En Cuba los deportistas emigran por docenas en busca de una vida digna. Ángel Miguel Cajigal Salazar, boxeador de 25 años, huyó de Cuba en 2024 y atravesó cinco países en su odisea hacia Estados Unidos. Pero decidió probar suerte en Ciudad de México: aquí es donde, a punta de trompadas y nocauts, intenta abrirse paso y cumplir su sueño de convertirse en boxeador profesional.
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Angoti no puede creer su derrota. Fue una pelea pareja, cerrada, pero los jueces de manera unánime lo vieron perder. Baja del ring; está furioso. Atraviesa el tumulto con la cabeza agachada. Se dirige a los vestidores ubicados en el último piso del Gimnasio Nuevo Jordán, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Agradece que no haya nadie más y, todavía aturdido, se sienta sobre una máquina de ejercicio. Llora de rabia. Con las manos aún vendadas, suelta un par de golpes a la máquina, con impotencia.
Se pregunta cómo llegó aquí y por qué nada ha salido como esperaba.
En enero de 2024 partió de Cuba en un vuelo hacia Colombia. Era la tercera vez que intentaba salir. Tardó más de un mes en atravesar Colombia, Nicaragua, Honduras y Guatemala. Aunque fijó su destino en Estados Unidos, lleva más de un año estacionado en la capital de México, probando suerte con esa obsesión suya: boxear.
—Cuando salí de Cuba mi pensamiento siempre fue boxial —me dijo hace días con su acento caribeño; se preparaba para la pelea en el Nuevo Jordán—. Por un momento, me di por vencido. “Pero si es lo único que sabes hacer… ¿Qué más te queda que probar?”, me dije.
Ahora, con la cara escondida entre las rodillas y sus brazos para que nadie vea sus lágrimas, Ángel Miguel Angoti Cajigal Salazar quizá recuerde los delfines. No sabe exactamente en qué punto del viaje estaba. Seguramente entre Colombia y Nicaragua. Lo que sí recuerda con precisión es la sensación de riesgo. Iban él y otros 20 migrantes cubanos y dominicanos a bordo de una lancha en mitad del mar, todos arriesgándose a caer por el agitado oleaje, cuando aquella manada de delfines comenzó a escoltar la embarcación. En aquel momento de pánico y maravilla, Angoti se aferró a esa ilusión como a un salvavidas: convertirse en boxeador profesional.

Una vieja estafa
Angoti no sabe a dónde ir.
Está solo y perdido en la Ciudad de México. Hasta hace unos días le parecía imposible llegar aquí. Ahora se encuentra en un parque cerca de Paseo de la Reforma, donde lo dejó el último coyote que contrató.
Le quedan mil 500 pesos y su celular.
Por consejo de un primo que pasó por México en su camino hacia Estados Unidos, marca un número en donde ofrecen alojamiento para migrantes. Una voz le dice que espere donde está. Una mujer “chaparrita y de pelo güero” llegará por él y lo llevará al sitio. La chaparrita le pide el dinero por adelantado y lo conduce hasta una vecindad en Tepito. Allí le muestra un cuarto diminuto. Otros 10 migrantes cubanos y venezolanos duermen amontonados en el suelo y un par de literas.
Angoti se enfada. No es la primera vez que cae en una de estas “trampas para migrantes”: abundan en Facebook, WhatsApp y Tik Tok. Se trata de ofertas de alojamiento, o de asesoría legal o de trabajo: estafas en las que los migrantes pueden perder miles de dólares. Angoti ya ha caído en estos timos en Honduras, Guatemala y Tapachula. Más de una vez los coyotes le pidieron dinero y lo dejaron botado en medio de la nada.
Resulta inútil discutir con la mujer o buscar que le regrese su dinero. Angoti camina de vuelta hacia Reforma y se sienta en la banqueta. Mira los enormes edificios, la gente moviéndose con prisa a todas partes.
Otra vez está perdido, otra vez llora.
El sueño de todo boxeador cubano
A sus 25 años, Angoti es larguirucho y delgado como una palmera. Tiene piel negra, el cabello rizado y corto desvanecido en un fade. Le gusta vestirse con ropa deportiva de marca y en cada lóbulo lleva unos aretes que simulan diamantes. De gestos serios, parece siempre sumergido en alguna preocupación que interrumpe sólo cuando una sonrisa pícara y confianzuda le asoma en el rostro.
