes había hecho una residencia artística en Malinalco y esa breve estancia le sirvió para explorar también la capital. Le sorprendió la nutrida escena del noise, del free-jazz y las vanguardias sonoras, la cantidad de lugares y de gente involucrada en hacer tocadas de la nada, a veces con poco o nulo presupuesto. Tanta entrega, tanto ímpetu la impactó.

“Eso de convertir a la ciudades en un bien de consumo desechable es triste. la gente no llega a quedarse, a convivir… sino a “tener una experiencia”.

–Yo soy de Ciudad de Guatemala, pero cuando regresé a mi país estuve viviendo en Antigua, trabajando de mesera y en una tienda de libros viejos. Y bueno, es una ciudad muy bonita, pero, uf, llena de gringos, ya sabes. No podía vivir así. Quise mudarme aquí.

–Buena parte de tu audiencia son estadunidenses y extranjeros.
–Yo sé, güey –ríe–. Tengo una opinión complicada al respecto. No me gusta la gentrificación, menos cuando va hermanada con el desarrollo turístico. Lo vi en Antigua. Eso de convertir a la ciudades en un bien de consumo desechable es triste. Porque la gente no llega a quedarse, ni a convivir… sino a “tener una experiencia”. Entonces, todo se vuelve “la experiencia Guatemala”, ¿ves? Con la foto del volcán, el bar de reggae, el folklore prefabricado. Todo eso estanca. Estanca feo. Y está pasando aquí, sí. La Ciudad de México es una ciudad de moda. Medio mundo quiere mudarse aquí para vivir “la experiencia México”.

–Es un tema que te preocupa.
–Es complejo. Conozco gente súper chida y a la que quiero mucho, que viene de Europa, de Estados Unidos, y sé que no tiene malas intenciones. Pero también he conocido el otro lado. Gente a la que sí quiero decirle: “No mames, güey, vete por favor”. El tema es que esto es algo que necesita regularse, buscar un equilibrio. De lo contrario, nos lleva a lugares conflictivos. Estás odiando de pronto a gente que ni siquiera conoces. No creo en ese separatismo. No quiero reaccionar así, no lo voy a hacer nunca.

–De 2016 para este momento, en la ciudad hubo una ebullición también en cuanto a música.
–Después de la pandemia parece que la sociedad estuviera en esteroides. También hay que decirlo: la gentrificación trae consigo un nuevo público. Hay gente que está interesada en las artes, que igual tiene esta white guilty y quiere apoyar proyectos locales, y tiene dinero para gastar en eso. Hay más intercambio cultural. Eso puede estar bien. Pero eso es apenas el corto plazo. También pienso en los desplazamientos, que te suban los precios de la renta, todo eso es terrible. El gobierno dice que la gentrificación reactiva la economía. Yo no sé qué quiere decir eso cuando vemos en el Centro desalojos horribles. Y es algo que veo en prácticamente todas las ciudades a las que voy. Todo el mundo está hablando de eso: el daño que genera que las ciudades se vuelvan escenografías del turismo.


El Apocalipsis

Es hija de dos ingenieros. Creció en Ciudad de Guatemala en un ambiente conservador y evangélico. Empezó a aprender cello desde los seis años como una exigencia de sus padres, quienes siempre la impulsaron a inscribirse a actividades extraescolares.

–Cuando era adolescente empecé a tocar en una iglesia evangélica. O sea, ya sabía tocar el cello y así. Y era algo medio malviajante. Mi maestro de cello era re-evangélico y todo el tiempo hablaba del Apocalipsis y me regalaba libros sobre eso que me ponían mal.

Se ríe con ligereza, tomándose un poco en broma. Recuerda que el evangelismo le gustaba, sobre todo, por la ceremonias: tocar en una iglesia la hacía sentirse parte de algo más grande, en un éxtasis común que no encontraba tan fácilmente en la vida cotidiana. Tardó tiempo en entender que esos arrebatos de misticismo no se debían tanto a la religión como a la música, parte indisociable del ritual.

El cristianismo en Guatemala es casi omnipresente. Las estaciones de radio evangélicas dominan el dial y la misma Mabe estudió en una escuela cristiana fundada por Efraín Ríos Montt, el militar golpista que encabezó a principios de los años 80 una dictadura notable por su brutalidad y que sería juzgado, décadas después, por genocidio, acusado de dirigir múltiples masacres contra población indígena. Ríos Mott, pese a todo, moriría en libertad.

–Inmamable de mierda –dice Fratti–. Le decíamos Tutankamón porque llegaba a los juicios así, viejísimo, casi que en su lecho de muerte. Para mí la neta es como, chale, muy oscuro. Toda esa etapa en mi vida. Me siento avergonzada de haber sido evangélica. Pero, güey, digo: “bueno ya, esa era mi cultura”. Así era entonces Guatemala. ¿Qué podía hacer si vivía rodeada de eso?

 Carlos Acuña
Carlos Acuña
María Ruiz
La artista guatemalteca Mabe Fratti se ha forjado un espacio en la música de vanguardia en Cdmx Fotos: Carlos Acuña y María Ruiz.

