Jóvenes encabezan protesta contra la gentrificación en colonia Condesa: exigen frenar desplazamiento y turismo masivo. Entre gringofobia y exigencias por una vivienda digna, esta fue una de las manifestaciones más multitudinarias en que se han registrado en los últimos años respecto a este tema.
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Es difícil saber qué ocurre exactamente. Pocas veces se han reunido tantas personas para protestar contra eso que muchos llaman ‘gentrificación’: el desplazamiento de la población local para ceder sus viviendas al turismo masivo –a través de plataformas como Airbnb– y a sectores económicos más altos, el incremento constante del costo del alquiler, la falta de acceso a una vivienda digna.
La protesta contra la gentrificación en la Condesa reune a casi mil personas en el Foro Lindbergh, rebautizado como ‘Foro Gaza’ por solidaridad con Palestina. El equipo de sonido es insuficiente para amplificar la voz de quienes toman la palabra en el mitin: nadie parece haber esperado tanta gente.
Los asistentes son sobre todo jóvenes. Personas menores de 30 años que cargan carteles furiosos: “Gentrificación = colonización”, “Habla español, respeta nuestra cultura y paga pinches impuestos”, “No puede ser que no sepas ni pedir tu pinche café en español”. Hay mujeres que confrontan a los extranjeros que, entre la sorpresa y la burla, comienzan a filmar a los manifestantes con sus teléfonos celulares: “You can’t be here –les advierten en su idioma–: please leave. This is a protest against people like you. We’re being polite: leave!”. “¡Fuera gringos, fuera gringos, fuera gringos!”, “¡El que no brinque es gringo! ¡El que no brinque es gringo!”, etcétera.

Es 4 de julio: hoy se celebra el Día de la Independencia en Estados Unidos. No es casualidad. Algunas de las organizaciones y colectivos que convocaron a esta manifestación son jóvenes que, desde la ola de nómadas digitales que llegaron con la pandemia, han mantenido un discurso explícitamente gringofóbico. A estos antecedentes se suma el contexto de políticas antimigrantes en Estados Unidos: más de 150 mil personas han sido deportadas de Estados Unidos en 2025 desde que Donald Trump asumió el poder: los mexicanos encabezan las listas de arrestos en las redadas de ICE.
No sólo eso. En el último año, ciudadanos supuestamente estadunidenses –o europeos– han protagonizado momentos en que exhiben actitudes racistas en México: turistas gringos que piden callar la música de banda en Mazatlán, un turista blanco que lanza arena a un músico callejero en la playa de Zicatela, otros que se pasean por las costas de Veracruz con playeras con la leyenda “Gulf of America” estampada en la espalda.
Ahora, en el micrófono, habla una mujer joven que fue desplazada de la colonia Obrera. Dice que la Obrera también se está gentrificando, que se está llenando no sólo de extranjeros, sino de “artistas sin postura política, artistas que no contribuyen en nada a la defensa del barrio”.
A la protesta ha asistido una diversidad amplia de jóvenes: albañiles, estudiantes, heteros, no binaries. Armando, por ejemplo: un joven de pinta punk, trabajador de la construcción. Dice que dejó la preparatoria a los 17 años y desde entonces. “he trabajado construyendo pinches edificios como esos –señala un edificio genérico en la calle–, donde luego llegan a vivir esos güeyes, en la Juárez, en la Cuauhtémoc. ¿Con lo que me pagan sabes cuándo me va a alcanzar para rentar ahí? Para la ciudad nosotros no existimos. Por eso estoy aquí hoy”.
También se ha sumado Sofi, estudiante no binarie. Vive en Santo Domingo, Coyoacán, un barrio que solía ser marginal, convertido en zona de vivienda estudiantil por su cercana ubicación a Ciudad Universitaria y los precios accesibles, pero donde cada vez es más difícil encontrar un lugar accesible.
“No hay opción para renta de vivienda para jóvenes, mucho menos si vienes de otro estado. Si no tienes aval en la Ciudad de México, los caseros te piden cuatro depósitos, comprobante de ingresos de tus papás y las perlas de la virgen. Olvídate si eres trans o una persona de la diversidad sexual, como es mi caso. Es mil veces más difícil”.