Angoti fue Campeón Nacional en Cuba. Formaba parte de la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) de Santiago de Cuba, una especie de internado que reúne a los mejores deportistas a partir de los 12 años. En cada una de las 15 provincias existe una escuela así. En la EIDE de Santiago, Angoti era la “primera figura” de los 60 kilos, el más destacado de su división.
—La neta, el sueño de todo boxeador cubano es irse de Cuba, salir de Cuba —confiesa Angoti, quien después de un año en México ya usa algunas palabras chilangas como “wey”, “carnal”, “cabrón”.
«Quizás los boxeadores cubanos más emblemáticos que han hecho carrera en Miami sean Guillermo Rigondeaux y Robeisy Ramírez. Ambos fueron campeones olímpicos y desertaron del equipo “Domadores de Cuba”, la selección nacional, para convertirse en profesionales.
Dos promotores de boxeo –un puertorriqueño y un dominicano– intentaron sacarlo de la isla. Querían que boxeara en las carteleras de sus empresas, pero el gobierno cubano le negó la salida. Después de una pelea robada, harto de la escasez de cosas básicas como comida, medicinas, luz eléctrica y la falta de oportunidades, tomó la decisión de huir y buscarse la vida en otra parte.

Su travesía fue financiada por el esfuerzo de muchas personas. Su madre tuvo que vender todos los objetos de valor que poseían: aretes, collares, muebles, televisión, ropa. Una tía que vive en Suiza le compró el boleto de avión a Colombia y con el dinero ahorrado intentó llegar a Estados Unidos. Pero las cuatro estafas en su trayecto lo dejaron sin un quinto. Y nuevamente, la gente lo apoyó. Amigos boxeadores en el extranjero, promotores de box y su madre lograron que Angoti pudiera llegar aquí, a la Ciudad de México.
—El que no ha salido por su propia cuenta como yo salí, sale porque las familias que viven afuera de Cuba le han ayudado con dinero —explica—. O por un manager que te haya visto y te escriba que te va a ver a Cuba. Muchos no van, pero te sacan boleto para irte. O salimos por travesía como yo salí. A mí me negaron la visa para Puerto Rico, me tramitaron el paro humanitario, pero nunca me llegó. Ahí decidí salir por mi propia cuenta.
Su intención era llegar a Estados Unidos y convertirse en boxeador profesional. Como varios de sus amigos boxeadores que huyeron de Cuba hacia Miami, pero a medio camino decidió probar suerte en México.
Quizás los boxeadores cubanos más emblemáticos que han hecho carrera en Miami sean Guillermo Rigondeaux y Robeisy Ramírez. Ambos fueron dos veces campeones olímpicos y desertaron del equipo “Domadores de Cuba”, la selección nacional cubana, para convertirse en profesionales.
Junto al también boxeador Erislandy Lara, Rigondeaux intentó escapar durante los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro 2007, pero la “seguridad del Estado” lo descubrió y fue expulsado de la selección nacional. Años después logró salir de la isla y consolidar su carrera en Estados Unidos. Hoy es considerado uno de los mejores boxeadores cubanos de la historia.
Robeisy Ramírez, por su parte, desertó de los Domadores en 2018 durante un campamento en Aguascalientes, México.
En Cuba no hay boxeo profesional. El gobierno de Fidel Castro lo consideró contrarrevolucionario por ser un espectáculo capitalista y lo prohibió en 1959. Desde entonces la mayor aspiración de un boxeador cubano es ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, y el único sueldo que pueden recibir es una beca por haber obtenido una medalla en alguna competencia internacional.
En 2022 se retomó el tema del boxeo profesional en Cuba, pero la intención de retomarlo es sólo un proyecto de la International Boxing Asosiation (IBA), una organización que ha sido acusada varias veces de corrupción. El proyecto aún es visto con recelo por algunos boxeadores y entrenadores cubanos.
Una oportunidad para abrirse camino
Después de ser estafado al llegar a la Ciudad de México, el mismo primo le compartió el contacto de un amigo mexicano, Paul Josué, quien todavía vive en una unidad habitacional en Coapa, al sur de la Ciudad de México. La casa de Paul se convirtió en el primer hogar de Angoti en este país.