Hay otras cosas que no le enorgullecen. Cierta actitud sumisa ante el mundo, callada y nerviosa que, piensa, deviene de su origen centroamericano.

–Es algo que he aprendido a superar aquí, en esta ciudad, en donde todos son muy abiertos. No digo que en Guatemala no existan personas así. Me es difícil generalizar. Pero entre el conservadurismo cristiano de mi familia y crecer en una ciudad pequeña en donde todo es chisme y todo se conoce, es fácil volverse tímida. Creo que ya no tengo tanto eso, pero antes lo sufría muchísimo.

Con el tiempo se inscribiría en la carrera de Periodismo en la Universidad Francisco Marroquín, después estudiaría Artes Liberales en el Michael Polanyi College, ambas en Guatemala.

Fratti se mudó a México después de un momento convulso en Guatemala. Luego de meses de protestas multitudinarias, el presidente derechista Otto Pérez Molina se vio forzado a renunciar, para ser juzgado después, junto a varios de sus colaboradores, por actos de corrupción y de desvío multimillonario de recursos públicos.

–Un escándalo –dice Fratti–. Una cantidad absurda de dinero que se robaban esos brothers. La gente se volvió loca: multitudes llegaban desde los departamentos más lejanos a protestar. También todo eso desató un debate sobre la soberanía del país y la influencia internacional de Estados Unidos. ¿Qué tanto influyó Estados Unidos en todo ese desmadre? Muchísimo. Y la historia de intervencionismo en Guatemala es antigua. 


Una política de la escucha

–Hay algo sumamente político en el acto de escuchar –dice Mabe Frati junto a la ventana que da a la calle.

Intenta explicarse. Percibimos el universo sonoro no sólo a través del oído sino mediante todo el cuerpo. Nuestra mente clasifica, discrimina y le da un significado a todo a partir de preconcepciones de lo que es útil, bello o valioso. Pero ¿quién dicta qué sonidos merecen ser disfrutados, escuchados, valorados y cuáles no? Lo que en un lugar es disonante, en otro es considerado bello, normal.

“¿Por qué –pregunta en voz alta– le ponemos más atención a una música que a otra? ¿Por qué un  sonido lo consideramos “más musical” que otros? ¿Qué es lo que está ahí implicado?”.

Mabe Fratti, María Ruiz
Mabe Fratti y la escucha profunda / Foto: María Ruiz

Fratti suele mencionar el trabajo de la estadunidense Pauline Oliveros como una de sus piedras de toque. Acordeonista, compositora, pionera de la música electrónica, feminista lesbiana, Oliveros es también la creadora del concepto deep-listening –“escucha profunda”–, una práctica que propone una horizontalidad en la manera en que se escucha y se aborda el sonido, más allá de aquello que consideramos “musical”.

En 1988, Oliveros, al lado de los músicos Panaiotis y Stuart Dempster, acompañados del ingeniero de audio Albert Swanson, se introdujeron en una cisterna subterránea enorme y en desuso en algún lugar de Washington. Les interesaba el lugar por la enorme reverberación que podía extenderse por más de 45 segundos. En ese lugar grabaron un disco hoy emblemático –The Ready Made Boomerang, firmado por la Deep Listening Band–, en el que sus instrumentos interactuaban con la acústica del lugar.

A partir de entonces, Oliveros decidiría entregar su vida a la escucha profunda del mundo. Insistía en que el lugar donde un músico se presenta es tan importante como el mismo músico y su instrumento. La escucha, para ella, no era sólo un acto perceptivo sino un proceso subjetivo y psicológico mediado por la cultura, la experiencia individual, el entorno, la memoria: un acto político.

El trabajo de Fratti abreva directamente de esa filosofía. Por eso su insistencia en navegar todos los géneros, en experimentar con otras armonías y disonancias, en presentar su música en cualquier espacio: todo vibra, todo resuena.

–Era muy genia ella, Pauline –dice Fratti–. Escuchar para mí es una forma de estar en el mundo. Supongo que una se puede volver loca si intenta escucharlo todo, todo lo que pasa en un momento. Pero a mí me gusta estar atenta a lo que suena. A veces hay dos o tres sonidos simultáneos que hacen mucho sentido juntos, aunque no tengan nada que ver. Me gusta estar ahí. Me gusta tocar desde ese estado.


Sinfonías desde el Tercer Mundo

Además de las pláticas sobre el Apocalipsis con su maestro de cello, Mabe Fratti recuerda de Guatemala la colina de San José, donde se ubica el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias. Allí se encuentra el Gran Teatro Nacional: un extraño edificio decorado con iconografías mayas, inspirado en la geografía volcánica que rodea la ciudad y en las marimbas: el instrumento emblemático del país.

Adentro, en el segundo nivel del teatro, existe una habitación llena de insólitos instrumentos: marimbas verticales con forma de luna, esculturas sonoras fabricadas con botes de pintura y cuerdas de aluminio, teclas de bambú que suben y bajan en diseños caprichosos.

