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Réquiem por el guerrillero<br> que regresó del silencio
Foto: Mario Marlo | Cortesía ZonaDocs
Derechos Humanos

Réquiem por el guerrillero
que regresó del silencio

En memoria de José Luis Moreno Borbolla

Publicado el 13 de junio 2024
  • Derechos Humanos
  • México

Hace unos días murió José Luis Moreno Borbolla, exintegrante de la Brigada Roja de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Detenido y torturado directamente por Miguel Nazar Haro, era alumno de la vocacional del Poli durante el movimiento del 68, como parte del cual integraba un grupo de estudiantes que se dedicaban a proteger a los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga.

A menudo eran la línea de choque que enfrentaba a los policías y al Ejército con palos, bombas molotov y, a veces, con pistolas. José Luis, junto con otros estudiantes, integraban los comandos estudiantiles armados, esos que no iban de traje a los mítines y las marchas. Luego de la matanza de Tlatelolco, se incorporó a la guerrilla, fue detenido/torturado y se sumió en un largo silencio del cual salió después de décadas para pedir justicia hasta que su vida se apagó en forma definitiva.


1.- En el comienzo, sólo el silencio

Por fin, estaba frente a mí, con dos tazas de café de por medio. Eso era lo que nos vinculaba en ese momento. Nada más. Silencio de entrada. Dos hombres sentados sin hablar, a escasos centímetros uno del otro.

Transcurrieron segundos, luego minutos. No sé cuántos. La escena era extraña. Lo único que cruzamos fue un seco saludo y, después de muchos minutos, un árido: “Luego hablamos”.

Había dejado numerosos mensajes a José Luis Moreno Borbolla en su grabadora telefónica. Le solicitaba una entrevista. En el verano de 1998 preparaba un texto que se publicaría en la revista Milenio Semanal por el 30 aniversario de la matanza del 2 de octubre. El enfoque para hablar del movimiento estudiantil de 1968 era inesperado.

Su nombre, José Luis Moreno Borbolla, no decía nada en ese momento. Sólo sabíamos, gracias a las referencias que nos había compartido Jorge Poo, un exguerrillero, que José Luis y él mismo, junto con otro grupo muy reducido, habían roto ciertas “reglas” no escritas durante el movimiento estudiantil de 1968.

Durante las movilizaciones, habían respondido a los granaderos y al Ejército con piedras, bombas molotov y, de vez en vez, algún disparo.

En Milenio queríamos reconstruir la historia de esos jóvenes que no sólo habían tomado las calles y el Zócalo; que no únicamente habían marchado en silencio, que no nada más gritaban consignas hasta quedarse sin voz y sin palabras luego de las abrumadoras asambleas estudiantiles.

A diferencia de la dirigencia estudiantil, ellos se encargaban de proteger, de cubrir el frente y la retaguardia de los líderes, de los oradores sobre los que se concentraba la atención. José Luis, Jorge y otros más eran el muro que protegía, a golpes si era preciso, a los dirigentes más notorios del movimiento.

La existencia de ese grupo había quedado enterrada por la inercia de la historia, bajo miles de testimonios del movimiento estudiantil.

Así había sido durante tres décadas, hasta que a 30 años del aniversario de la Matanza de Tlatelolco, en la Cámara de Diputados se creó una Comisión Especial, cuyos integrantes convocaron a todo aquel que hubiese participado en el movimiento a dar su testimonio.

Acudieron cientos de mujeres y hombres a contar su historia. Entre ellos estaba Jorge Poo, quien tres décadas después llegó a causar una sangría a la historia “oficial”. Su historia no era la que los diputados esperaban escuchar.

No la quería escuchar un diputado en particular: Pablo Gómez, entonces legislador del PRD, y quien había sido integrante del Consejo Nacional de Huelga (CNH) en el 68.

Quizá nadie hubiese reparado en las palabras de Jorge Poo, si Pablo Gómez no hubiese intentado censurarlas, contener a las voces que se salían del guión de lo que él consideraba apropiado cuando se hiciera la reconstrucción del movimiento estudiantil.