Paul recuerda que cuando llegó, Angoti era huraño y desconfiado. No le extrañó. Desde 2023 ha escuchado las duras anécdotas de viaje de sus vecinos migrantes venezolanos y cubanos que han llegado a su colonia en los últimos años. Le cayó bien ese cubano de piernas largas que, cuando pensaba que nadie lo observaba, se ponía a hacer sombra en el patio de la casa. Tiraba golpes al aire y esquivaba ataques imaginarios.
Paul intentó ayudarlo a conseguir un lugar para entrenar, pero desconocía todo acerca de ese mundo. Había escuchado que en Tepito se criaron varios campeones, así que una tarde lo llevó a buscar algún gimnasio. Pero ninguno estaba abierto. Al día siguiente, un amigo de Paul llamó para preguntarle algo inusual: de casualidad conocía a algún boxeador que pudiera dar clases en un gimnasio recién inaugurado en Lomas Estrella, en Tláhuac.

Ese gimnasio es Garmes Boxing, dirigido por Jonathan García, un apasionado del boxeo cubano. Ver a Angoti tirar golpes al costal fue un deleite. A Jonathan le pareció “un super dotado, un fenómeno”. Recordó todos esos videos de YouTube que le gusta ver en los que aparecen boxeadores cubanos moviendo los pies con ritmo, entrenando esquives, engaños y contragolpes que en mucho se parecen a una danza. Un boxeo veloz y hermoso. En Cuba el box amateur es orgullo nacional. Sólo Estados Unidos lo supera en medallas olímpicas.
Jonathan lo contrató como entrenador de medio tiempo y lo invitó a participar en un torneo importante que estaba por realizarse en el Gimnasio Nuevo Jordán. Les quedaba una semana para inscribirse. Angoti dudó: no había entrenado en mucho tiempo.
Un año antes de su travesía había decidido ya colgar los guantes, decepcionado por perder una pelea en la que se jugó un lugar en el equipo “Domadores”, la selección nacional. Fue su pelea más importante: el Nacional de Playa Girón. Para dar el peso tuvo que comer solo un huevo cocido y un vaso de leche durante tres días. Le dieron el triunfo a su rival a pesar de que lo mandó a la lona en el primer round. “Fue un robo”.
Pero 10 mil pesos de premio para el campeón del torneo chilango eran una tentación demasiado atractiva.
Angoti vio una oportunidad para abrirse camino en el boxeo mexicano, y de paso enviar dinero a su madre. En aquel momento, como muchas veces en las décadas recientes, Cuba atravesaba una serie de apagones y un huracán estaba a punto de tocar tierra. Angoti sabía que su madre la estaba pasando mal.
De Cuba para el mundo
El éxodo de Cuba es un fenómeno que tiene al menos 40 años y el deporte es uno de los sectores donde mejor puede dimensionarse. “La historia reciente del deporte cubano es también el relato de la migración cubana. Gente para la que un viaje es la puerta hacia otra vida”, escribe el periodista Abraham Jiménez Enoa en su libro Aterrizar en el mundo.
Cientos de deportistas se han fugado cuando su vuelo hace una escala rumbo a una competencia internacional o de plano abandonan los juegos para pedir asilo.
Ocurrió recientemente en los Panamericanos de Chile 2023. Seis mujeres del equipo de hockey —Yunia Milanés, Yakira Guillén, Helec Carta, Jennifer Martínez, Lismary González y Geidy Morales— aprovecharon una distracción de los elementos de la seguridad del Estado (los encargados de vigilar en todo momento a los atletas y de retenerles sus pasaportes para evitar la huida) para fugarse y pedir asilo. Lo planearon semanas antes. En entrevistas han detallado el miedo que sentían de ser descubiertas: la pena por “desertar” del equipo es de ocho años en prisión y nunca más volver a practicar su deporte.
en los juegos olímpicos de 2024, en parís, los efectos de la migración fueron evidentes: Cuba tuvo su peor actuación desde Roma 60. En boxeo sólo obtuvo un oro y un bronce. PERO SUS BOXEADORES MIGRANTES BRILLARON REPRESENTANDO A OTROS PAÍSES.

La “Seguridad del Estado” es la institución que regula la entrada y salida del país. Le ha negado la salida a periodistas y artistas que el régimen considera opositores. Los deportistas que se han fugado son tachados de “gusanos” y “traidores”. Desde la escuela EIDE se les enseña a los atletas que un deportista que deserta del equipo es un “gusano”.
