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Carrilla, cafecito y longaniza electoral
Foto: Memo Bautista
México

Carrilla, cafecito y longaniza electoral

El debate presidencial en familia desde Iztapalapa 

Publicado el 8 de abril 2024
  • México

El aroma a longaniza frita se escapa de la cocina de María Alejandra Sánchez Velázquez —Aleja, para los amigos— y se esparce por el espacio que ocupa la sala-comedor. Quita de la mesa las bolsas que rellenó con palomitas de maíz. Mañana las venderá en el Instituto Nacional de la Infraestructura Física Educativa, donde trabaja desde hace más de dos décadas. Tiene 67 años.

Hace a un lado las sillas de herrería cubiertas con cojines blancos para poner los platos, los tarros con bebidas de cítricos, las tortillas envueltas en una servilleta de tela y una bolsa de plástico para que no se enfríen, la salsa roja, un pequeño recipiente con salpicón de res y una cacerola con el guiso estrella: 

—Esta noche vamos a comer-cenar tacos de longaniza —dice con antojo.

Y sí, se antojan.

Lalo, su hijo de 43 años, y Adriana, su hija de 40, se acercan a la mesa y se sientan de manera estratégica para ver la televisión mientras cenan. No suelen comer con la tele enfrente. Esta vez la ocasión lo amerita: son casi las ocho de la noche del 7 de abril de 2024, pronto comenzará la transmisión del primer debate presidencial y este hogar de Iztapalapa no piensa perderse semejante evento. Xóchitl Gálvez de la coalición del PRI-PAN-PRD contra Claudia Sheinbaum, la principal abanderada del partido oficial, Morena, en alianza con el Partido Verde Ecologista de México y el Partido del Trabajo. Y, por parte de Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez casi como un invitado de último momento.

—¿Ya viste que Xochitl llegó en su bicicleta? —dice Aleja quien desde los años 90, cuando escuchó a Manuel Clouthier y le llamó la atención su discurso que desafiaba al PRI, comulga con las propuestas del PAN.

—Sí, pero está como Quadri en 2018, que según viajaba en una combi, pero en realidad iba en su coche blindado —contesta Lalo, su hijo, quien al igual que Adriana, se inclina más por las propuestas de Morena. 

Más que morenista, en realidad Lalo se considera obradorista. Así, a secas.


Barrio popular o suburbio en ascenso

Estamos en Iztapalapa, en la colonia Constitución de 1917. Si observáramos esta colonia desde arriba, nos percataríamos de que es el centro geográfico de la demarcación. La zona rompe con el estereotipo de barrio popular que se ha creado de Iztapalapa, uno de los bastiones más fuertes del partido Morena en la capital. Constitución de 1917 es una colonia en la que cualquier inmobiliaria querría construir edificios: hay árboles y camellones verdes que en las noches están bien iluminados. 

Pero aquí no hay edificios, por lo menos no a primera vista. Las casas son amplias, pero pocas rebasan los dos niveles; en algunas el patio es tan grande que pueden estacionarse dos autos, la mayoría de gama media. Tampoco hay mucho ruido, el tránsito y caos vehicular se quedan lejos, por la calzada Ermita Iztapalapa y el Periférico Oriente. Tal vez es porque es domingo o porque esta colonia es un oasis en la alcaldía más poblada de la CDMX. 

Sus calles están limpias, las paredes de las casas también, ni siquiera tienen murales o grafitis. Hay poca gente caminando. De vez en cuando alguna casa exhibe una manta con el rostro de Santiago Taboada, candidato de la coalición Va por CDMX, lo que desafía a quienes consideran que Iztapalapa como territorio guinda. Ninguna cascarita dominguera se avizora en las esquinas, tampoco música de alto volumen que acompañe la chela banquetera. No. Esta colonia se parece más un suburbio en ascenso. El metro  llegó aquí desde la década de los 90 —casualmente cuando Aleja y su familia llegaron a habitarla— y desde entonces la colonia Constitución de 1917 dejó de ser una zona alejada y se comunicó con el Centro y el resto de la Ciudad.  

“Ya se está poniendo bueno” (el primer debate)

Apenas comienza el debate, Lalo cruza los brazos y deja de comer. Pone atención. Aleja sí que muerde su taco de longaniza, pero atenta siempre a lo que dicen los candidatos. Lo mismo hace Adriana, que ya ha cambiado de lugar y ahora está en el sillón largo de la sala de madera rústica que hay en la casa. No hay más voces que las de Claudia, Xóchitl y Máynez, interrumpidas sólo por el sonido de los cubiertos cuando chocan con los platos.

Cuando Xóchitl critica el sistema de salud de la Ciudad de México, Lalo se ríe y mira a su mamá. Espera su reacción. Claudia responde con una gráfica que muestra el nivel de satisfacción de los ciudadanos de CDMX con el servicio de salud. Aleja hace un gesto, carraspea, las palabras se le hacen bola en la boca, no se aguanta: 

—¡Qué chismosa!