Cómo se le ocurría a una “bola de locos” ir a contar que ellos, a diferencia de los “líderes históricos” del 68, habían enfrentado a los granaderos y al Ejército a golpes e incluso con pistolas. Que había algunos comandos estudiantiles armados cuya misión era proteger a la dirigencia y responder a las agresiones de las fuerzas de seguridad. 

No, no, eso se salía del libreto y Pablo Gómez no lo podía aceptar.

Otro diputado que integraba la Comisión Especial se enteró del intento del hoy titular de la Unidad de Inteligencia Financiera de acallar esas voces y nos contó lo que estaba pasando.

Contactamos a Jorge Poo, quien se tomó horas para platicar a detalle la historia de los grupos de estudiantes armados. No sólo eso. Después de varios intentos, pudo conseguir un número telefónico para localizar a José Luis Moreno Borbolla, un hombre anónimo hasta entonces.

Ese hombre era el que se había sentado en la mesa del Sanborns de Juanacatlán, murmurado una especie de  saludo y permanecido en silencio hasta que se levantó y dijo: “luego hablamos”. Flaco, largo, con los cabellos desaliñados y un andar vacío.

Venía de un aislamiento de años, de un encierro obligado. Cargaba con un silencio acumulado en décadas. Su mirada se perdía entre el fondo de la taza del café y un infinito que nunca pude descifrar durante los muchos minutos que siguieron.

Ese primer encuentro sin palabras marcó la que se convertiría en una larga relación. Después, con paciencia, contaría lo que encerraba ese silencio. Pero eso fue después.

Su testimonio, junto con los de Jorge Poo y Carlos Salcedo, se publicó en una de las portadas más estéticas de esa revista (24 de agosto de 1998), con el título: Los comandos estudiantiles armados.

Y ahí se publicaron, por ejemplo, algunos de los hechos que nos relató:

“Los hechos cotidianos que vivían las brigadas no eran precisamente una fiesta, sino de constantes enfrentamientos con la policía y los granaderos. A diferencia de los líderes históricos, que se la pasaban de las asambleas a las marchas y los mítines, nosotros tuvimos que implementar medidas de protección para seguir con la parte que nos correspondía”, reflexiona José Luis Moreno.

Primero fue con piedras, luego palos y después hicieron su aparición las molotov. Las circunstancias los llevaban por la única ruta, la defensa:

“Definitivamente, no podíamos ir a tirarles flores a los granaderos, como algunos compañeros del CNH planteaban. El 68 es, por una parte, lo que dicen Pablo Gómez y otros líderes históricos, pero tambiñen lo que era el trabajo de las brigadas, el sostén elemental del movimiento y no sólo de quienes pasaríamos posteriormente a la lucha armada. Les cuesta trabajo reconocerlo”.

Cuando los granaderos asaltaron la Voca 7, hubo una batalla de casi cuatro horas. Los granaderos con toletes, gases lacrimógenos y pistolas; las brigadas con palos y bombas molotov. “Nuestra participación no fue de traje y corbata”, dice Moreno.

En la imagen aparece el ex guerrillero José Luis Moreno Borbolla, en un acto para exigir justicia por los crímenes cometidos por el Estado mexicano durante la Guerra Sucia
José Luis Moreno Borbolla, en un acto para exigir la apertura de los archivos militares sobre la Guerra Sucia. Foto: Artículo 19.

2.-  La guerrilla, el camino sin regreso

El desenlace del movimiento estudiantil del 68 marcó la vida de José Luis Moreno; le fortaleció, además, su convicción de que las vías pacíficas eran insuficientes para cambiar a este país. Él, como Jorge Poo, Carlos Salcedo y muchos más, optaron por sumarse a la insurgencia armada.

Su militancia en la guerrilla comenzó en el Grupo Lacandones, organización que luego pasaría a formar parte de las agrupaciones que fundaron la Liga Comunista 23 de Septiembre en marzo de 1973. Así, después de un tiempo, no sólo era parte de la guerrilla urbana, sino también de la Brigada Roja, el grupo especial de la Liga Comunista encargado de las operaciones armadas más ambiciosas.