Pero es difícil soportar la situación extrema de pobreza en Cuba, que también ha marcado la historia del deporte. En 1993, durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Puerto Rico, desertaron 43 personas de la delegación, entre atletas, entrenadores, periodistas e incluso miembros de la “Seguridad del Estado”.
El deporte es considerado una de las grandes conquistas de la Revolución Cubana. Pero la meta más alta que tiene un atleta, ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, no garantiza una vida digna.
—Puedes llegar a ser campeón olímpico —dice Angoti—, pero no te pagan lo que es debido. El gobierno te da 300 dólares al mes por la medalla de oro. De por vida. ¿Pero sabes cuánto gana el gobierno por una medalla olímpica?— dice e insiste sobre su preocupación—: si bien ves, ahorita no hay boxeadores cubanos. En esta olimpiada Eryslandy Álvarez fue el único que alcanzó el oro porque todos los boxeadores quieren irse de Cuba porque no avanzan.
En los últimos Juegos Olímpicos, en París 2024, los efectos de la migración cubana fueron evidentes: Cuba tuvo su peor actuación desde Roma 60, alcanzando el puesto 32 en el medallero general. En boxeo sólo obtuvo un oro y un bronce.
El boxeo cubano siguió brillando, sin embargo, pero por sus migrantes que ahora representan otros países.
Las potencias del boxeo en París: China (primer lugar) y Uzbekistán (segundo lugar) tuvieron como estrategas a entradores cubanos. Alrededor de 50 entrenadores de origen cubano representaron a 30 países. Además, hubo enfrentamientos conmovedores entre atletas que representaron a la isla y cubanos que representaron otra bandera como la pelea de Mijaín López contra Yosmani Acosta, en la final de la lucha grecorromana —Mijaín venció a su compatriota, que representó a Chile—. En boxeo, Loren Berto Alfonso, representando a Azerbayán, venció a su compatriota Julio César La Cruz, seleccionado de Cuba. En ambos casos los rivales eran amigos.
Según cifras oficiales, 187 atletas de alto rendimiento migraron en 2022 y 2023. Más de una decena de ellos son boxeadores.
Un barrio de conga, pelota y trompadas
Angoti es originario de Indaya, un barrio de la provincia de Santiago de Cuba. Lo describe como “un barrio culero, parecido a Tepito”. No tiene pavimentación y las casas son irregulares, muchas construidas de material reciclado. De ahí han salido varios deportistas internacionales como Reutilio Hurtado (beisbolista) y Manolo Poulot (judoca).
—En ese barrio la mayoría ha ido preso —explica Angoti—. Por necesidad muchos prefieren no entrenar y buscar qué darle de comer a la familia. Es el caso de mi tío, Bárbaro Papote, que fue Campeón Nacional de Boxeo en Cuba. El único boxeador que ha existido en mi familia.
De Indaya recuerda matas por todos lados, la palmera con cocos afuera de su casa y una zanja del tamaño de un campo de fútbol que delimita el barrio. Los niños salen a jugar pelota, corren, gritan y a veces se calzan los guantes de box. La conga santiaguera era de sus actividades favoritas: la gente se reúne para bailar al ritmo de la comparsa que toca campanas, tambores, quinto, requinto y la corneta china: kilómetros de gente bailando. Angoti toca todos los instrumentos de la conga santiaguera.
En Indaya vive su madre, Mariola, y su padrastro, Aleisey, en una casa que en su origen fue de madera y por la que se colaba la lluvia. Mariola se dedica a hacer peinados a domicilio y su padrastro es mototaxista.
Antes de ser boxeador, Angoti fue luchador y beisbolista. Pero lo enamoraron los golpes. Frente a su casa había una escuela de boxeo con equipo rudimentario llamada “Micro cuatro”. Un día se calzó los guantes para pelear con otros niños en la calle. Casualmente, ahí estaba Giovanny Hurtado, un vecino de Indaya que era entrenador del equipo “Domadores”. Le vio aptitudes y le dijo “tú puedes ser boxeador”. A partir de ese día, Hurtado lo entrenó en su casa.
Una derrota anunciada
Hoy es 23 de noviembre de 2024 y en el Gimnasio Nuevo Jordán se pelea la final del Torneo Élite. Se trata de un torneo para peleadores experimentados que quieren debutar como profesionales. No sólo pelean por el premio de 10 mil pesos: quieren ser fichados por el Consejo Mundial de Boxeo, una de las organizaciones de box profesional más importantes.