Desde hace un par de décadas, el violinista y compositor Joaquín Orellana, un hombre de más de 90 años que ha entregado su vida a la acústica y los sonidos, tiene su estudio allí.

–De todo Guatemala, yo me quedo con ese brother, ¿ves? –dice Fratti con cariño, desde su departamento en la Obrera–. Cuando lo conocí, entendí que ese señor estaba haciendo algo muy trascendente.

No es para menos su admiración. Orellana compuso su primera obra a los 17 años inspirado en el exorcismo al que lo sometió su familia cuando era niño. A sus 36 años fue becado en Instituto Torcuato Di Tella, en Buenos Aires. Allí entró en contacto con los principios de la música electrónica y los experimentos con cinta electromagnética. A su regreso a Guatemala, encontró un país devastado por un conflicto armado desatado por el intervencionismo estadunidense en el que grupos paramilitares se dedicaban a masacrar y desaparecer personas.

En un país donde no existían recursos para experimentar con nuevas tecnologías sonoras, Orellana comenzó a registrar paisajes sonoros por toda Guatemala: pregones de vendedores callejeros, olas rompiendo contra el mar, el ritmo y sonido de las lenguas mayas. Con esos sonidos en mente, comenzó a manufacturar instrumentos a partir de materiales locales como el bambú, las conchas, las maderas de cachimbo. Esos instrumentos estrambóticos a los que después llamaría “útiles sonoros” y que hoy, todavía, se exhiben en su taller. Con ellos creó sinfonías para expresar el sonido del hambre o réquiems por las masacres indígenas.

–Para mí conocer el taller de Orellana fue un suceso, ¿ves?, sobre todo por la importancia política de su trabajo, pero también por lo detallista de su obra con la acústica. Su estudio está lleno de objetos muy locos, instrumentos que hacen sonidos súper raros. Y la música que hace él, sus composiciones para orquesta, está en el nivel de músicos avanzados, como Stockhausen, Schönberg, no sé. Pero él estuvo por debajo del agua mucho tiempo. Eso pasa en Guatemala si no eres, no sé, Ricardo Arjona. No hay una industria musical en mi país, no hay una infraestructura para que esto se conozca y se valore de mejor manera.


Resonar en el mundo

En marzo fue la última vez que vi a Mabe Fratti tocar en vivo.

El festival Pitchfork –un medio estadunidense especializado en música, particularmente entusiasta con ella– organizó un festival cuyo evento final fue un recital al aire libre y gratuito de Fratti en la Casa del Lago, en un kiosko parecido a una ruina griega, con Chapultepec de fondo. Su voz y el sonido de su cello se entrelazaban con el canto de las aves y el sonido del viento, mientras familias enteras callaban expectantes ante esa muchacha de 33 años que parecía recién salida de algún cuento de hadas.

Después de aquel concierto, Fratti desapareció de la escena local. Se habrá enfrascado en los últimos detalles de Sentir que no sabes, el álbum que estrenó hace una semana. En los meses previos a su lanzamiento se presentó en distintas ciudades de Alemania, España, Dinamarca, Italia, Inglaterra y Francia. Su gira por Europa se extenderá por más de 20 fechas en una decena de países, al menos hasta noviembre de este año.

–No sé, güey, me pasan cosas demasiado raras –me comentó en aquella plática en la colonia Obrera–. Todo empezó porque hace 10 años conocí al baterista de Caribou, porque se quedó en el couchsurfing de un amigo de la universidad. Yo era muy fan y le pedí que me lo presentara. Medio nos hicimos compas. Luego él empezó a trabajar con Tin Angel, la disquera en la que estoy ahora. Me pidió ayuda con unas voces y cuando los de la disquera me escucharon, me buscaron: “Queremos grabarte un disco, sacarlo aquí en Europa”. No mames. En esa disquera tienen a Arthur Rusell y Peter Zummo, gente a la que admiro muchísimo. De repente, ya me está entrevistando Laetitia Sadier de Stereolab en la BBC. Es demasiado raro esto, güey. No me lo explico y a veces no sé cómo digerirlo.

–¿A qué lo atribuyes?
–Yo qué sé, a Dios –responde y estalla después en una carcajada avergonzada­.


Este sábado 30 de septiembre, luego de una larga gira internacional, Mabe Fratti presentará su disco Sentir que no Sabes en Cdmx:

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Festival Sueño Despierto Volumen II

Sábado 30 de noviembre de 2024, 5.30 pm en adelante

Pasagüero
Motolinia 33, Centro Histórico, CDMX
Boletos en taquilla: $500

6:00 pm – Leoguzpe / 6:45 pm – Daniela Solís / 7:30 pm – Rogelio The IIIrd/ 8:15 pm – Ven y mira/ 9:05 pm – Sonic Emerson / 10:00 pm – Mabe Fratti/ 11:10 pm – Mint Field / 12:15 am – Lorette Meets the Obsolete/ 1:20 am Demencia Infantil /

Dramaturgia: Yecatl Peña y Nadia Cuevas
Dirección: Nadia Cuevas
Compañía: Catafalco Teatro

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Por Carlos Acuña

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