Lalo vuelve a reír. Él sabe que su mamá no confía en esos números, menos después de la pandemia. Aleja escuchaba a Hugo López Gatell, entonces subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud. La forma en que se expresaba era suficiente para que ella dijera que él sí sabía de lo que hablaba. Pero conforme López Gatell cuestionó el uso de cubrebocas y la aplicación de medidas de detección, por ejemplo en los aeropuertos, ella dejó de creer en él. 

Iztapalapa, primer debate preisdencial
La familia Sánchez mira el primer debate presidencial. Foto: Memo Bautista

De regreso al debate, Máynez reclama que hay fallas en la medición de los tiempos de participación, Claudia habla de la época neoliberal, Xóchitl dice que hay que preguntar a los muertos por la falta de medicamentos. Aleja tiene una respuesta para todos: 

—Pierden el tiempo en decir sus babosadas. 

—Ya se está poniendo bueno —dice Lalo—. Están sacando sus trapitos al sol.

—Pues es lo único que hacen, no contestaron lo que les preguntaron —señala Aleja— y Máynez no tiene qué perder, ni nada que ganar. 

Aleja hace una pausa y luego remata:

—Está re-feo ese Máynez: tiene cara de máscara de luchador.

—Mami, eres bien grosera —dice Adriana aguantando la carcajada.

A pesar de las burlas, Aleja coincide en algún momento con el candidato de Movimiento Ciudadano, cuando habla de que la educación en México no es de calidad. Por su trabajo, Aleja ha podido observar los cambios en el sistema educativo mexicano. La jornada en educación básica sí debiera de ser más extensa, opina. Además, reclama que hacen falta más conocimientos de matemáticas.

La opinión de Lalo va por el mismo estilo. Al igual que su mamá, él también está cerca de la educación, pues trabaja en la Universidad Tecnológica de México, el UNITEC.

—Es un tema al que no se le ha puesto todo el interés que se debe –dice–. Como que se ha dejado al olvido la educación pública. La verdad está bien chafa desde el nivel básico. Antes había un programa que era el de escuelas de tiempo completo, que a mí se me hacía muy buen programa porque los niños entraban a la escuela, comían y se quedaban a hacer la tarea. En la escuela donde trabajo somos hasta cierto punto beneficiarios de todos esos niños que no logran entrar a una institución pública como la UNAM o el Politécnico. Llegan niños, se les hacen exámenes de diagnóstico para ver cómo andan y no saben ni escribir.

Unos minutos después, Xóchitl se une al reclamo de Lalo y reprocha la desaparición de las escuelas de tiempo completo. 

—Eso sí es cierto —secunda Aleja—. Y les dieron en la torre a las mujeres que tenían a sus hijos ahí.

—Igual que en las guarderías —completa Adriana.

La candidata vuelve con la propuesta de una beca universal para estudiantes hasta bachillerato para escuelas públicas y privadas. 

—Ya ves, te va a dar beca para tu hijo –se burla Aleja del obradorista Lalo. 

—Está bien, ya voy a votar por ella entonces, porque me va a dar dinero.

Y cuando Xóchitl propone la tarjeta para que los ciudadanos podamos ser atendidos tanto en hospitales públicos como privados, todo con cargo al erario, el sarcasmo de Lalo dispara:

—Mira, así me voy a ir a atender a Médica Sur o al Ángeles.

Adriana ríe y, con aire de moderadora, hace una pregunta importantísima:

—¿Qué hay de postrecito?

Los hermanos se levantan de la mesa, pero en cuanto entran a la cocina, Aleja les hace una advertencia: 

—¡El Gansito es mío, eh! 


El debate doméstico

Emilio tiene 17 años. Es hijo de Lalo y nieto de Aleja. Carga a su pequeña prima de dos años: la hija de Adri. 

—¡Ah, ya empezó! —grita el chico mientras entrega a la niña a su mamá–. Se me había olvidado.

—Ven a verlo con nosotros —invita Adriana mientras golpea con la palma de la mano el asiento a su lado. 

La niña deja los brazos de su mamá y busca a Aleja. La abuela carga a su nieta y le da pequeños trozos de tortilla en la boca. 

—¿Quién ha dicho más tonterías? —pregunta divertido Emilio.

—La Claudia —dice Aleja 

—No, yo digo que Xóchitl —responde el muchacho como para hacer rabiar un poco a su abuela. 

Emilio rechaza la invitación a ver el debate. Aunque se ve que le gusta discutir del tema con su familia, dice que prefiere dormir. Está cansado y al otro día debe pararse muy temprano para ir a la prepa.


—¿Cómo se deben asignar los contratos de obra pública? —pregunta el periodista Manuel López San Martín, que modera el debate junto a Denise Maerker. 

—Basta de empresas fantasma —responde Máynez.

—Como las de Xóchitl —dice Lalo mientras botanea unas naranjas con chile en polvo.