Miguel Nazar Haro, uno de los directores más duros de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política encargada de enfrentar a la guerrilla y en particular a la Liga Comunista, creó, en respuesta, su propia célula especial: la Brigada Especial, conocida como Brigada Blanca. El único propósito de ese cuerpo de élite integrado por militares y policías era eliminar, mediante detenciones ilegales, torturas y ejecuciones, todo rastro de los integrantes de la guerrilla rural y urbana.   

Una de las acciones de los grupos guerrilleros con más consecuencias ocurrió hacia las siete de la noche del 14 de febrero de 1974. La Brigada Roja asaltó uno de los vagones del tren en la estación de Xalostoc, Estado de México. Un grupo de soldados viajaba en ese vagón. Ninguno salió vivo.

Ese mismo día, hacia la medianoche, el ejército irrumpió en una casa de seguridad de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), otra organización de guerrilla urbana, en Nepantla, Edomex. El golpe a las FLN no necesariamente era una respuesta por los militares asesinados en Xalostoc, pero las acciones terminaron conectándose.

En la imagen superior, elementos de la Brigada Blanca durante al asalto de una casa de seguridad de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Foto: Procesofoto | Abajo a la izquierda, una manta bordada durante la ceremonia realizada en Guadalajara para conmemorar el 50 aniversario de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Foto: ZonaDocs | Logotipo de la organización.

El Ejército no olvidaría el asalto al tren y la eliminación de los soldados. En cada acto de tortura, recordaba José Luis Moreno, se vengaban del golpe en Xalostoc: “Ahorita te vamos a matar cabrón, nos la debes”.

“Después del interrogatorio-tortura, me colgaron de la viga por las muñecas, soltando el brazo derecho y así quedé colgado de la mano izquierda por varios días, era su forma de cobrarse la emboscada al tren”.

José Luis fue detenido el 19 de mayo de 1975. Fue liberado casi un mes después, el 15 de junio, gracias, entre otras cosas, a la intervención del ingeniero Heberto Castillo, el mítico luchador social.

Las versiones de que estaba detenido en el Campo Militar No. 1 dieron paso a las demandas de su liberación. Eso le salvó la vida. No ocurrió lo mismo con su brazo izquierdo.


3.- José Luis, Salas Obregón, Nazar Haro

Cuando estuvo detenido, José Luis Moreno estuvo frente a frente con Nazar Haro. Del Campo Militar fue llevado a la Dirección General de Policía y Tránsito, en el centro de la ciudad, otro de los sitios de detención y tortura de los aparatos de la represión.

En su Testimonio sobre la guerra sucia, publicado por la editorial Tierra Roja, José Luis cuenta que una de las preguntas más insistentes de Nazar Haro era cómo había quedado la estructura de la Liga Comunista después de la detención de Ignacio Salas Obregón, alias Oseas, uno de los principales líderes.

“Según Nazar, el propio Oseas, en esa misma oficina, elaboró un organigrama de la organización, el cual me enseñó”. Salas Obregón había sido detenido casi un año antes, el 25 de abril de 1974.

Hace unos años, José Luis reconstruyó, a petición del autor y de la reportera Susana Zavala, ese momento en el que el titular de la DFS habla sobre el mítico Salas Obregón, texto publicado en la revista Newsweek:

¡Ves esto, ves esto!, le gritaba Miguel Nazar mientras desplegaba sobre el escritorio de su oficina un largo rollo de papel tapizado con decenas, cientos de nombres, fechas; recuadros perfectamente trazados y alineados con datos y más datos, todo bajo un título: Liga Comunista 23 de septiembre…

¡Ves esto!, repetía, descargando emociones, la euforia del triunfador.

José Luis Moreno Borbolla apenas asintió con la cabeza, despacio. “Pues todo esto lo hizo tu jefe”.

José Luis todavía recuerda esa escena y se le fugan las palabras. Le gana el silencio. No recuerdo cuantas veces lo repitió: “Todo esto lo hizo tu jefe”.

—¿Tu jefe?
—Para Nazar Haro, mi jefe era Ignacio Salas Obregón.

* * *

Hablar de la Liga Comunista con José Luis Moreno Borbolla llevaba inevitablemente a hablar de la dirigencia y eso conducía, casi siempre, a la reflexión sobre sus errores: las decisiones que se tomaron, los excesos cometidos o la muerte de sus mismos compañeros de armas.