Al fondo del Foro Gaza, algo sucede: un par de sujetos han comenzado a discutir. Es difícil saber qué ocurre exactamente porque una estampida humana se vuelca hacia esa dirección. Los reclamos contra Airbnb, el turismo masivo y el sionismo hacen mella no sólo en los estadunidenses sino en los mexicanos que tienen inversiones en ese ramo.
El hombre que reclama lo hace en perfecto español chilango. Dice que él tiene derecho a estar aquí y a expresarse. Alcanza a farfullar algo, que él crea empleos para los mexicanos. Todo esto sucede mientras alguien más lo filma de cerca, micrófono en mano, como si fuera una provocación creada expresamente para ser exhibida en redes sociales. A un lado, un sujeto pelirrojo con pinta de modelo se filma a sí mismo como si estuviera en una pasarela, con los gritos y empujones de fondo. Es sólo uno de los varios influencers que se dieron cita para usar la manifestación como telón de fondo para su contenido en redes sociales.
De pronto, de entre la multitud, un grupo de jóvenes de aspecto punk –chamarras de piel llenas de parches, pelos parados, botas de casquillo– se abalanzan sobre los provocadores y los arrojan en dos segundos fuera del Foro Lindbergh. Uno de ellos usa su lata de aerosol para rociarle pintura en la cara y la espalda: “¡Rúmbale a la verga!”, le grita con su aerosol en la mano derecha y un encendedor en la izquierda. La discusión acaba pero una multitud de 100, 200 personas comienza a seguir a los personajes agredidos. La concentración de pronto se convierte en marcha. Alguien bromea con sorna: “¡Hay que entrar a sus casas a pinches lincharlos a los ojetes!”.
Una línea delgada
Los daños a la propiedad que generalmente se registran durante las marchas de Reforma hoy se trasladaron, gracias a una protesta rabiosa, a la Colonia Condesa, en donde la gentrificación hace años que modificó el paisaje. Aquí las calles se sienten cada vez más ajenas y el español parece el idioma minoritario.
El saldo fue de varios autos grafiteados y un par de establecimientos vandalizados: los manifestantes lanzaron piedras y grafitearon El Califa de León y arrojaron petardos a un Starbucks, a pesar de la gente dentro del establecimiento que tuvo que refugiarse bajo las mesas. Hubo algunas riñas menores y cientos de insultos a extranjeros que paseaban por la zona.
“Fuera gringos de América Latina, fuera sionistas de Palestina”, gritaba la pequeña marcha que avanzó bloqueando calles alrededor del Parque México durante más de dos horas.
La referencia a Palestina no es gratuita en una marcha contra la gentrificación. Airbnb, la principal plataforma digital que ofrece hospedajes de corta estancia en el mundo, también permite alquilar en las propiedades construidas ilegalmente en los territorios palestinos ocupados, tal como documentó Amnistía Internacional en diciembre de 2020.

Al mismo tiempo, en varias ciudades de México, ante la falta de regulaciones estrictas, edificios habitacionales enteros han sido entregados al turismo masivo gracias a Airbnb, una plataforma que en ciertos destinos turísticos también es usada para facilitar la prostitución infantil y otros usos criminales.
Al menos en la Ciudad de México, los efectos de la gentrificación son claros: en sólo cinco años, el promedio mensual del costo del alquiler aumentó 45%, pero se ha cuadriplicado en las colonias céntricas, las mejor equipadas con infraestructura pública; también las más conectadas gracias al transporte público y con un acceso real a servicios básicos.
–Tuve que regresar a Ecatepec a vivir con mis papás –me dice Sara, una joven que participa en el Foro Gaza–. ¿En qué momento piensan que una va a poder pagar una renta de 9 mil, 15 mil pesos en la colonia Doctores por un depa de 60 metros cuadrados? Y aquí en la Roma-Condesa los únicos mexicanos que ves son meseros o empleados de limpieza. A mí sí me parece indignante.
Aunque en el actual contexto geopolítico, el nacionalismo parezca una expresión coherente, lo cierto es que la línea es delgada. Desde hace un par de años, ciertos grupos de ultraderecha han aprovechado el discurso rabioso de la antigentrificación para articular un discurso xenófobo contra todo tipo de migrantes y disidencias, en una supuesta defensa del nacionalismo mexicano.

