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Millenials, michis y su desilusión electoral

Millenials, michis y su desilusión electoral

El debate presidencial en familia desde la Benito Juárez

Publicado el 8 de abril 2024

    Sobre la mesa, encima del mantel, hay tres platos cada uno con distintos tipos de croquetas: para cachorros, para cuidar el tracto intestinal y para las vías urinarias. Es domingo, siete de la noche. Arantxa Luna y Rafael Álvarez viven desde hace tres años en la alcaldía Benito Juárez, uno de los bastiones más evidentes del panismo en la capital.

    Viven dentro de un edificio de los años cuarenta, mayormente habitado por jóvenes como ellos en sus primeros treinta. Y, como suele suceder con los departamentos viejos, éste fue diseñado con techos altos y una cocina apartada de la sala, espacios amplios y suficientes para albergarlos a ellos, a su perrita y a sus seis gatos, los suertudos que comparten los platos de croquetas sobre el mantel.

    “Ridículo”, dice Arantxa cuando alcanza a ver en la tele que Xóchitl Gálvez, la candidata de la coalición “Fuerza y Corazón por México”, que agrupa a los partidos PAN, PRI y PRD, llega a las puertas del INE a bordo de una bicicleta eléctrica que luego uno de sus acompañantes se vio obligado a cargar.

    Falta todavía una hora para que inicie formalmente el debate presidencial en el que tanto Gálvez como Claudia Sheinbaum, candidata de la alianza “Sigamos Haciendo Historia” (Morena, PVEM y PT), y Jorge Álvarez Máynez de Movimiento Ciudadano, intentarán convencer a la ciudadanía indecisa de votar por las opciones que representan.

    La iluminación es tenue. Carteles de cine de películas como Solaris y Días de Otoño decoran las paredes. Tres libreros con alrededor de 700 libros destacan en la sala, junto a un buró especial donde resguardan algunos tesoros, como una primera edición de Poeta en Nueva York de García Lorca.

    Rafa trabaja como responsable editorial de un festival de documentales; Arantxa es guionista y crítica de cine. La renta de este espacio les absorbe entre 40 y 50 por ciento de sus ingresos sumados.

    Estas elecciones no les entusiasman, cuentan sentados frente al televisor mientras toman café y esperan a que la transmisión comience. Miran el debate, dice Rafa, no tanto para contrastar opciones como para “reafirmar su desilusión”.


    Lenu araña la pantalla justo en el momento en el que los tres candidatos se presentan. Es uno de sus seis mininos que deambulan por la casa.

    A los pocos minutos de comenzar, Arantxa vuelca la cabeza hacia atrás en la primera risotada de la noche: Jorge Álvarez Máynez, pelando los dientes en una sonrisa extraña que no lo abandonaría en las dos horas del debate, acaba de mencionar a los empresarios que se quieren “cobrar a lo chino”.

    –Todo mal con esa frase –dice Arantxa, quien considera que esos dichos cotidianos están repletos de xenofobia.

    Al candidato de Movimiento Ciudadano apenas lo conocen. Hasta hace un par de semanas no tenían idea de su existencia. Ambos lo califican como un sujeto gris, sin chispa.

    Las risas continúan cuando Xóchitl Gálvez, después de criticar el desabasto de medicamentos contra el cáncer, dice que “hay que preguntar a las personas que murieron”. Más aún cuando califica a la candidata de Morena como persona “fría y sin corazón” en referencia a las víctimas de la Línea 12 y del Colegio Rébsamen.

    Cerca de la televisión, se alcanzan a leer los títulos de algunos libros. La guerra no tiene rostro de mujer, de la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, y la antología Crítica feminista en la teoría e historia del arte; un poemario de Cristina Peri Rossi.

    Su desilusión se hizo más aguda cada que el presidente decía alguna barbaridad sobre temas importantes

    Arantxa se considera una mujer de izquierda, como su familia materna. Cuenta que su abuelo, ya fallecido, fue miembro del Partido Comunista. Y aunque dice que jamás votaría por Xóchitl Gálvez, coincide con ella cuando la candidata ataca al proyecto político morenista con un juicio lapidario: “La mega-farmacia fue un fracaso”.