—Estos también, los hijos del Peje —reclama Aleja—  Inventaron sus empresas. Traen creo que una lonchería o una pozolería. 

Lalo no responde. Aunque se considera un fiel obradorista, lo cierto es que también hay decisiones que él no puede perdonar al gobierno de López Obrador. Una de ella es la liberación del general Salvador Cienfuegos, detenido en Estados Unidos en 2020, acusado de narcotráfico. Un mes después de su detención, las propias autoridades estadunidenses retiraron los cargos en su contra y fue trasladado a México.

—La verdad me decepcionó mucho eso —confiesa. 

Además tiene una teoría:

—Para mí el verdadero poder que mueve aquí, al país, es el poder militar. En el ejército debe haber como un comité de gente muy poderosa que son los que mueven los hilos y ellos son los que deciden ya. También siento que la policía civil o las policías pues están inmersas de corrupción. Es el pan de cada día. A nivel gobierno se maneja corrupción en todos los ámbitos. Ahí está el cartel inmobiliario, por ejemplo.

Adriana es la que menos habla durante el debate, pero le gusta conversar. Ella está convencida de que buena parte de la corrupción en el país se concentra en el Poder Judicial, en específico en los jueces. Además, conoce de cerca un caso de corrupción que se relaciona con la educación. 

—El papá de mi hija estudiaba en un Cetis. Y ahí la profesora, o los que se encargaban de darles los pases para los títulos, les pedían dinero para que pudieran seguir con sus trámites. O sea, así como de ¡ah!, pues dame cinco mil pesos y ya está la autorización. Eran varias personas coludidas ahí: una red casi, casi. Al final el papá de mi hija también participó y lo aceptó. Dijo sí, sí, para ya terminar rápido este pago.  Pensó que todo iba a ser muy fácil y muy lindo. Y no, a la fecha no se puede titular.

Adri deja la sala. Su hija está cansada y se va con ella a una recámara. Lalo va por un poco de refresco, se estira, mira su teléfono. Aleja se sienta en la sala. La atención se diluye por un momento hasta que el candidato de Movimiento Ciudadano, Álvarez Máynez, intenta presentarse en Lengua Mexicano de Señas.

—Ese cuate tiene mucho material para esos programas de risa —comenta Lalo cuando mira a Máynez explicando cada seña que hace. 

—¿Cómo se llaman estos programas? —continúa Lalo—. Esos de Televisa. 

—El Privilegio de Mandar.

—Ándale, ese. 

Risas de todos.


¿Quién podría culparles?

Xóchitl habla también sobre poblaciones vulnerables.

—He trabajado desde la sociedad civil…

—Desde que vendía gelatinas —Lalo eleva su voz para tapar a Xóchitl y que su frase complete la de la candidata. 

—Como yo palomitas —dice Aleja a su hijo.

—Y además vivía en Iztapalapa —dice Lalo–. O sea, no cualquiera.

—Está como la Claudia que decía que vivía en La Merced.

—Si, pero vivir en Iztapalapa es como: me fui a un safari y sobreviví —Lalo ríe.

—Y en la Merced igual —completa Aleja.

Antes de que termine el debate, Adri regresa. Por fin, su hija se quedó dormida. Se sirve café con un bolillo y vuelve a prestar su atención a la pantalla.

—¿Quieres cafecito? —ofrece Aleja a Lalo, mientras le da un pequeño masaje espalda. Es de esas sobadas ricas que dan las mamás a sus hijos, sin importar la edad.

Afuera comienza a sonar un rumor de música electrónica. Al parecer algunos vecinos de Iztapalapa prefieren bailar house en lugar de atender el debate presidencial. Pocos podrían culparles o reprocharles nada.

Antes de hablar con Aleja y su familia, una buena cantidad de personas de Iztapalapa a quienes quise convencer de permitirme acompañarlas a ver el debate en familia declinaron con hartazgo. Hartazgo de los políticos y de su cháchara de siempre. ¿Quién se atrevería a reprochar a sus vecinos por no sintonizar un debate que otra vez parece no llegar a nada? 


Intención de voto

En casa de Aleja, ni las pocas propuestas incompletas, ni el chiste de que la candidata del “PRIAN” que se quería robar la bolsa de tiempo, van a conseguir que esta mujer y sus hijos cambien su intención de voto. Aleja lo hará por Xóchitl Gálvez, Adriana por Claudia Sheinbaum y Lalo anulará su voto, porque de las dos no se hace una, dice. Aunque sí votará por los candidatos de Morena al Senado y al Congreso.

Unos minutos antes de las 10 de la noche, Denise Maerker y Manuel López San Martín, dan por terminado el encuentro. 

Adriana se tiene que ir a su casa. Se despide cariñosa de su hermano; Aleja toma las llaves de su auto para llevar a su hija y nieta que la visitan cada fin de semana, a su hogar en la colonia Portales. Hasta el momento ningún personaje político ha logrado que los integrantes de esta familia se enojen entre ellos.  

Esa es su victoria. 

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