Angoti sube corriendo las escaleras del Nuevo Jordán. Faltan tres minutos para que lo descalifiquen por llegar tarde. Arroja su ropa al suelo y se trepa apresuradamente a la báscula: 65 kilos. Le sorprende ver tanta gente. Está desvelado; la presión por ganar el torneo le robó el sueño.
Angoti ha noqueado a sus cuatro rivales anteriores. Boxeadores de Iztapalapa, Coyoacán, Tláhuac y Coapa. Los fulminó en el primer round con sus potentes rectos de izquierda y de derecha. Su juego de piernas ha hecho ver a los peleadores mexicanos como suicidas tanques de guerra que sólo saben caminar hacia enfrente. Hoy todos quieren verlo derrotado: en su última pelea terminó insultándose con el público y el entrenador de su rival.
Se calza unas hermosas botas de boxeo Hyperko que compró en internet. Le costaron 3 mil 800 pesos, casi todo su sueldo del mes como entrenador. Coloca en su frente una cinta negra con la bandera de Cuba a los costados y su apodo escrito en la parte de adelante.

Angotico de amor, Angotico de amor… Así le decía su abuela cuando lo cargaba entre brazos. Nadie sabe qué significa “Angoti”. Es una palabra que ella inventó. Padecía esquizofrenia y murió cuando Angoti cumplió un año. Pero el apodo lo marcó de por vida y se transformó en una especie de mantra que su familia grita a coro cada vez que sube a boxear: “¡Angoti es el negro que Dios bendice!”.
Son las 11 de la mañana y el público ya está calientito. Un durísimo boxeador tepiteño se acaba de coronar campeón. Los gritos llenan de vida el Nuevo Jordán, un gimnasio en el que han sudado cientos de leyendas del boxeo y la lucha libre mexicana, célebre porque hace años Bob Dylan lo visitó para entrenar.
El duelo de porras comienza desde que el presentador toma el micrófono.
—¡Desde Santiago de Cubaaaaaa…! —anuncia.
Las matracas enloquecen.
¡Cuba! ¡Cuba!
¡México! ¡México!
Los 30 amigos mexicanos de Angoti intentan animarlo, pero la mayoría apoya a Colmenero, el boxeador de Iztapalapa que también llegó a la final de peso wélter.
El referi los llama al centro del ring. La diferencia de estatura es apabullante: los ojos de Colmenero llegan al pecho de Angoti. Colmenero lo mira con furia, como intentando no achicarse ante su fama de noqueador. Su plan es sencillo: no dejar respirar al cubano, soltarle golpes arriba y abajo, pegarse a su cuerpo largo y, en la distancia corta, golpear al hígado.
Chocan guantes.
Angoti regresa a su esquina y se pone en cuclillas. Espera el sonido de la campana.
—¡Primeeeeerrrrr rooooouuuuuund!
Colmenero se acerca moviendo la cintura, golpea arriba y abajo. Angoti se desplaza en la orilla del ring y le pica el rostro con jabs veloces para alejarlo. Pero Colmenero aprovecha cualquier hueco. Angoti lo contragolpea cuando se acerca y queda de frente.
Cuando un gacho entra al cuerpo de Angoti, él manotea diciéndole a Colmenero que ni siquiera lo sintió. Sonríe: le gusta enviar mensajes con los brazos y el rostro, distraer, jugar, burlarse. Usa el juego psicológico en el ring.
Colmenero sigue tirando por todos lados, agacha la cabeza para no ser blanco fijo. Por momentos, quedan tan cerca que se amarran, pero Angoti le baja la cabeza con el guante. El público grita “¡Puerco! ¡Puerco! ¡Puerco!”. Ninguno está boxeando limpio, pero el referi sólo amonesta a Angoti.
Termina el primer round.
La batalla se reinicia al poco tiempo. Colmenero ataca con decisión. Angoti esquiva los golpes con la guardia americana: el brazo adelantado en escuadra, protegiendo abdomen y rostro con el codo; la derecha cubre su cabeza de los golpes volados. Las llamadas de atención del referi continúan.
¡Quítenle un punto! ¡Buuuuuuuhhhhh!

Angoti está frustrado por las interrupciones del referi y los gritos en su contra. Esquiva, esquiva y le llegan golpes inesperados. El cansancio por fin se asoma. Colmenero está entre las cuerdas y golpes rectos y uppers caen sobre él.