No recuerdo que José Luis haya expresado esas largas peroratas que atribuyen al Estado la responsabilidad absoluta de la violencia, ni que se “inmolara” en la bandera roja del comunismo.

Siempre transmitió la impresión de que se sumó a la guerrilla con los sueños adolescentes de querer transformar el mundo y que, muchos años después, se dio cuenta de que estaba parado en una historia que no iba a ningún lado, que no había salida de emergencia, pero tampoco la posibilidad de volver atrás.

José Luis salió el 15 de junio de 1975 del Campo Militar Número 1, a pesar de  que los militares se resistían a dejarlo libre. El soldado que debía abrir la puerta de la cárcel clandestina se negaba a hacerlo: “Solamente con la orden de mi general se lo puedo dar”, le decía a Nazar Haro, a lo que éste respondió: “La orden viene de Presidencia”.

“Ustedes son el último grupo que va a ser presentado ante los juzgados; de aquí en adelante, los demás no van a recibir los mismos beneficios”, le anunció el titular de la DFS a José Luis.

Lo cumpliría. Comenzaba la cacería. La Brigada Blanca se encargaría de eliminar casi en su totalidad a la guerrilla urbana; y el Ejército, a la guerrilla rural de Lucio Cabañas en Guerrero.


4.- De regreso al silencio

Después de aquel verano del 98, nos vimos en muchas ocasiones durante décadas. Nos encontrábamos con la mayor frecuencia posible.

En uno de los últimos encuentros, me contó que había visitado el Campo Militar No. 1 como parte de las actividades de la Comisión de la Verdad creada por decreto del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Estaba molesto por el “perfecto montaje” que la Secretaría de la Defensa Nacional armó para distraer a todos. La que estaba planeada como una visita para ubicar la cárcel clandestina en donde los habían mantenido detenidos, los lugares dónde habían sido torturados, se convirtió en otra cosa, “en un tour verde olivo” con atractivas edecanes militares incluidas.

Con la sombra del hombre clandestino tatuado en su cuerpo y la delgadez que iba ganando terreno en su cuerpo, no escondía su encabronamiento por el trato que los burócratas de la Secretaría de Gobernación les daban, regateándoles el mínimo apoyo.

Otra vez, como en los viejos tiempos, el gobierno los había clasificado en exguerrilleros buenos y exguerrilleros malos; los que aplaudían las acciones del poder en turno y aquellos necios y tercos que no aceptaban que los malos de antes (el Ejército), ahora eran los buenos.

Nos encontramos en la presentación del libro póstumo de Alberto López Limón, Recuerdos de vida y esperanza. Fumamos un cigarro, despotricamos contra todo, como hacíamos siempre al vernos.

Ese día, después de varios intentos, habíamos acordado hacer una grabación para tener en video las historias que había compartido durante estos años, todo lo que había quedado en libretas y casetes de grabadoras, las de antes. Sólo era cuestión de acordar el día y la hora.

Le escribí el 13 de mayo y le propuse vernos el fin de semana. Ya teníamos listo el equipo de grabación. Su respuesta, amable, pedía encontrarnos tiempo más adelante. “Por el momento me encuentro visitando a mi hijo… y voy a tardar un rato en regresar a la Ciudad de México. Un abrazo”.

Contesté algo breve: “José Luis, qué bueno que andas pasando unos días con tu hijo. Estaré atento a tu regreso. Abrazo”.

La mañana del lunes 3 de junio pasado me detuvo un mensaje de Gustavo Esteve Díaz en una de las redes sociales. Era sobre José Luis Moreno Borbolla. “Ahora que me entero de su lamentable e irreparable pérdida. Si fue capaz de vencer las adversidades, la tortura y la cárcel, también le será posible vencer el tiempo”.

Casi en automático, le escribí al mismo número al que le había mandado un mensaje dos semanas antes:

–Hola… 

No sé cuánto tiempo después, llegó un lacónico mensaje del hijo de José Luis.

–Lo siento, mi papá falleció el día 2 de junio a las 3:10 pm.

Sólo quedó el silencio, el que lo envolvió durante décadas.

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