    Fue justo la promesa incumplida de combatir el desabasto en centros médicos y hospitales lo que hizo que ella perdiera la esperanza en el presidente por quien votó en 2018.

    La desilusión se hizo más aguda cada que el presidente decía alguna barbaridad durante su conferencia matutina, casi siempre evadiendo temas importantes, o cada que justificaba el Tren Maya, a pesar de toda la evidencia en contra de los daños ecológicos que el megaproyecto del sexenio estaba ocasionando.

    Todavía se acuerdan de ese día: la noche del 1 de julio, cuando ella y Rafa fueron al Centro Histórico a celebrar la victoria de quien había enarbolado la promesa del cambio en dirección a la izquierda. Rafa también votó por Andrés Manuel López Obrador en aquellos comicios pero lo hizo con menos expectativas que su pareja. “Era el menos malo”, dice.


    “Toda la vida he defendido la escuela pública”, dice Claudia Sheinbaum durante una de sus intervenciones. Ellos dos también son egresados de escuelas públicas. Rafa, por ejemplo, estudió en el Centro de Educación Artística (Cedart), los bachilleratos ligados al INBAL, y juzga que en general su educación fue enriquecedora: sin los moldes que suelen existir en las escuelas privadas, en las que hay una tendencia educativa, afirma, para satisfacer un mercado laboral.

    Arantxa, por su parte, nunca se ha sentido limitada por haber estudiado en escuelas públicas. Pero sí tiene la sensación de que en las privadas suele haber más rigor. Ella, por ejemplo, no está de acuerdo en que se eliminen los exámenes para entrar a la preparatoria como ha propuesto Clara Brugada, candidata de Morena a la jefatura de la ciudad. 

    Pero no hay mucha oportunidad para ahondar en el tema. Los temas cambian de un minuto al otro, entre acusaciones de corrupción, negligencia o hipocresía de cada uno de los candidatos. Rafa y Arantxa revisan su celular y consultan las redes sociales cada tanto, como para despejarse.

    Pero allí otro debate tiene lugar: una guerra de memes y comentarios lúdicos se libra entre ciudadanos, bots, simpatizantes y opositores.

    A Xóchitl la acusan de explotar en su favor tragedias como el derrumbe del Colegio Rébsamen, el desplome de la Línea 12 del Metro y los muertos durante la pandemia del Covid-19.

    Cuando Claudia aprovecha para presumir que la seguridad social está mejor calificada que en sexenios anteriores, Rafa disiente: en buena parte del sector cultural la seguridad social es prácticamente inexistente.

    Todavía recuerda sus años como promotor cultural en la Secretaría de Cultura entre 2019 y 2020, justo durante la jefatura de gobierno de Claudia. Aunque él tenía la encomienda de dar talleres culturales a personas con discapacidad, migrantes y otros grupos vulnerables, terminó trabajando como organizador de filas en los centros donde se aplicaron las vacunas contra el Covid-19.

    Se apresura a aclarar que ayudar en la emergencia sanitaria no hubiera sido una molestia si al menos le hubieran otorgado algún tipo de seguro médico antes de enviarlo a lugares de riesgo.

    Trabajaba junto a un compañero con discapacidad visual, a quien tenía que ayudar a llenar formularios y listas. Al poco tiempo, entendió que a sus jefes de la Secretaría de Cultura les importaba más el número de personas anotadas en esas listas que la calidad del servicio y que su trabajo tenía más fines políticos que culturales.

    Hoy, por fin, ha conseguido un trabajo en el que por primera vez goza de una prestación vital: servicio de gastos médicos mayores. 


    Mientras los gatos suben y bajan de los muebles, la perrita Dominga se recuesta en el sillón entre Rafa y Arantxa. Desde que fue rescatada, le enseñaron a convivir entre gatos.

    Lo cuentan como si fuera algo sencillo, detallan una a una todas las dificultades que deben superarse para lograr que dos especies distintas convivan en paz en un mismo espacio. Suena laborioso.

    La televisión muestra ahora las palabras más mencionadas por cada una de las candidatas durante el debate. Ambos sueltan una carcajada al ver que “Claudia” es una de las palabras que más ha repetido Xóchitl Gálvez.