A la mitad del tercer round, el referi detiene el combate y le quita un punto a Angoti por bajar con su guante la cabeza de Colmenero. El coraje le nubla la razón, algo se desvanece dentro de él y por pura sobrevivencia tira algunos golpes. Recarga todo su peso contra Colmenero, quien intenta quitárselo de encima y golpea ya también sin fuerza. Un vending. Otro vending. Upper al rostro de Angoti. Se alejan para descansar un momento y, en ese momento, la pelea termina.
Colmenero tiene un ojo morado por los volados de Angoti, pero levanta el puño en señal de victoria. El cubano arrastra brazos y pies para llegar a su esquina. Caminan de vuelta al centro del ring para esperar el veredicto.
Sucede lo que nadie esperaba: el noqueador cubano pierde por decisión unánime.
Cumplir un sueño: el debut profesional de Angoti
Es 19 de enero, 2025. La familia y sus amigos de Indaya están reunidos en casa de la madre de Angoti para ver por internet la pelea con la que debutará profesionalmente. Rezan para que la electricidad no falle por los apagones que se viven a diario en la isla. Hay ron y caldosa, una sopa típica de Cuba hecha con carne de cerdo, maíz y otras verduras.

Angoti está a punto de subir al ring. Usa un uniforme de boxeo blanco con adornos dorados, flequillo y diamantina. Mientras espera su turno, hace una videollamada con su familia desde la Ciudad de México.
La pelea es televisada a nivel nacional por el Canal 6. Me comunico con la madre de Angoti para saber cómo están viviendo este momento en Indaya. Del otro lado del teléfono se escucha la felicidad de las 20 personas que se reunieron para ver a quien representa una esperanza para su barrio. Media calle, me cuentan, pertenece a su familia, y eso que ya no están todos. Angoti no ha sido el único en irse del país.
Raiden (primo): “Siento tremenda motivación de verlo debutar. Ahora mismitico estoy súper que nervioso de ver a mi primo subirse a ese ring. Venga, mi campeón, vamo´ adelante. Desde chiquiticos teníamos ese sueño (porque también fui boxiadol), los dos teníamos ese sueño”.

Mariola (madre): “Estamos luchando con la conexión a internet. Estamos muy nerviosos todos, orando, pidiéndole al Señor que todo salga bien y que gane su pelea”.
Tía: “Angoti ha sido un niño que no ha tenido tiempo de jugar. Ha sido mucho sacrificio de su madre y su padrastro. Mucho sacrificio ha tenido su vida para llegar hasta allá. Tuvo que salir de Cuba porque aquí no se avanza”.
Vecino: “Todo el barrio está pendiente de la pelea. Desde que era niño nosotros sabíamos que Angoti iba a llegar lejos”.
Al terminar la llamada me envían un video en el que la familia está reunida en la calle. Mariola está al centro, dirigiendo una porra: “Somos todos Indayero´, de un barrio que somos guerrero´. No es una mansión del mundo, pero de este barrio va a salir gente grande, y el primero que va adelante es Angoti, ¡el negro que Dios bendice!”.
Es momento de que suba al ring.
El auditorio del Gimnasio G3 en la alcaldía Álvaro Obregón está repleto. Sobre la plataforma, Angoti espera las palabras del presentador. Usa una bata con su leyenda en la espalda: “El negro que Dios bendice”. En el cinturón de su short se lee “Indaya” y el nombre de su madre “Mariola”.
Una noche antes publicó una historia en su Facebook mostrando el traje de su debut, y escribió: “No importa lo lejos que llegue un día, lo que no se te puede olvidar es de dónde vienes ‘Indaya’”.

Detrás de Angoti hay una pantalla enorme con su imagen y de fondo suena su canción favorita: El príncipe de los reparteros, de Harryson, un reguetón cubano que empieza con esta frase: “La vida misma me ha demostrado que para llegar se necesita fe…”.
Aún no lo sabe, pero en Estados Unidos, el mismo día, otros cuatro boxeadores cubanos pelearán y para ninguno está escrita la victoria.
—El peleador de Santiago de Cubaaaaaa… El negrooooo que Diooooos bendiceeeeeee… anuncia el presentador.
Sobre la plataforma, Angoti tira algunos golpes al aire, se persigna, golpea su pecho y camina hacia el ring.