El caso más visible es Mexicanos en Defensa de la Nación: un grupo cuyos integrantes se mantienen en el anonimato y que, a través de stickers y volantes que pegan en los espacios públicos, difunden mensajes como “¡Fuera Ilegales de nuestro territorio! Patria, Familia, Tradición” y que lo mismo difunden propaganda contra gringos que contra asiáticos, centroamericanos, feministas o personas de la comunidad LGBT+.
Así, mientras la rabia por el precio de la vivienda y el alquiler crece –y es cooptada por grupos de odio–, la Ciudad de México espera la llegada de al menos cinco millones de personas para la próxima Copa Mundial de Fútbol 2026. El gobierno de Clara Brugada anunció hace unos meses una alianza estratégica con la plataforma y con el sector hotelero para lograr atender la demanda de estancias turísticas en la capital.
Antecedentes de lucha por la vivienda
Al micrófono habla ahora la activista Rufina Galindo, una mujer de más de 70 años que resistió múltiples intentos de desalojo en el Centro Histórico, en una ocasión con cientos de granaderos y dos helicópteros. Después de años de documentar y denunciar los abusos en su contra, Galindo logró obligar al gobierno de la Ciudad de México a otorgarle un departamento en un edificio nuevo y construido bajo preceptos de interés social cerca de la Plaza Garibaldi.
–A mí me dijeron que esta era una protesta para jóvenes –dice al micrófono después de relatar su caso–. Pero yo creo que es válido que las mujeres mayores podamos también expresar que esta no es una lucha nueva, que hay heridas que todavía duelen.
Rufina Galindo está aquí como representante de la Red de Desalojados de la Ciudad de México: un colectivo que comenzó a organizarse desde 2018 por personas que fueron desalojadas del Centro Histórico y de las colonias Roma, Obrera, Doctores, Tránsito. Su intervención esconde un pequeño reclamo: la convocatoria estuvo anunciada como la “Primera Manifestación contra la Gentrificación en la Ciudad de México”, pero en México existe una tradición de al menos un siglo de lucha por alquileres justos.

El antecedente más antiguo son las huelgas inquilinarias realizadas por María Luisa Marín y Herón Proal, primero en el puerto de Veracruz, después en Puebla, Ciudad de México y otras ciudades a partir de 1922. Después fueron los movimientos de expropiación de vecindades y todas las organizaciones agrupadas en torno al Movimiento Urbano Popular, que se multiplicaron tras el terremoto de 1985, además de los movimientos que permitieron frenar los proyectos de privatización del mercado de la Merced en 2013 y en donde la palabra “gentrificación” comenzó a ser usada por los sectores populares por primera vez en la ciudad.
Es cierto, esta no fue la primera protesta contra la gentrificación en la Ciudad de México, pero sí una de las más multitudinarias, al menos en la Condesa: epicentro del turismo y desplazamiento. Es también la primera marcha con este motivo en la ciudad que se torna agresiva.
La actual jefa de gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, se formó políticamente bajo el cobijo de los movimientos urbanos y populares movilizados después del terremoto. Por eso no es raro que, apenas termine la manifestación, su oficina emita un comunicado por la noche en reacción a la manifestación en el Parque México:

“Sabemos que la gentrificación puede excluir a quienes han vivido toda su vida en sus barrios, por eso destinamos recursos sin precedentes para generar condiciones que les permitan seguir desarrollando su proyecto de vida en su propia comunidad”, aseguró para después agregar: “La lucha contra le gentrificación no puede convertirse en una excusa para promover discursos de odio o prácticas discriminatorias. Rechazamos categóricamente cualquier expresión en contra de personas migrantes, sin importar su origen, situación migratoria o motivo de llegada a la ciudad”.
La respuesta del gobierno a la protesta es la eterna promesa de frenar la gentrificación pero, esta tarde, en la Condesa, parece que la mayoría ha perdido la confianza en autoridades y políticos.
–¡Nosotros no tenemos acceso a crédito! ¡No tenemos Infonavit! ¡No heredamos ningún terreno del abuelo! –grita un manifestante en un megáfono y después señala a uno de los turistas que se asoma, burlón, desde su balcón turístico en la esquina de Nuevo León y Michoacán–. Quiero que esto no pare hasta que logremos que todo estos gringos que viven en esta cuadra, o se larguen, o paguen impuestos. Y que esos impuestos se inviertan en vivienda para los jóvenes, para los estudiantes que no somos ni burócratas ni empleados formales. Somos la generación sin casa.