    Cuando Denise Maerker, una de las moderadoras, le pide elegir una pregunta detrás de letras A, B, C, Xóchitl elige la última.

    –C de Claudia –dice Rafa.

    La pregunta es: “¿Te someterías a una prueba de polígrafo?”. A Arantxa le parece una pregunta anacrónica.

    –Eso ya no se usa, ¿no?

    Rafa dice que anulará su voto el próximo 2 de junio. Se siente traicionado por el gobierno actual. El punto de no retorno fue cuando López Obrador comenzó a otorgar cada vez más responsabilidades y presupuesto al Ejército. Desde construir aeropuertos hasta administrar hoteles alrededor de ese desastre medioambiental llamado Tren Maya.

    También cuando frenó ciertos apoyos al cine mexicano, porque “hacer cine es un privilegio”, y sin esos fondos públicos hacer cine es cada vez más difícil. Aunque en este punto, discrepa con Arantxa: en su paso por el Festival de Morelia, se percató de que varios de los financiamientos, algunos de hasta 100 millones de pesos, siempre eran obtenidos por las mismas personas, las mismas productoras.


    Jorge Álvarez Máynez y Xóchitl Gálvez han sido los principales blancos de sus risas. El primero porque sonríe hasta mostrar las encías cada vez que la cámara lo enfoca sin importar que estén hablando de muertos o porque intentó presentarse en un descuidado lenguaje de señas. La segunda porque, dice Rafa, ha sido blanco de ataques más seguido.

    De pronto, Gálvez presume una imagen de lo que anuncia como su programa social en cuestión de salud: una tarjeta con la leyenda Mi Salud, sin especificar nada.

    –¿Eso qué? –pregunta Arantxa, quien trabajó en 2014 para los teatros a cargo del IMSS.

    A ella le parece tristísimo. Parece mentira, pero a principios de la década de los años cincuenta, la seguridad social era pensada con mucho más profundidad que una tarjeta o una gráfica de barras.

    que sheinbaum diga que hay cero impunidad en feminicidios es el colmo.“no puedo creer el cinismo”.

    En aquel entonces la salud pública tenía que ver también con proporcionar opciones de recreación, el goce de la cultura, espacios dignos para practicar deporte, recreación y esparcimiento. Eso era también la salud, eso era también un derecho.

    Por eso, a cargo del IMSS, se construyeron 26 teatros cerrados y 42 al aire libre en 22 estados del país.

    Arantxa entró a trabajar en una etapa en la que se buscaba darle nuevos aires a esos teatros. Desistió luego de que la burocracia mermara todo su entusiasmo. A la fecha, la mayoría de esos teatros continúan en el abandono total o subutilizados.

    De un par de saltos, uno de los seis gatos escala hacia la cima de uno de los libreros. Observa la sala desde las alturas. Entre las repisas y los estantes se alcanza a leer los títulos de algunos libros: El invencible verano de Liliana, en el que Cristina Rivera Garza narra el feminicidio de su hermana; La fosa de agua, de Lydiette Carrión sobre feminicidios en Ecatepec; o Fruto, de Daniela Rea, sobre maternidad.

    A pocos minutos de terminar la transmisión, los moderadores conducen el debate hacia el combate a la violencia contra las mujeres. Claudia Sheinbaum dice sin empacho que en la Ciudad de México bajaron los feminicidios en 30 por ciento, y que gracias a la Fiscalía ninguno de los crímenes quedó impune.

    Para Arantxa, quien no sabe todavía qué hará con su voto, esto ya es el colmo. “Es que no puedo creer el cinismo para decir eso”, dice sorprendida.

    El debate presidencial concluye con Xóchitl Gálvez diciendo que ella no será cualquier presidenta, sino una mujer de raíces indígenas con carácter y capacidad, que no se vende ante nada y ante nadie.

    Lo dice mientras saca la bandera de México de algún lugar fuera de cámara, la abraza sin darse cuenta de que el escudo nacional está de cabeza y dice que ella la defenderá de los corruptos.

    El ridículo es demasiado. Arantxa y Rafa al menos todavía pueden reírse. A pesar del hastío. A pesar de la decepción.

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